Antonio y Almudena trabajan en una empresa de excavaciones y una gasolinera

¿Hay un dolor más grande que el de los padres de la pequeña Lucía?

Un chupete boca arriba en el suelo del andén fue el único rastro que dejó tras de sí la pequeña

¿Hay un dolor más grande que el de los padres de la pequeña Lucía?
Antonio Ortiz y Almudena, los padres de Lucía. LC

Este miércoles de dolor, mientras los adultos charlaban, Lucía jugaba con sus primos

La pregunta del titular es retórica. No está en nuestros códigos, en eso que va grabado a fuego en el fondo del cerebro de todo ser humano, la posibilidad de que los hijos mueran antes que los padres. No es lógico, ni siquiera natural.

Y cuando la muerte se produce de esta manera, el dolor es mil veces superior. Ellos no tienen la mínima culpa, pero ¿cuántas veces se preguntarán si no podían haber mirado o hecho algo distinto a lo que hicieron?.

Un chupete boca arriba en el suelo del andén. Ése fue el único rastro que dejó tras de sí la pequeña Lucía Vivar Hidalgo al desaparecer de la vista de sus padres, que cenaban este 26 de julio de 2017 en el bar de la estación de Pizarra (Málaga) en compañía de los abuelos paternos de la niña, para celebrar juntos el Día de los Abuelos (¿Pudo una niña de 3 años recorrer sola y en la oscuridad más de tres kilómetros?).

Pero la celebración dio paso primero a la ansiedad y la angustia y, horas después, tras conocerse la muerte de Lucía, golpeada en la cabeza por un tren de Cercanías, al luto que tiño de negro a la familia Vivar Hidalgo, y con ella a tres pueblos de la comarca malagueña del Guadalhorce donde se mezclan sus apellidos: Álora, Pizarra y Alhaurín el Grande.

Lucía era la única hija de sus jóvenes padres, Antonio y Almudena, que la habían deseado durante mucho tiempo.

Y la única nieta de los abuelos maternos, los Hidalgo, muy queridos en Alhaurín el Grande, donde el abuelo de Lucía ha dirigido durante muchos años una importante empresa del sector de la construcción, Excavaciones HYG.

Este miércoles de dolor, mientras los adultos charlaban, Lucía jugaba con sus primos.

Nadie advirtió el instante en el que la niña, con tres años recién cumplidos, se perdió de la vista. Cuando la echaron en falta, sobre las 23.20 horas, la oscuridad se tragaba a derecha e izquierda los raíles que partían de la pequeña estación de Cercanías. Los padres empezaron a llamarla a gritos y a buscarla por los alrededores del local.

Se sumaron despues otros, vecinos de Álora, de Pizarra, de Alhaurín. Luego llegó la Guardia Civil y repartió chalecos y linternas.

Y la gente, cada minuto más angustiada, se metió por todas partes. Estuvieron así hasta las cuatro de la mañana, pero no encontraron nada y ya al amanecer, con luz, lse concretó la tragedia.

Llegó entonces el mazazo en forma de llamada de la policía alertada por el maquinista que decía que el cuerpo de su hija había sido encontrado exánime a tres kilómetros de donde se perdió.

Dicen que fue un accidente, pero y entre los familiares de Lucia, sus amigos y vecinos se despiertan todas las sospechas, acrecentadas por el conocimiento, muy temprano, de que la niña presentaba un fuerte golpe en el cráneo. ¿Podría haber recorrido una pequeña de tres años esa distancia sola?

Todas las hipótesis se abrían ante la desesperación de la familia. No, no hya dolor más grande que el de esos padres.

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