El eje de la Tierra es una línea imaginaria alrededor de la cual el planeta gira, y pasa por los polos norte y sur.
Su inclinación es responsable de las estaciones del año.
Ese eje experimenta cambios a lo largo del tiempo debido a diversos factores, como la distribución desigual de la masa en la Tierra, como resultado de fenómenos naturales como el deshielo de glaciares y cambios en la distribución del agua.
Este fenómeno se llama «precesión» y provoca que el eje de la Tierra describa un movimiento cónico, como el giro de un trompo, con un período de alrededor de 26,000 años.
Son procesos naturales que ocurren a lo largo de escalas de tiempo geológicas y no tienen un impacto significativo en las condiciones de vida a corto plazo.
Existe, eso si, la posibilidad de que la Tierra se «volquee» o experimente un cambio dramático en su orientación axial, aunque no es probable en un futuro cercano.
UN VUELCO PLANETARIO
Los científicos acreditan una inclinación planetaria en el pasado de la Tierra, en la que la capa exterior sólida del planeta pudo tambalearse o incluso volcarse en relación con el eje de rotación.
La nueva investigación, dirigida por el Earth-Life Science Institute (ELSI), explica las condiciones en que se llegó a producir el fenómeno conocido como ‘desplazamiento polar’: el movimiento de un polo en relación con un marco de referencia fijo.
La Tierra es una bola estratificada, con un núcleo interno de metal sólido, un núcleo externo de metal líquido y un manto sólido y una corteza predominante en la superficie en la que vivimos.
Todo esto gira como una peonza, una vez al día.
Debido a que el núcleo externo de la Tierra es líquido, el manto y la corteza sólidos pueden deslizarse sobre él.
Las estructuras relativamente densas, como las placas oceánicas subductoras y los volcanes masivos como Hawai, prefieren estar cerca del ecuador.
A pesar de este desplazamiento de la corteza, el campo magnético de la Tierra es generado por corrientes eléctricas en el metal líquido de convección Ni-Fe del núcleo exterior. En escalas de tiempo prolongadas, el desplazamiento del manto y la corteza suprayacentes no afecta el núcleo, porque esas capas de roca suprayacentes son transparentes al campo magnético de la Tierra.
Por el contrario, los patrones de convección en este núcleo externo se ven obligados a bailar alrededor del eje de rotación de la Tierra, lo que significa que el patrón general del campo magnético de la Tierra es predecible, extendiéndose de la misma manera que las limaduras de hierro alineadas sobre una pequeña barra magnética.
Por lo tanto, estos datos brindan información excelente sobre la dirección de los polos geográficos norte y sur, y la inclinación da la distancia desde los polos (un campo vertical significa que estás en el polo, horizontal nos dice que estaba en el ecuador).
Muchas rocas registran la dirección del campo magnético local a medida que se forman, de la misma manera que una cinta magnética graba su música.
Por ejemplo, los diminutos cristales del mineral magnetita producida por algunas bacterias en realidad se alinean como pequeñas agujas de una brújula y quedan atrapados en los sedimentos cuando la roca se solidifica.
Este magnetismo «fósil» se puede utilizar para rastrear dónde se desvía el eje de rotación en relación con la corteza.
Un debate particularmente acalorado ha sido sobre los eventos durante el Cretácico Superior, hace unos 84 millones de años.
Durante las últimas tres décadas, los geofísicos han estado yendo y viniendo a través de argumentos públicos en la revista Science, y en numerosas reuniones, sobre si ocurrió un gran evento de verdadera deriva polar en el Cretácico.