Los mapas como «propaganda y arte», una exposición de la Biblioteca Británica

Los mapas como "propaganda y arte", una exposición de la Biblioteca Británica
. Agencia EFE

Los mapas han ocupado siempre un lugar muy especial en los recuerdos de nuestra infancia: ¿Quién, al menos de las viejas generaciones, no conserva una foto escolar de niño con un mapa al fondo?

Desde las aulas de las universidades medievales hasta las paredes de las escuelas de los dos siglos pasados, los mapas exhibidos tenían que ser claros, con líneas bien marcadas y bloques de colores para que pudieran ser vistos desde los últimos pupitres.

Pero, como bien pone de relieve la exposición que acaba de inaugurarse en la Biblioteca Británica y estará abierta hasta el 19 de septiembre, los mapas son más que un instrumento educativo, pues pueden transportar «poderosos mensajes de propaganda e incluso adoctrinamiento».

«Mapas magníficos: Poder, Propaganda y Arte» se titula la exposición, que ofrece una ocasión única de ver una colección de obras maestras de la cartografía sobre papel, pergamino, madera o incluso mármol -un viejísimo fragmento de plano de Roma- además de globos terráqueos, celestes y tapices.

El centenar de piezas, todas ellas extraordinarias, han sido seleccionadas de entre los cuatro millones y medio de mapas de la colección cartográfica que se conserva en la veterana institución, sin duda la mayor colección de mapas de cuantas existen en el mundo.

Las piezas exhibidas, que datan desde el año 200 de nuestra era hasta la actualidad, nos asombran hoy tanto por su elaboración artística como, en muchos casos, también por su tamaño extraordinario.

Uno de los más antiguos es el diminuto mapa de un salterio, de 9 centímetros de diámetro y que situaba el jardín del Edén al Este aunque en la parte superior -la más próxima al cielo-, especie de enciclopedia visual con datos de la historia antigua y moderna, además de etnográficos y geográficos.

Muchos mapas fueron, sin embargo, creados para ser exhibidos en las galerías de los palacios renacentistas o barrocos. En muchos casos sus mismas proporciones impedían examinarlos en detalle y su principal misión era en cualquier caso impresionar a los visitantes.

Ya desde el Renacimiento, con las luchas de religión, pero también con los descubrimientos de nuevas tierras por los navegantes ibéricos y luego holandeses e ingleses, los mapas debían mostrar los dominios, lo mismo reales que anhelados del monarca de turno.

Entre los más interesantes figura una copia fiel, realizada en Inglaterra en 1804, de un gran mapamundi sobre pergamino (239 por 229 centímetros) de 1450 creado por un monje veneciano llamado Fran Muario, que muestra ya los primeros descubrimientos portugueses en África y en el que el Paraíso Terrenal ya no está simplemente al Este sino fuera del mundo.

De mas de un siglo después data el mapa de América elaborado por el cartógrafo español Diego Gutiérrez, que refleja la gloria del imperio español del Nuevo Mundo y representa al rey Felipe II como Neptuno surcando las olas de la Mar Océana y rodeado de todo tipo de monstruos marinos.

Una de las joyas de la exposición es una monumental -133 por 281 centímetros- y detallada vista a ojo de pájaro de Venecia de Jacopo de’ Barbari, fechada en 1500, que celebra el poder de esa República y estuvo en las colecciones de Enrique VIII de Inglaterra y de Hernando Colón, el hijo del Descubridor.

Hay asimismo un panorama de Sevilla de 2,25 por 49 centímetros, original del artista holandés Simon Frisus, publicado en 1617 y que da fe de la importancia en la época de esa ciudad española ya que era el puerto principal de la flota de América. En el grabado se ven los cañones en espera de ser montados en los galeones y un horizonte de torres de iglesias, dominadas por la Giralda.

Está el atlas de Diego Homem, un portugués que huyó a Inglaterra para no verse implicado en un asesinato, y que creó en este país mapas y cartas marinas de dorados perfiles, entre ellas un mapa del Mediterráneo de 1570.

En el libro guinness de los récords debe estar sin duda inscrito el llamado «atlas Klencke» (Amsterdam), un enorme volumen de 176 centímetros de altura y 231 de ancho cuando se abren sus páginas, que el comerciante holandés Johannes Klencke regaló al rey Carlos II de Inglaterra tras la restauración de la monarquía en 1600.

Es también muy interesante la representación del sitio de Breda (agosto de 1624 a junio de 1625) por las tropas españolas al mando del general Spinola, debida al arte del francés Jacques Callot, en el que éste combina diversos episodios de aquel suceso, y en la que se inspiraría Velázquez para su famoso cuadro «La Rendición de Breda», destinado a la galería de triunfos militares del madrileños palacio del Buen Retiro.

Los mapas, grabados y carteles de los siglos XIX con los que se cierra la exposición visualizan las tensiones políticas entre las potencias europeas, los intentos de dominación de algunas de ellas, como la Prusia de Bismarck, o los posteriores intentos rusos de defender las conquistas de la revolución bolchevique.

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