Fue la ciudad castellana de Segovia el escenario de los primeros y más violentos incidentes que propiciaron la Guerra de las Comunidades de Castilla, a la vez que jugó un papel esencial en otros episodios fundamentales de la revolución.
Durante la primavera de 1520, el reino de Castilla era un polvorín a punto de estallar. 20 años de gobiernos títere dirigidos desde Flandes, una Corte cada vez más copada por flamencos que no conocían las costumbres castellanas, 20 años de reclusión en el convento de Santa Clara de Tordesillas de la heredera legítima al reino, la reina Juana de Castilla y muchos años en los que se echaba de menos una presencia física del rey Carlos I, que fue criado en el corazón de Europa, ajeno a las costumbres castellanas, hacían del clima político un problema de primer orden.
La reunión de las Cortes de Castilla en La Coruña en abril de 1520 mostró una oposición total de la mayoría de procuradores a la subida escandalosa de impuestos con los que la corona pretendía sufragar los inmensos gastos derivados del capricho real de proclamarse Emperador del Sacro Imperio Romano por parte del monarca.
El 29 de mayo, cuando se trataba una reunión con el objeto de dar a conocer los nuevos impuestos locales, ante las airadas acusaciones e insultos que profirieron contra la corona, uno de los alguaciles de la ciudad, Hernán Melón, reprochó a los allí presentes su manera de actuar y amenazó a varios de los asistentes, lo que hizo saltar a la muchedumbre, por lo que fue molido a palos y posteriormente ahorcado a la afueras de la ciudad, al igual que a uno de sus compañeros que corrió igual suerte.
Alcazar de Segovia, escenario del sitio de la ciudad.
Al día siguiente, 30 de mayo, Rodrigo de Tordesillas, procurador de la ciudad, que acababa de regresar de La Coruña de participar en las Cortes donde se aprobaron las subidas de impuestos y las nuevas cargas fiscales, se presentó en el atrio de San Miguel, lugar de reunión del Ayuntamiento de la ciudad, para dar cuenta de su actuación y fue entonces cuando corrió la misma suerte que los alguaciles la noche anterior, le arrastraron con una soga al cuello hacia la cárcel pero, al morir antes de llegar, acabó colgado por los pies junto a ellos
El Consejo Real, tomó cartas en el asunto y envió a Rodrigo Ronquillo, junto a un pequeño ejército de mil soldados a la ciudad del acueducto con el objeto de administrar justicia por los hechos acaecidos y para hacer sentir a sus gentes el implacable peso de la ley, pero no pudo entrar en la ciudad, puesto que sus vecinos se habían levantado en armas y durante los meses de junio, julio y agosto, puso sitio a la ciudad.
Grabado de la antigua ciudad de Segovia.
Fue entonces cuando desde Segovia solicitaron al resto de ciudades que se habían alzado ayuda para poner fin al sitio de la ciudad. La ciudad de Toledo puso en pie de guerra un ejército de 1000 hombres y 100 jinetes, a cuyo frente marchaba Juan de Padilla, desde Madrid enviaron a 500 hombres dirigidos por Pedro Zapata y consiguieron levantar el sitio de Segovia, obligando al ejército Imperial a emprender la huida para no entablar batalla con los Comuneros y tuvieron que retirarse a Arévalo sin conseguir su objetivo.
Fue entonces cuando Ronquillo, junto al Capitán General del Ejército Imperial, Alonso de Fonseca, se desplazaron a Medina del Campo con la intención de hacerse con las piezas de artillería que en esos momentos guardaba la fortaleza del Castillo de la Mota y llevarla a Segovia para asediar y sitiar de nuevo la ciudad.
Ronquillo y Fonseca, como ya contamos en el episodio de “La Quema de Medina”, provocó un incendio que dejó arrasada la Villa de Medina, pero aun así se fueron sin los cañones ni la munición con los que poder volver a sitiar Segovia con garantías de victoria.
Estatua de Juan Bravo, en la Plaza de Medina del Campo de Segovia.