(PD).- Dice que su vida estaba marcada y su biografía lo demuestra, porque Luigi Cianti, de 64 años, y que hace quince decidió donar toda su fortuna, valorada en unos cinco millones de euros, para convertirse en peregrino del mundo tras fallecer su esposa, se crió en un orfanato de Roma, donde lo abandonó su madre nada más nacer.
De ahí su interés en «dar todo el dinero que tenía para quien lo necesita». ¿Su meta? Ser solidario. ¿Su mensaje? Ayudar a quien no tiene nada. «Nací así y así quiero vivir».
Cuenta Santiago Ramón G. Balado en El Correo Gallego que este italiano trotamundos acaba de batir el guinness de compostelas, al alzarse con el 31 certificado por haber hecho el Camino de Santiago.
Aunque figura en el libro de récords mundial por los kilómetros que ha recorrido a pie, y que le han llevado por cuatro continentes, Luigi asegura que no sabe cuántos ha recorrido.
«Lo único que puedo decir es que llevo caminando desde hace quince años, cuando perdí a mi mujer, Daniela, y que mi meta no acaba aquí, sino que seguiré hasta que el cuerpo aguante».
Movido por la fe cristiana, el primer camino espiritual que hizo le llevó de Roma a Jerusalén. Después no ha parado de caminar. Sus gastadas botas han pisado desde Polonia hasta Norteamérica, pasando por Sudáfrica y llegando hasta la lejana India.
Su vida está llena de luces y sombras. Pasó su niñez y adolescencia en un orfanato. Después, mientras hacía la mili en Italia, se sacó el carné de camionero y fue ahí donde cambió su vida. «Empecé a trabajar en la empresa Gallardi, una de las más importantes de Italia, y que tenía una gran flota de camiones Volvo».
El destino quiso que se enamorase de la hija del jefe.
«Fue un flechazo, nos casamos poco después, y nació nuestro hijo Daniel». Dice que fueron 25 años «llenos de felicidad», que se vio truncada por una cruel enfermedad. «Daniela murió de cáncer hace quince años», recuerda con lágrimas en los ojos.
Y ello pese a que desde hace cinco comparte su vida con la asturiana Pilar Caldevilla, una mujer llena de positivismo que le ha contagiado a lo largo de estos años y de los cientos de kilómetros que han compartido.
«La muerte de Daniela me dejó hundido, caí en una depresión horrible que me llevó al mundo de las drogas. Un día, tras cinco sin dormir, tuve un accidente y cuando desperté me miré en el espejo del coche y dije: esto no puede seguir así, tengo que cambiar de vida». Fue dicho y hecho. Donó su fortuna y con los bolsillos vacíos comenzó a peregrinar.
Su primer viaje, de Roma a Jerusalén, no pasó desapercibido, ya que el Papa Juan Pablo II, tras conocer su generosa donación a los huérfanos, hizo llegar un certificado a todos los cleros del mundo para que abriesen sus puertas a Luigi.
Asegura que en estos tres lustros ha conocido a ricos y pobres y que, a pesar de que «de todo hay en la viña del Señor, puedo decir que los que menos tienen son siempre los más generosos. Jamás, en estos años, he dormido a la intemperie y nunca me ha faltado qué comer. La gente, sobre todo la más humilde, es la que más ayuda. Todos deberíamos dar ejemplo», sentencia.
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