Nómadas muestran que la cooperación humana es flexible y no fija

Una población nómada de cazadores-recolectores de Tanzania ha revelado que la condición humana como especie cooperativa, uno de los grandes acertijos de la ciencia, es flexible y no fija.

En el ámbito de la biología evolutiva y la supervivencia del más apto, la cooperación es un negocio arriesgado. Sin embargo, los humanos lo hacen en un alcance y una escala incomparables por cualquier grupo en el mundo animal. «Nos involucramos en actos costosos para ayudar a otros», afirma el psicólogo de la Universidad de Pensilvania, Estados Unidos, Coren Apicella.

«Averiguar cómo los humanos se convirtieron en una especie cooperativa a menudo se considera uno de los grandes acertijos de la ciencia. Una solución es asegurar que los cooperadores solo interactúen con otros cooperadores, para que puedan beneficiarse de ese rasgo y que no se aprovechen de ellos los tramposos», añade.

Apicella y los candidatos a doctorado Kristopher Smith y Tomás Larroucau realizaron una investigación con el pueblo hadza de Tanzania, una de las últimas poblaciones nómadas de cazadores-recolectores. Los seis años de trabajo muestran que, año tras año, los cooperadores viven con otros cooperadores, resultados notables a la luz de los patrones de residencia de Hadza. La configuración de su grupo, llamados campamentos, cambia cada seis u ocho semanas, lo que significa que las personas residen con personas diferentes cada año.

Uno de los objetivos del trabajo era aclarar cómo los cazadores-recolectores, conocidos por su organización de vida fluida, mantienen este patrón, según Apicella, profesora asistente de Psicología en la Escuela de Artes y Ciencias. Hay una teoría que apunta a que las personas son consistentemente cooperativas o egoístas; los individuos gravitan hacia aquellos que se comportan de manera similar a ellos mismos, lo que se conoce como homofilia.

Sin embargo, los científicos descubrieron que este no era el caso. El nivel de cooperación de una persona en el último año no predijo su nivel de cooperación en un año futuro. En cambio, la propensión de una persona a cooperar dependía en gran medida de cuánto compartía su nuevo campamento en su conjunto. Los hallazgos, que se publican en la revista ‘Current Biology’, resaltan la capacidad de los humanos para adaptarse a diferentes entornos sociales.

LOS HUMANOS SE SINCRONIZAN CON LAS PERSONAS QUE LES RODEAN

«Hay mucho para ser optimista aquí –dice Apicella–. Las personas son cambiables. No estamos alterados permanentemente por nuestras experiencias en un solo punto en el tiempo. Somos flexibles y estamos en gran medida sincronizados con las personas que nos rodean».

Los datos recopilados de las visitas a 56 campamentos entre 2010 y 2016 conducen a una mayor comprensión de esta faceta de la biología humana. Casi 400 adultos de Hadza de todas las edades participaron en el trabajo con los psicólogos de Penn, jugando lo que se llama un juego de bienes públicos. Es una herramienta que se usa a menudo en contextos similares para determinar cuánto puede contribuir una persona al bien general de un grupo con un costo para sí misma.

En los entornos occidentales, el juego de bienes públicos a menudo incluye dinero. Cada participante recibe una cantidad fija en dólares, por ejemplo, 10 dólares. Cada dólar con el que contribuyen al pozo público se triplica, y el monto resultante se reparte equitativamente entre todos, independientemente de la contribución individual. Las personas mantienen el dinero que no donan.

«Siempre se puede mejorar sin contribuir con nada –dice Smith, un estudiante graduado de Psicología de quinto año–. Los economistas predicen que, en este juego, las personas no deberían contribuir con nada. Pero los humanos no siempre actúan con puro interés propio y, de hecho, muchos contribuyen al bien público».

Para los Hadza, un recurso como la miel, su comida favorita, es más relevante que el dinero. Así que Apicella y Smith jugaron el juego usando el mismo concepto general, pero con pajitas llenas de miel. Cada participante comenzó con cuatro, y todas las que se pusieron para todo el grupo se triplicaron. Sabían de antemano que podían quedarse con lo que no distribuían.

«Hay algunos campamentos en los que todos contribuyen y otros en los que las personas contribuyen muy poco –detalla Smith–. En una población aleatoria, esperaría que todos los campamentos contribuyeran con cantidades similares».

Apicella interpreta que ese comportamiento significa que los Hadza eligen cooperar según las normas del campamento local. Y, ella especula, que debido a que las normas de intercambio son tan poderosas, las personas eligen compañeros de campamento no en función de su nivel de cooperación, sino en su capacidad para producir.

«La comida que llega al campamento se comparte ampliamente –explica esta investigadora–. La forma en que cooperan las personas no importará tanto como la cantidad de alimentos que puedan obtener. Los cazadores o recolectores ineptos no tendrán comida para compartir, independientemente de cuán cooperativos sean».

En términos generales, estos hallazgos apuntan a la importancia de adaptarse a los nuevos entornos locales, así como a la capacidad de los humanos para hacerlo rápidamente. Para los Hazda, eso equivale a campamentos en constante cambio, pero para las poblaciones occidentales, podría significar, por ejemplo, comenzar un nuevo trabajo, casarse y tener una familia o enviar a un niño a una nueva guardería.

«Esto tiene implicaciones importantes para impulsar la cooperación en otros entornos, también –sugiere Apicella–, para los políticos, empleadores, administración escolar: realmente alguien interesado en aumentar el trabajo en equipo entre los miembros individuales «.

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