Ha muerto el gran Arturo Fernández. El caballero del ‘chatín, yo inventé las faltas de ortografía’ y que se reía de su edad, comentando jocoso que había sido él, quien dio la caja de cerillas a Nerón, para el incendio de Roma.
El actor, que tenía ya 90 años, estaba ingresado desde hace unos días en un hospital de Madrid y ha informado de su fallecimiento, en un urgente, Carlos Herrera poco después de las 8 de la mañana de este jueves 4 de julio de 2019.
Era la tercera vez en este año que tenía que ser ingresado: primero sufrió problemas de estómago y después se rompió una pierna en una aparatosa caída, el pasado mes de mayo, que le obligó a cancelar sus compromisos profesionales.
Como escribía ha unos meses Manuel Roman en ‘Chic’, se había convertido en tópico referirse a Arturo Fernández como «el eterno galán».
Pero la realidad es que el gran actor seguía siéndolo en la escena española, con 9 décadas muy bien llevadas a la espalda.
Cuando contrajo matrimonio religioso con la catalana Isabel Sensat, el 22 de marzo de 1967 –hace, por tanto, medio siglo- ya era uno de los más populares actores, de aquellos a los que las mujeres no quitan de vista.
Pero dejó la vida algo golfa que llevaba porque se había enamorado profundamente de aquella dama, muy elegante, de gran distinción, que es algo que siempre ha tenido en cuenta el asturiano a la hora de fijarse en una fémina.
Pero después de tener tres hijos, de dar la impresión que su vida familiar iba viento en popa, surgió la ruptura definitiva. Nunca, ninguno de los dos y mucho menos él, tan discreto en esos asuntos del corazón, quiso explicar el por qué de aquel adiós.

El actor español Arturo Fernández.
En realidad, este gijonés nacido en el invierno de 1929 (al que su padre, un anarquista de la CNT, ferroviario, que hubo de exiliarse tras la guerra, había inscrito en el Registro Civil unos meses después, del año siguiente) adoró siempre al género femenino.
Luego de una vida dura, de hambre durante la postguerra, en donde hubo de trabajar en insólitas ocupaciones y hasta fue boxeador ocasional, se largó a los Madriles tras las faldas de una mujer casada, diez años mayor que él, sin la cual, la vida se le antojaba insoportable. Eso, a los veintiún años, con muy pocos duros en el bolsillo.
No ha olvidado la fecha: el 9 de septiembre de 1950. Llegó como un paleto a la estación del Norte, mirando a diestro y siniestro.
Acabó alojándose en una pensión, calle de León, número 1. Sin remota idea de cómo ganarse las habichuelas. Husmeando, alguien le dijo que podía sacarse algo de dinero si iba como figurante al rodaje de una película. No tuvo que decir «ni mu».
Le dieron sesenta pesetas por hacer de carcelero. Y ahí comenzó su aventura en el cine.
Mujeres no le faltarían nunca. Prefería ir bien vestido, con un buen terno que pagaría a plazos, a cambio de comer menos o no cenar. Como un pincel. Se lo rifaban.

Arturo Fernández estuvo 37 años unido a Carmen Quesada.
Contaba el periodista cordobés Rafael González Zubieta, ya fallecido, que Arturo Fernández conoció a Lupe Sino en 1959, cuando ella regresó de México, doce años después de la trágica muerte de quien había sido su amor, Manuel Rodríguez «Manolete».
Se había casado otra vez en tierras aztecas pero le fue mal.
Y en Madrid anduvo en amores con Arturo Fernández, quien ya había rodado en Barcelona estimables películas del cine negro: «Rapsodia de sangre», «Un vaso de whisky», «Distrito quinto» y «Las chicas de la Cruz Roja», «La fiel infantería», «La casa de la Troya» en un papel estelar…
Por lo visto el encuentro entre el actor y quien fuera la apasionada novia del torero cordobés, fue de amor a primera vista. Aunque terminara de manera dramática. Conducía Arturo un coche deportivo propiedad de Lupe Sino cuando en las inmediaciones de Puerta de Hierro tuvieron un serio accidente, del que resultó seriamente herida ella.
Seis días más tarde, el 13 de septiembre de 1959, fallecía a consecuencia de un derrame cerebral.
Otras mujeres conocidas en la vida sentimental de Arturo Fernández fueron las actrices Lea Massari, María Asquerino (Maruja, por aquella época) y hasta Carmen Sevilla, aunque con ésta fue un simple «roneo», que dicen los andaluces, sin mayor importancia que besos robados y toqueteos.
Con su colega Carlos Larrañaga, el otro gran galán de su misma generación, vivió constantes aventuras entre los años 50 y parte de los 60. Disputaban a ver quién de los dos ligaba más y se quitaban novias cuando la ocasión les era propicia.
Se cuenta que el paisano de don Pelayo fue invitado por una conocidísima Duquesa. Y que protagonizaron una cálida relación, sin que pudiera testificarse con fotografías. Tampoco nadie se hubiera atrevido, de ser verdad el chisme. Dijeron que se veían a hurtadillas, a veces en un hotel. Y sí que hubo más roces con mujeres, sobre todo ya divorciado de su esposa. Y siempre con absoluta discreción; que Arturo Fernández jamás dio un escándalo.
Con la dignidad de un caballero que nunca ha hablado de sus conquistas, algunas casadas y otras que lo han estado después. No era cosa de sembrar discordias en ninguna familia.
Como tampoco accedió a escribir sus memorias donjuanescas, ni por todo el oro del mundo que le ofrecieran, en forma de talones bancarios con varios ceros.
Era Arturo Fernándes un señor que se cuidaba, y aunque no le fuera eso de hacer deporte para estar en forma, lo que hacía era no excederse en las comidas.
Prefería pasar hambre con tal de seguir exhibiendo buen tipo.
Descanse en paz.