Casi la mitad de los niños de 10 años no ha probado nunca las acelgas y el 16 % no ha comido nunca una ciruela
Jueves por la noche en una familia española. Llega la hora de la cena y los padres, cansados de una larga jornada laboral, deciden encargar unas hamburguesas -que además tienen muy buen precio- o meter en el horno unas pizzas precocinadas.
El panorama se repite, desde hace tiempo, en muchos hogares y da como resultado niños gorditos -algunos con sobrepeso y otros con obesidad- que, sin comer más de la cuenta, ven cómo sus niveles de grasa aumentan mientras padecen carencia de vitaminas e incluso de hidratos de carbono.
No son, al menos no todos, niños glotones. Pero sí están mal alimentados.
¿Por qué? Porque en un plato precocinado hay más grasa que en uno recién preparado, los niveles de sal son superiores y el aporte vitamínico prácticamente ha desaparecido tras los procesos térmicos a que ha sido sometido el alimento, tal como explica a ALBA la profesora de Nutrición de la Universidad CEU San Pablo, Natalia Úbeda.
Refrescos XXL
La dieta mediterránea, basada en los alimentos clave (frutas y verduras, pasta, cereales, arroz, patatas y legumbres), los lácteos, el pescado, las carnes magras (pollo, pavo, conejo) y los huevos está siendo sustituida por los prácticos y económicos platos preparados.
Las meriendas y los tentempiés de media mañana -tradicionalmente un bocadillo o fruta- se cambian por bollería industrial y el agua y la leche por bebidas azucaradas o zumos concentrados.
¿Resultado? Una tasa de niños con sobrepeso y obesidad superior al cuarenta por ciento entre los 6 y los 10 años. Casi la mitad de los niños españoles está implicada en una realidad -la obesidad- que la Organización Mundial de la Salud tacha de epidemia y que las autoridades nacionales de todos los países se apresuran a frenar, entre otras cosas por lo caro que será mantener a todos esos gorditos del futuro, que quedarán expuestos a más problemas cardiovasculares, de hipertensión, de diabetes y otras enfermedades crónicas que sus vecinos delgados.
Estados Unidos, consumidor prioritario de comida basura, se sitúa también a la cabeza en la lucha contra la mala alimentación infantil y acaba de prohibir, por ejemplo, la venta de bebidas azucaradas XXL (de más de medio litro) en restaurantes, teatros, quioscos y máquinas expendedoras de toda la ciudad de Nueva York, donde su alcalde, Michael Bloomberg, ha hecho de los hábitos saludables una de sus prioridades.
Y en la misma línea, la compañía Walt Disney -propietaria entre otras de la cadena de televisión ABC- ha decidido no aceptar publicidad de comida basura durante la programación infantil ni en sitios web dedicados a los niños.
Estas dos estrategias se suman a la iniciada en 2006, cuando se decidió que ni Mickey Mouse ni el resto de personajes Disney anunciaran comida que no cumpliera con los requerimientos nutricionales mínimos.
Igual ocurre en España, donde el código PAOS permite autorregular a los productores de bollería o alimentos poco saludables para que, entre otras cosas, no sea un personaje popular entre los niños -Rafa Nadal, por ejemplo- quien anuncie sus productos.
¿Qué son las acelgas?
Una pequeña encuesta realizada en un colegio pucelano -Castilla y León lidera en España la tasa de sobrepeso y obesidad- revela que casi la mitad de los niños de 10 años no ha probado nunca las acelgas y el 16 % no ha comido nunca una ciruela.
¿Dejadez de los padres o capricho de los hijos? Mitad y mitad, a juicio de la Asociación de Dietistas de Castilla y León y de la Sociedad Española de Nutrición.
Si bien es cierto que para muchos padres es más cómodo alimentar a los niños con pasta y arroz -el alimento preferido por el noventa por ciento-, también lo es que a veces es tarea imposible lograr que un niño coma verdura.
La solución parece estar en un razonable punto medio, explican los expertos. No es bueno obligar al niño a comer lo que no quiere, pero tampoco se debe ceder a su tiranía negociadora siempre y, mucho menos, hacerle ver que es un acto heroico comer verdura.
«La famosa frase de ‘si te tomas toda la verdura, te doy helado de postre’ es un gravísimo error, porque hace creer al niño que el helado es algo bueno y la verdura algo malo«, sentencia la doctora Pilar Riobó, jefe asociado de Endocrinología y Nutrición en la Fundación Jiménez Díaz, que añade:
«El mejor consejo que una madre puede darle a su hijo es ‘cómete la verdura'».
A la falta de tiempo para preparar platos frescos o para educar a los pequeños en la vida sana, se une otro de los factores que más ha contribuido a aumentar las tasas de sobrepeso en la sociedad española: el sedentarismo.
Los adultos van en coche a trabajar y, por tanto, los niños llegan de igual modo al colegio.
Salvo el recreo -donde cada vez están más presentes los videojuegos-, muchos pequeños no dedican apenas tiempo a la actividad física y, al llegar a casa, pasan dos horas diarias de media delante de la televisión o el ordenador, según las cifras manejadas por la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición.
Además de las consecuencias físicas para su organismo, el sobrepeso y la falta de actividad física favorecerán la aparición futura de angustias psicosociales o complejos, que pueden desembocar en desórdenes alimentarios.
No es genético
Hay soluciones, y a ellas apunta el director del Instituto Cardiovascular del Hospital Monte Sinaí de Nueva York, Valentín Fuster.
Para el cardiólogo, el problema de la obesidad no es genético, sino de conducta humana, por lo que un cambio en el estilo de vida es la solución, pero también el factor que más falla a la hora de intentar atajar el problema de la obesidad.
Fuster, a quien el Ministerio de Sanidad ha pedido presidir el Observatorio de Nutrición y Estudio de la Obesidad que está en marcha, recomienda tener una alimentación correcta y practicar al menos media hora de ejercicio cinco días por semana.
El carácter mediterráneo de España ofrece todas las facilidades para alimentarse bien: un lácteo, una pieza de fruta y cereales en el desayuno, lácteo o fruta a media mañana y de merienda, comidas y cenas que combinen verduras, legumbres, hidratos de carbono y, de forma ocasional, huevo, carne de ave o de caza y pescado y, solo ocasionalmente, dulces, postres azucarados, snacks y chucherías.
La parte del ejercicio puede solucionarse con medidas sencillas que empiezan, por ejemplo, animando al niño a subir y bajar por escaleras en lugar de en ascensor o a pasar más tiempo en la calle que delante del ordenador.
Y, por fin, nada mejor que reunir a la familia en torno a la misma mesa, al menos tres veces por semana. Un gesto tan sencillo reduce en un 32 por ciento el trastorno alimentario y hasta en un 15 el riesgo de obesidad, al permitir a los más pequeños aprender buenos hábitos.
Pero para eso, claro, hay que tenerlos, porque «ningún niño va a tomar verduras si ve que sus padres no las comen jamás».
La otra cara de la moneda
En los escasos cinco minutos que usted tarda en leer este reportaje habrán muerto más de 30 niños. 6,9 cada minuto por desnutrición. 10.000 al día por no tener nada que echarse a la boca.
Más de tres millones y medio de pequeños al año en todo el mundo, según las cifras manejadas por la Organización Mundial de la Salud y Acción contra el Hambre.
Y no por falta de recursos, sino por su incorrecta e injusta distribución. Mientras en la vieja Europa y en Estados Unidos los niños ingieren muchas más calorías de las aconsejables y enferman por un exceso de grasas… en el Cuerno de África y en el Sahel los pequeños se enfrentan a la peor crisis alimentaria de los últimos siglos.
Allí, la falta de lluvias y la consecuente sequía han arruinado las cosechas, disminuyendo la cantidad de alimento disponible y elevando, por tanto, su precio, de forma que se convierte en inaccesible para gran parte de la población.
Los animales -de labor y para alimento- no tienen pastos suficientes con los que nutrirse y se debilitan, dejando de ser útiles para el hombre.
Causas fácilmente evitables, como la falta de minerales o de vitamina A, conducen cada año a la muerte a 10 millones de niños menores de 5 años en el mundo. Es la otra cara de la nutrición.
Dietas
La dieta del grupo sanguíneo, del sirope de arce, la de la sopa quemagrasa y la del potito de bebé; la dieta Dukan o la dieta Atkins…; todas prometen adelgazar rápido y, en verano, se convierten en las más buscadas en internet y practicadas sobre todo por mujeres y jóvenes que desean lucir bien en traje de baño. Pero los expertos alertan: no hay dietas milagro.
Adelgazar rápido es sinónimo de efecto rebote -el conocido como efecto yoyó, que hace recuperar en poco tiempo el peso perdido e incluso superarlo- y además puede tener consecuencias muy negativas para la salud: deficiencias vitamínicas, caída del pelo, problemas sobre el metabolismo y la función renal, grietas en la piel, mareos, palpitaciones…
«Es una irresponsabilidad inducir o aconsejar la pérdida de peso cuando no es realmente necesaria o cuando no se reeduca al paciente para que pueda mantener el peso perdido», declara firme la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición.
NOTA.- leer artículo original en ‘La Gaceta’