En pleno solsticio de invierno, cuando Stonehenge se prepara para recibir a druidas y curiosos que celebrarán el día más corto del año, un nuevo hallazgo científico ha sacudido los cimientos de lo que creíamos saber sobre este icónico monumento megalítico.
La piedra del altar, una roca azulada de cinco metros de largo y seis toneladas, no proviene de Gales como se pensaba, sino de la cuenca de las Orcadas, en el extremo norte de Escocia, a más de 700 kilómetros de distancia.
Este descubrimiento, publicado en la prestigiosa revista Nature, ha dejado boquiabiertos a los expertos.
El profesor Richard Bevins, de la Universidad de Aberystwyth, no escatima en expresar su asombro: «Este hallazgo es realmente extraordinario, ya que da un vuelco a lo que se había pensado durante el siglo pasado».
Y no es para menos, pues la idea de transportar una roca de seis toneladas a lo largo de 750 kilómetros hace 5.000 años parece más propia de un relato de ciencia ficción que de la realidad arqueológica.
Pero, ¿cómo llegó esta colosal piedra desde las Orcadas hasta las llanuras de Salisbury?
La teoría del transporte terrestre queda descartada, dadas las condiciones del Neolítico.
¿Quizás fue arrastrada por glaciares?
Tampoco. Los investigadores se inclinan por una opción que, si bien parece más plausible, no deja de ser impresionante: el transporte marítimo. Imaginen por un momento a nuestros ancestros neolíticos convertidos en una suerte de vikingos prehistóricos, navegando con una roca de seis toneladas a cuestas.
Si esto no es material para una superproducción de Hollywood, no sé qué lo será.
Pero el misterio no se detiene en el «cómo», sino que se extiende al «por qué».
¿Qué motivó a estas comunidades prehistóricas a embarcarse en semejante odisea pétrea?
Algunos expertos sugieren razones simbólicas, posiblemente relacionadas con el origen de la piedra en Orkney, un asentamiento neolítico culturalmente avanzado. Stonehenge pudo haber sido un centro de reunión y ritual, un lugar de integración social que, con el tiempo, perdió su relevancia con la llegada de la Edad del Bronce.
Esta teoría del «lugar unificador» cobra fuerza cuando consideramos la alineación astronómica del monumento. El eje de Stonehenge está perfectamente alineado con el sol naciente en el solsticio de verano y con la puesta de sol en el solsticio de invierno.
Esta precisión astronómica ha llevado a muchos a especular sobre su función como calendario gigante. Sin embargo, el profesor Juan Antonio Belmonte, del Instituto de Astrofísica de Canarias, nos baja de la nube calendárica: «Una primera elaboración del calendario de 365 más 1 día está documentada en Egipto solo dos milenios después de Stonehenge».
Entonces, ¿qué era Stonehenge? ¿Un centro ceremonial? ¿Un observatorio astronómico primitivo? ¿Un símbolo de poder?
¿O quizás, como algún bromista ha sugerido, la primera rotonda de la historia? Lo cierto es que, a medida que avanza la ciencia, el misterio de Stonehenge parece crecer en lugar de disiparse.
Este año, tras el paréntesis pandémico, Stonehenge volverá a abrir sus puertas para el solsticio de invierno. El English Heritage ha anunciado que el monumento recibirá visitantes la mañana del 22 de diciembre para presenciar la salida del sol. Eso sí, con estrictas medidas de seguridad anticovid. Porque si algo hemos aprendido en estos últimos años es que, frente a los misterios de la naturaleza y la historia, más vale prevenir.
Mientras tanto, los científicos continúan su labor detectivesca. Utilizando técnicas de vanguardia como la datación de granos minerales y la espectrometría de masas, buscan crear una «huella dactilar geológica» que nos permita comprender mejor el origen y la evolución de este enigmático monumento.
En definitiva, Stonehenge sigue siendo un recordatorio tangible de nuestra fascinación por lo desconocido. Cada nueva teoría, cada nuevo descubrimiento, nos acerca un poco más a nuestros ancestros, a sus motivaciones y capacidades. Y quizás, en el proceso, aprendamos algo sobre nosotros mismos.
Porque, al fin y al cabo, ¿no somos todos un poco como esas piedras de Stonehenge? Arraigados en nuestro lugar, pero con un origen misterioso y un propósito que no siempre comprendemos del todo. La diferencia es que nosotros, a diferencia de las piedras, podemos seguir buscando respuestas.
Curiosidades sobre Stonehenge:
- Las piedras más grandes de Stonehenge, conocidas como sarsens, pesan alrededor de 40 toneladas cada una.
- Se estima que la construcción de Stonehenge requirió más de 30 millones de horas de trabajo.
- Contrario a la creencia popular, Stonehenge no fue construido por los druidas. El monumento es aproximadamente 2.000 años más antiguo que la cultura druídica.
- Hasta la década de 1970, los visitantes podían tocar e incluso llevarse pequeños fragmentos de las piedras como recuerdo.
- En la década de 1920, el propietario de Stonehenge vendió el monumento en una subasta por 6.600 libras esterlinas.
- Existen teorías que sugieren que Stonehenge pudo haber sido un lugar de curación, similar a un «Lourdes prehistórico».
- Durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno británico utilizó el área alrededor de Stonehenge para entrenamiento militar, causando daños accidentales al monumento.