Desde el 1 de octubre, en la Fundación Juan March

Los paisajes americanos de Asher B. Durand (1796-1886)

Considerado en EEUU como uno de los paisajistas más influyentes y como pionero del grabado

Como tantos escritores y artistas norteamericanos del siglo XIX, en junio de 1840 Asher B. Durand (1796-1886) embarca, en compañía de un grupo de amigos y colegas, en el puerto de Nueva York con destino a Londres y con la idea -tan habitual en la época- de recorrer las principales ciudades de la vieja Europa, con «el sólo propósito de instruirse».

170 años después, casi dos siglos más tarde, regresa a Europa, ésta vez en solitario, o casi (le acompaña una mínima muestra de artistas coetáneos y de algunos seguidores), y lo hace por medio de 140 obras -entre óleos, dibujos y grabados-, una cuidadosa selección que pretende presentar -con carácter monográfico por vez primera en Europa, en Estados Unidos es sobradamente conocido como uno de los paisajistas más influyentes de su tiempo y como pionero del grabado- el particular talento de Durand como paisajista y retratista, unos paisajes que, con bucólica belleza, muestran los escenarios naturales de Norteamérica.

Muy presente su obra en las más importantes colecciones públicas y privadas de EE UU, además de en relevantes exposiciones colectivas, nacionales e internacionales, dedicadas a la pintura norteamericana del paisaje, esta muestra que con el nombre de Los paisajes americanos de Asher B. Durand (1796-1886) estará en Madrid, en la sede de la Fundación Juan March, entre el 1 de octubre de 2010 y el 9 de enero de 2011, es, pues, la primera exposición monográfica que se le dedica a Durand fuera de las fronteras de su país.

La larga vida de Durand -noventa años-, transcurrida entre Nueva York y sus frecuentísimas estancias en las montañas y los valles de su tierra, acompaña la práctica totalidad del siglo XIX norteamericano y constituye por ello un mirador eminente al que asomarse para conocer con perspectiva y de primera mano la cultura americana de la época. De ahí el plural del título de la exposición, que hace referencia tanto a los paisajes de Durand en su sentido geográfico más literal -las montañas Catskill o las Adirondacks, los valles y vistas del río Hudson, los lugares que frecuentó y pintó, entre muchos otros- como a sus «paisajes» intelectuales: la de Durand es la América espiritualizada y naturalista de Thoreau, Emerson y Whitman, la de la emergente conciencia de nación con un destino y la del creciente cosmopolitismo de la Nueva York en torno a 1800, la de las influencias europeas y su transformación en tradiciones culturales -y también artísticas- vernáculas.

Este contexto tan rico condujo a la decisión de que, junto a una estudiada selección de obras, el catálogo de la muestra reuniera un conjunto de ensayos de los especialistas más autorizados, que con su aproximación plural a Durand configuraran una imagen variada, a la vez que coherente y completa, de su figura y su obra: el lector extraerá sin duda esa imagen de los ensayos de algunos de los mejores conocedores de la obra de Durand y el arte americano del XIX: las doctoras Linda S. Ferber, Barbara Novak ‒quien ya en 1962 publicara, en The Art Journal, el artículo responsable de la vivificación de los estudios en torno a Durand-, Barbara Dayer Gallati, Rebecca Bedell, Roberta Olson, Marilyn Kushner y Kimberly Orcutt.

Además, junto al catálogo de la exposición se publica la edición semifacsímil y bilingüe de las nueve Letters on Landscape Painting, publicadas por Durand en 1855 en The Crayon (la primera publicación periódica dedicada a las bellas artes en América), y en las que este recogió su poética y su praxis artística, combinando las reflexiones más espiritualizadas con los consejos pictóricos más prácticos.

Las obras de la exposición provienen en su inmensa mayoría de la colección de la New-York Historical Society, y el proyecto ha contado con el asesoramiento científico de la máxima experta en la obra de A. B. Durand, Linda S. Ferber, conservadora de esa institución. De hecho, Los paisajes americanos de Asher B. Durand (1796-1886) es el resultado de un trabajo de dos años de estrecha colaboración entre dos instituciones que -con las aportaciones de tantas otras personas e instituciones- han descubierto con naturalidad y sentido práctico lo comunes que resultaban a cada una de ellas algunas de las intenciones de la otra.

La New-York Historical Society es, desde su creación en 1804, el museo más antiguo de Nueva York y una de las instituciones sin las que no se entendería el extraordinario papel que esa ciudad ha desarrollado para la cultura y la historia de la América moderna. La Society custodia con eficacia una enorme colección de arte y documentos históricos; entre ellos, la mayor colección de obras de Asher B. Durand, quien, como ya se ha señalado, había estado estrechamente ligado a la formación de la Nueva York moderna, y cuya obra la Society está empeñada, por tanto, en difundir.

Para ambas instituciones, pues, la posibilidad de concebir y organizar conjuntamente la primera exposición dedicada a Asher B. Durand en Europa -donde su obra sólo ha sido vista, como ya se ha dicho, en exposiciones colectivas- se presentó, en su día, como una ocasión muy propicia para hacer coincidir dos intenciones, la de presentar lo propio donde todavía resulta ajeno y la de hacer propio lo ajeno para darlo a conocer: el resultado es esta exposición, que la Fundación Juan March ofrece para este otoño.

Aquel primer y único viaje de Durand a Europa significó para el artista el conocimiento directo de las obras de los maestros europeos (y la adquisición de un cierto catálogo de preferencias: el gusto por Rubens y Rembrandt, por Claudio de Lorena o Constable, el menor aprecio de Turner, por citar sólo algunos ejemplos). Este segundo, el de Los paisajes americanos de Asher B. Durand (1796-1886), es, en todos los sentidos, un viaje de retorno; ya no del propio Durand, sino de sus obras, que viajan para ponerse al alcance de quienes quieran contemplarlas. Y para los ojos europeos acercarse a esas obras será un viaje tan iniciático como lo fuera el de Durand.

Esta exposición pretende que este segundo viaje tenga efectos semejantes, aunque a la inversa: se trata de conseguir el conocimiento de las obras de Durand por parte del público europeo. Y, más allá, la visión franca de las realidades y los paisajes de América a través de los ojos de Durand. No es otro el sentido de toda retrospectiva (en cuya etimología está el acto de volver la vista atrás): «nuestra época» -escribía Ralph Waldo Emerson en 1841, el mismo año en que Durand volvía de su viaje a Europa- «es una época retrospectiva. Construye los sepulcros de los padres. Escribe biografías, historias y críticas. Las anteriores generaciones se enfrentaron a Dios y a la naturaleza cara a cara; nosotros, a través de los ojos de aquéllas». Emerson expresaba esta reflexión al principio de uno de sus famosos tratados, precisamente el dedicado a esa misma naturaleza que Durand vio con sus propios ojos, la que ahora sus obras nos permiten contemplar, disfrutar y conocer.

 

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