Poca gente recuerda que el dramaturgo Alfonso Sastre, cuyo nombre reapareció por liderar Iniciativa Internacionalista, una candidatura filoetarra a las elecciones europeas, era una gloria teatral del antifranquismo durante el franquismo.
Desde la muerte del dictador la atención hacia Alfonso Sastre se agotó y lo abandonó, como diciéndole que sin Franco ya no era nadie. Afirmaba irónicamente Manuel Vázquez Montalbán que “contra Franco vivíamos mejor”.
Porque si mira atrás a sus 82 años actuales, Alfonso Sastre verá que en ausencia de un déspota su teatro es aburrido y prescindible, como el de todo imitador: tenía complejo de Jean-Paul Sartre, revolucionario francés que, con excepción de sus nueve meses como prisionero de guerra, vivió felizmente bajo los nazis en París desde 1941, como él bajo Franco en Madrid.
Con menos de 20 años, en 1943, había creado el grupo teatral “Arte Nuevo” con otras figuras jóvenes también revolucionarias, más acomodaticias después, como Madarno Fraile, cuya figura literaria perdurará, aunque no como antifranquista, y Alfonso Paso, autor teatral de mayor éxito y mejor acomodo bajo aquél régimen.
Sastre siempre estrenó sus trabajos, aunque enseguida se los censuraban. Lo que provocaba mayor interés: sus textos se interpretaban con discreción hasta en colegios de frailes progres, ¡quién lo diría!
La dictadura le permitió editar buena parte de su obra, incluyendo ensayos que eran una biblia para los jóvenes antifranquistas, como “La revolución y la crítica de la cultura” (Grijalbo, 1970). El cronista acaba de releerlo: lo que antes parecía un análisis riguroso, con más edad y experiencia resulta infantil, fatuo, ciegamente dogmático.
A finales del franquismo Sastre fue a vivir a Guipúzcoa acercándose a ETA, y su mujer, Eva Forest (1928-2007) estuvo encarcelada por su relación con atentados de la banda.
Lo que queda de quien fue guía de una generación es, solamente, una candidatura proterrorista, que es por si misma la última reminiscencia franquista.
