Tío Vania goza de buena salud

Conmovedora versión de la obra de Chéjov en los Teatros del Canal

Tío Vania goza de buena salud
Una escena del espectáculo.

El dramaturgo ruso Antón Chéjov escribió Tío Vania cuando el siglo XIX tocaba a su fin. Empezando el XXI, es quizás la obra más representada en los escenarios de todo el mundo. Ante un clásico tan moderno sólo cabe modestia y oficio para salir bien parados. Justo las dos valiosas cualidades que la compañía L’Om Imprebís ha desplegado en esta conmovedora versión que permite escuchar sin interferencias, sentir con plenitud y empequeñecerse ante un testimonio imperecedero de la naturaleza humana.

Quizás todos ustedes han visto Tío Vania alguna vez. Ocho personajes que barruntan el terremoto revolucionario a punto de estallar en la Rusia de los zares, pero que lejos de perderse en reflexiones políticas en pos de una imposible solución colectiva, presentan un mosaico de vidas corrientes por el que desfilan algunos de los temas eternos y de las preocupaciones comunes de todos nosotros: qué es la vida, qué hacemos aquí, a dónde vamos, a qué podemos aspirar, cómo realizarnos, cómo superar este doloroso tránsito teñido de rutinas e ilusiones. Cada uno enfrentado a sus dilemas, sin que ninguna revolución pueda resolverlos.

Es la eterna fuerza de esta obra: que después de un largo siglo y tantas revoluciones, después de tanto progreso y tantos cambios, después de tantos ‘ismos’ redentores y tantos sufrimientos casi inútiles, sigue planteando los problemas que siguen vigentes, los dolores del alma, los males del corazón de los humanos. Una obra tan válida antes de la revolución soviética como después, un atisbo de lucidez prerrevolucionaria y pos revolucionaria, de cuestionamiento permamente.

Por todo ello, este hermoso drama ruso no necesita actualizaciones ni descontextualizaciones, nuevas lecturas ni arriesgadas versiones. Comprendiéndolo así, el director se ha limitado a servir la trama con fidelidad, con economía de medios y con un trabajo actoral sin lucimientos gratuitos. Y hay que decir que el enfoque resulta eficaz.

En un formato de sala pequeña, pero gozando de un espacio tan privilegiado como la Sala Verde de los Teatros del Canal, los actores viven y sufren a escasos metros del espectador, en el ‘tercio del siete’, en ese espacio peligroso donde la dramaturgia tiene que sonar a verdad completa. Así se hacen merecedores de un notable colectivo más allá de deficiencias puntuales. Como siempre, el nivel lo ponen los actores secundarios, y Paca Ojea como Marina y Carles Castillo como Teleguin están ejemplares. Sandro Cordero hace un buen Vania que recuerda a Sancho Panza, y Vicente Cuesta un buen Sebrinakov que recuerda a Don Quijote. Si nos gusta más Xus Romero que Susana Pastor debe ser porque de los dos personajes, Sonia es más entrañable que Helena. Finalmente, Carles Montoliú encarna a la perfección a ese intelectual contradictorio, tan quejoso y tan ineficaz, que incluso físicamente recuerda al líder más conocido de nuestra Izquierda Unida. El elenco parece un conjunto de personas normales y eso mantiene la obra viva. Tan conocidos personajes tienen aquí aristas y facetas originales y eso mantiene la obra fresca.

La escenografía es mínima pero es eficaz. El cuadrilatero de abedul rojizo donde se desarrolla la acción es un detalle de buen gusto. El bosque inmóvil al fondo, un buen recurso, y el movimiento de los actores, siempre preciso. Teniendo como tenemos especial manía al habitual abuso de movimiento de sillas en escena, puede comprenderse que sea nuestro principal reparo junto a el único recurso innovador de la obra -la imagen onírica de Helena Andreievna siendo vestida por sus dos enamorados bajo una crudísima luz roja-, que puede juzgarse de disgresión. Quizás el sinfónico final se alarga dos minutos de más. Pero en el espacio sonoro, con nuestro querido pianista Enaudi, en la iluminación y en el vestuario, no hay nada que objetar sino todo lo contrario.

Finalmente, junto al bonito final hay que reseñar el bonito principio, momentos clave en toda obra que a veces se descuidan. Nos dice la compañía que estamos ante una metáfora sobre la miseria que se esconde en nuestras rutinas y sobre la posibilidad de luchar por una vida mejor y conseguirla. Pero más bien nos parece lo contrario, una metáfora sobre el refugio reparador de las rutinas cotidianas y la imposibilidad de conseguir ese absurdo llamado ‘una vida mejor’, hablando en el terreno en que se mantiene Chejov, en el del destino individual y no en el del cambio social, en el de la realización espiritual y no en el de las condiciones materiales de vida.

Esta compañía es muy destacable dentro del panorama teatral español. Veterana, estable, y a la vista de este trabajo, dialogante y culta. Con una media de doscientas representaciones anuales, compagina sus giras en España con una amplia proyección internacional. Su trabajo es variado, desde textos clásicos a autores contemporáneos, con improvisación en vivo y humor directo. A ellos y a otros como ellos les toca hacer frente a la burbuja de la culturilla subvencionada. Pueden hacerlo.

Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Interés, 7
Versión, 8
Dirección, 7
Interpretación, 7
Escenografía, 7
Producción, 8


Teatros del Canal de la Comunidad de Madrid
TÍO VANIA
Un proyecto de L’OM-IMPREBÍS
Con dirección de Santiago Sánchez
Del 11 al 22 de enero de 2012

REPARTO
Helena Andreievna, Rosana Pastor
Doctor Astrov, Carles Montoliu
Tío Vania, Sandro Cordero
Sonia Xus, Romero
Profesor Serebriakov, Vicente Cuesta
Marina, Paca Ojea
Teleguin, alias “Gruyere”, Carles Castillo
María Vassilevna, Carmen Arévalo

EQUIPO
Espacio sonoro, Victor Lucas
Diseño de escenografía, Dino Ibáñez
Diseño de vestuario, Elena S. Canales
Diseño de iluminación, Rafael Mojas, Félix Garma
Comunicación, CULTPROJECT
Producción, Ana Beltrán
Ayudantía de dirección, Carlos Lorenzo
Versión y dirección, Santiago Sánchez.

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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