Cuando George Orwell describió el "Ministerio de la Verdad" en su novela "1984", utilizó la Casa del Senado de la Universidad de Londres como su modelo

Así fue la operación secreta que se llevó a cabo en el «Ministerio de la Verdad» de George Orwell durante la Segunda Guerra Mundial

Así fue la operación secreta que se llevó a cabo en el "Ministerio de la Verdad" de George Orwell durante la Segunda Guerra Mundial
Así fue la operación secreta que se llevó a cabo en el "Ministerio de la Verdad" de George Orwell durante la Segunda Guerra Mundial BBC

Además de cronista, crítico de literatura y novelista, Orwell es uno de los ensayistas en lengua inglesa más destacados de los años treinta y cuarenta del siglo XX. Sin embargo, es más conocido por sus dos novelas críticas con el totalitarismo y publicadas después de la Segunda Guerra Mundial, Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1949) según wp, escrita en sus últimos años de vida y publicada poco antes de su fallecimiento, y en la que crea el concepto de «Gran Hermano», que desde entonces pasó al lenguaje común de la crítica de las técnicas modernas de vigilancia.

La «enorme estructura piramidal de hormigón blanco brillante» en Bloomsbury había sido el Ministerio de Información durante la Segunda Guerra Mundial, según recoge el autor original de este artículo Sean Coughlan en BBC y comparte Francisco Lorenson para Periodista Digital.

Era un edificio que Orwell conocía bien, sobre todo porque su esposa Eileen O’Shaughnessy trabajaba allí en el departamento de censura.

Pero esa no era la operación secreta que se realizaba en la Casa del Senado.

El Ministerio de Información quería saber qué estaba pensando la población.

¿Cómo respondía la gente a los bombardeos? ¿Qué rumores circulaban? ¿Qué irritaba realmente al público?

Para averiguarlo, primero a diario y luego semanalmente, los oficiales de inteligencia locales de todo el país recopilaban un informe que le informaba a la Casa del Senado sobre lo que la gente decía en bares, tiendas, lugares de trabajo y refugios antiaéreos.

Cuando una ciudad era arrasada, los agentes de inteligencia llegaban poco después a escuchar lo que la gente decía en las calles bombardeadas y a percibir el estado de su moral.

Todos esos informes, que rastrean cambios en el estado de ánimo público, están siendo puestos a disposición en línea.

El historiador Simon Eliot ha estado investigando este archivo de «inteligencia doméstica» y dice que esa información recolectada alteró fundamentalmente cómo se libró la guerra en el frente interno.

«La gente decía: ‘Queremos la verdad, incluso si es mala. Queremos que nos traten como adultos'», señala el Eliot, quien trabaja precisamente en la Casa del Senado, sede de la Escuela de Estudios Avanzados de la Universidad de Londres.

«El Ministerio de Información rápidamente se dio cuenta de que eso era crítico».

«Lo que se nota con mucha fuerza en el sentir de la gente es: ‘No nos subestimes, no nos trates como niños. Nos sentiremos mucho mejor si sabemos dónde estamos parados».

La respuesta del gobierno fue inmediata: los carteles que parecían inverosímilmente presumidos o propagandísticos fueron retirados de las calles.

Sin divulgar secretos militares, se intentó ser lo más abierto posible con las noticias y proporcionar información accesible sobre cómo y por qué se estaba librando la guerra.

Eliot señala que los informes sobre la moral de la población muestran una notable confianza en la victoria final, pero también un público que esperaba ser tratado como un socio en el esfuerzo bélico.

Tras un bombardeo en la ciudad Portsmouth, por ejemplo, los informes de inteligencia advirtieron de «desconfianza e indignación», no por la destrucción, sino porque la extensión del daño se había minimizado en los informes de noticias.

Si bien desde la perspectiva militar prevalecía el instinto de dar menos información, los informes mostraron enojo público si la severidad de los ataques, que habían presenciado con sus propios ojos, parecía ser pasada por alto.

Cuando las autoridades trataron de evitar que se leyeran unos panfletos que los nazis lanzaron, la gente se molestó.

«No porque les creyeran», aclara Eliot, «sino porque querían enterarse de cuál era el punto de vista de los nazis».

A pesar de la intensa preocupación sobre cómo las poblaciones civiles enfrentaría los ataques aéreos, los informes de inteligencia mostraron que, en lugar de socavar la moral, parecían tener el efecto contrario, pues fortalecían la determinación de luchar y profundizaban la hostilidad hacia el enemigo.

Sin embargo, había tensiones.

Los reportes hablan de «amargura por diferencias de clase» con víctimas de los bombardeos en el East End de Londres -la zona que en ese entonces era más popular- amenazando con marchar al West End -más afluente- «para tomarse los hoteles y clubes».

También preocupaba lo que pasaba durante y después de los bombardeos, con informes de «inmoralidad flagrante en los refugios» y advertencias sobre posibles saqueos.

Algo que aparece frecuentemente en los informes es la persistencia del antisemitismo.

Los analistas de la época lo interpretaron como un «chivo expiatorio como una salida para perturbaciones emocionales»; no obstante, fue considerado un problema tan serio como para que se encargara un informe por separado.

Ese estudio encontró ejemplos de prejuicios contra el pueblo judío, incluidos los refugiados de la Europa ocupada por los nazis, en casi todas las 12 divisiones regionales investigadas por los servicios de inteligencia.

Pero en otros casos había signos de tolerancia.

Cuando Estados Unidos entró en la guerra, el Ministerio encontró una fuerte oposición pública a cualquier discriminación contra los militares negros

Por ser documentos secretos, destinados a una circulación muy limitada, los informes de los agentes de inteligencia podían llegar a ser contundentes en sus evaluaciones.

«Plymouth como centro comercial y de negocios de una región rural próspera ha dejado de existir», declara uno tras un ataque aéreo.

«Las condiciones de vida ahora son casi imposibles y hay una gran sensación en las áreas de los muelles de estar viviendo en una isla rodeada de fuego y destrucción», decía un informe sobre el bombardeo de los muelles de Londres.

Otra cosa que los recolectores de inteligencia querían saber era cómo veía el público al enemigo y si había sed de venganza.

Encontraron que cuando la gente veía -por ejemplo- fotos de mujeres francesas acusadas de colaborar con los nazis con la cabeza afeitada por las turbas, esto iba en contra del estado de ánimo público.

Un informe de septiembre de 1944 describió que la reacción de la gente era que precisamente esos eran los «métodos sádicos de castigo» contra los que estaban luchando.

Con las noticias oficiales controladas, los informes de inteligencia se centraron regularmente en los rumores que circulaban.

Hubo temores de invasión, especulación sobre armas secretas, agentes dobles y disfraces y en Newcastle se contaban historias sobre mensajes escritos en alemán en las aceras.

Eliot apunta que además de la determinación de ganar la guerra, los informes dejan en evidencia el profundo deseo de la gente por ganar la paz, a través de constantes informes sobre familias que anhelaban un futuro mejor y más justo.

El Ministerio de Información, agrega Eliot, se dio cuenta de que si las personas pensaban que estaban luchando por un futuro más democrático, eso tenía que reflejarse en la manera en la que se presentaban las noticias sobre la guerra.

Tenían que ser fundamentalmente diferentes a la manera en que lo hacían los regímenes de la Alemania nazi y la Rusia soviética que dieron forma a la visión de Orwell de un Ministerio de la Verdad.

Un locutor de la BBC fue descrito como: «Demasiado pomposo y pesado, casi como si los nazis ya se hubieran apoderado del país».

Pero no se trataba sólo de la forma sino también del contenido.

«Lo que pensaron fue: ‘Tenemos la verdad de nuestro lado, la usaremos como arma. Y no podemos hacer lo mismo que los alemanes o los rusos'», explica Eliot.

«Estaban defendiendo una sociedad abierta, y en gran medida siguió siendo una sociedad abierta.

«Hasta donde fue posible, divulgaron la información que tenían las autoridades.

«Había una clara sensación de que se estaba luchando la guerra por la libertad, la democracia y la verdad, y esas cosas eran indivisibles».

 

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