Es una de las preguntas clave en estos tiempos donde en occidente parece haberse abierto una guerra de sexos. (Cerebro: Una dieta rica en frutas y verduras, moderada en nueces y pescado y baja en carne y lácteos, mejora tu rendimiento)
Existen incontables versiones de dibujos del cerebro de un hombre y una mujer con distintas «regiones» de intereses dibujadas. según recoge Ana Pais en BBC News Mundo
La neurocientífica Daphna Joel muestra uno donde el cerebro masculino tiene dos áreas: «agresión» y «sexo», mientras que el de la mujer marca otros dos centros: «emoción» y «comunicación».
«Esta es una historia muy popular porque nos da una explicación muy simple del mundo en el que vivimos», dice la investigadora en una charla TEDx de 2012.
«Explica por qué las mujeres son más sensibles y emocionales, y los hombres más agresivos y sexuales, por qué la mayoría de los maestros son mujeres y la mayoría de los ingenieros, hombres», agrega.
En definitiva, explica que hombres y mujeres son esencialmente distintos.
Durante siglos, la ciencia incluso ha respaldado estas nociones populares al encontrar cientos de diferencias anatómicas entre los cerebros de hombres y mujeres, que van desde el tamaño hasta la cantidad de materia.
Y sin embargo, asegura Joel, no existe un cerebro masculino y uno femenino.
Que las mujeres tengan el cerebro más chico y los hombres mayores «espacios vacíos» (ventrículos) no hace que unos u otros sean por defecto más inteligentes, o tengan predisposición a ciertos comportamiento o emociones.
En todo caso, concluye la investigadora en la charla, el cerebro es intersexual.
Siete años después, Joel es una referente en temas de género y neurociencia a nivel mundial.
Ha publicado dos influyentes estudios sobre género y cerebro, y en septiembre editará en Estados Unidos su libro Gender mosaic («Género mosaico»).
Sin embargo, Joel reconoce que sus ideas aún no logrado consenso científico.
«En general, la comunidad científica está cambiando la manera en cómo trata el sexo y está aceptando la idea de que no hay cerebros masculinos o femeninos», dice a BBC Mundo.
Pero el proceso está siendo lento y, por momentos, conflictivo.
Es que sus investigaciones no tienen implicaciones exclusivamente neurocientíficas, sino también políticas.
Todo empezó en 2009, cuando Joel preparaba un curso sobre la psicología del género para la Universidad de Tel Aviv, Israel, donde aún trabaja.
«Como soy neurocientífica, leí mucho sobre género, cerebro y la diferenciación sexual del cerebro», cuenta.
«Entonces me encontré con un estudio en animales que mostraba cómo el sexo afecta al cerebro y cómo las diferencias que puedes encontrar entre machos y hembras pueden ser opuestas bajo distintas condiciones».
El experimento en cuestión demostraba que las ratas hembras tenían una mayor densidad de espinas dendríticas en la región cerebral del hipocampo en comparación con los machos.
Más allá de qué hacen estas espinas o el hipocampo en sí, lo interesante es lo que sucedía cuando se sometía a las ratas a un estrés de 15 minutos: la densidad en los machos aumentaba y la de las hembras, disminuía.
Era tal como si las imágenes de sus hipocampos se hubiesen invertido.
«Este fue un descubrimiento muy asombroso porque nunca esperas encontrar que los efectos del sexo cambian según el ambiente», dice Joel.
Al ampliar su investigación encontró que no solo sucedía con las ratas ni solo bajo condiciones de estrés.
En los últimos 50 años, se han publicado más de 50.000 investigaciones que prueban que hombres y mujeres son iguales en áreas que van desde habilidades intelectuales y emocionales, hasta características de personalidad e intereses.
El estudio de Joel publicado en la prestigiosa revista científica PNAS en 2015 confirmó una vez más esta idea.
Su hipótesis era que, si de verdad existe un cerebro masculino y uno femenino, entonces al analizar las imágenes por resonancia magnética de 1.400 cerebros humanos debían encontrar dos cosas:
Una serie de características cerebrales «altamente dimorfas», es decir, que casi no se superpongan entre hombres y mujeres.
Una coherencia interna, o sea, que un cerebro solo tenga características masculinas o solo femeninas.
«Lo que mi estudio muestra es que cada cerebro es un mosaico único de características», explica Joel.
«Algunas características son más comunes en hombres y algunas en mujeres, pero no hay un cerebro masculino o un cerebro femenino, así como sí hay genitales masculinos y genitales femeninos», agrega.
«Puedes hablar sobre las diferencias entre los genitales masculinos y femeninos -dice-, pero este concepto no tiene ningún significado cuando hablas sobre el cerebro, porque solo por saber la categoría sexual de dos personas, no puedes inferir de antemano en qué sentido sus cerebros serán similares y en qué sentido, distintos».
En el mismo paper, los investigadores encabezados por Joel también analizaron rasgos de personalidad, actitudes, intereses y comportamientos de más de 5.500 individuos y llegaron a la misma conclusión: no existen dos categorías separadas de cerebros.
Por eso ella usa la idea del cerebro como un mosaico.
Pero no siempre es así.
Si bien la mayoría de las personas tienen cerebros «mosáiquicos», dice Joel, sí existen diferencias entre hombres y mujeres cuando se trata de «tipos raros de cerebros», es decir, poco frecuentes en el total de la población.
El autismo, por ejemplo, es una condición neurológica que afecta tres veces más a los varones que a las niñas.
En este sentido, el año pasado publicó un nuevo estudio en Frontiers in Human Neuroscience donde analizó la estructura de más de 2.700 cerebros y probó que «lo que es típico del cerebro femenino también es típico del masculino y viceversa».
Solo es posible «encontrar diferencias grandes en la prevalencia de algunos tipos de cerebros raros», sostiene.
Simon Baron-Cohen es uno de los investigadores que no está de acuerdo con estas conclusiones.
Para el psicólogo y docente de la Universidad de Cambridge, Reino Unido, existen estudios que demuestran que, en promedio, los hombres son mejores en el análisis de sistemas y las mujeres, en empatizar con las personas.
En este sentido, asegura que el autismo, su área de especialización, es una «versión extrema» del típico cerebro masculino.
Y aunque Baron-Cohen -quien hace poco debatió sobre género y cerebro en la Royal Institution de Londres- defiende que existen diferencias naturales entre hombres y mujeres, también destaca la importancia de no discriminar en base al género.
Pero la ciencia, a pesar de su chapa de objetividad, no está exenta de sexismo. O neurosexismo.
«Desde sus inicios la ciencia fue usada y abusada para justificar injusticias, especialmente la rama de la neurociencia», dice Joel.
«Fue usada para justificar el maltrato hacia las personas negras, con estudios tratando de demostrar que la inteligencia de los hombres blancos era distinta y superior a la de los hombres negros. También hubo estudios sobre el cerebro de hombres y mujeres, de pobres y ricos», continúa.
Por eso, los críticos del trabajo de Joel suelen tacharlo de político.
«Si se refieren a que mi investigación tiene consecuencias políticas, sí, tiene», responde al respecto.
«Los estudios que afirman que hay diferencias entre los cerebros de hombres y mujeres suelen ser usados políticamente para justificar tratos injustos o discriminatorios entre hombres y mujeres», dice.
«Entonces, en este sentido, nuestro estudio erradica la base (científica) para hacerlo».
¿Y qué si se equivoca? Joel asegura que no debería importar.
Si de verdad existiese un cerebro masculino y otro femenino («y no hay buenas evidencias de que sea así», repite), y por ejemplo, los hombres efectivamente fueran más agresivos o las mujeres más empáticas por naturaleza, no deberíamos aceptarlo como una verdad irremediable o discriminar en base a ello.
«El hecho de que algo sea natural no quiere decir que como sociedad debamos apoyarlo o celebrarlo», asegura Joel.
No en vano, «como dijo (Sigmund) Freud, la mayor parte de nuestra cultura busca oponerse a nuestra naturaleza».