Desde un punto de vista conceptual, puede establecerse un cierto paralelismo entre su trabajo y el de la mexicana Frida Kahlo
La exposición monográfica sobre María Blanchard, organizada por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y la Fundación Botín coincidiendo con el 80º aniversario de su desaparición, busca reivindicar el trabajo de esta artista española bastante olvidada a pesar de ser una de las grandes figuras de la vanguardia europea de comienzos del siglo XX. Complemento siempre secundario en mil antologías, añadido accidental a Juan Gris, desdeñada por la estupidez reinante ayer y hoy, va a ser todo un descubrimiento para el gran público, una cita irreemplazable.
Se trata de una retrospectiva que abarca por completo su trayectoria artística a través de 74 obras. Narra cronológicamente su trayectoria diferenciando tres etapas artísticas. La primera sala está dedicada a su Etapa de Formación (1908-1914) y presenta algunas de sus obras más tempranas. La segunda contiene 35 pinturas de su periodo Cubista (1913-1919). Tras un nexo de unión entre esta etapa y la siguiente, con una docena de dibujos cubistas y figurativos, la última gran sala de esta retrospectiva concentra, bajo el epígrafe Retorno a la Figuración (1919-1932), su última fase artística en 26 pinturas. En esta última década de su vida, su obra trasciende el cubismo para expresar más puro su profundo anhelo.
María Blanchard (Santander, 1881 – París, 1932), coetánea de Picasso, Gargallo, Diego Rivera, Juan Gris, Jacques Lipschitz o André Lothe, perteneció por derecho propio a una generación pictórica de gran relevancia. Sin embargo y a pesar de vivir y trabajar entre algunos que serían pronto famosos, cosas de la vida ajenas a su valía impidieron su justo reconocimiento. En España llegaron a reírse de ella. Se refugió en París. No tuvo tiempo de soldar relaciones y acumular obra. Murió a los 51 años. Hoy va siendo ya hora de hacerla justicia. Más vale tarde, tan tarde, tan vergonzosamente tarde. Hasta los años setenta no hubo una exposición suya importante. Está documentado que diversos marchantes borraron su firma de algunas de sus obras para hacerlas pasar por originales de Juan Gris, amigo y rival, cuya muerte también temprana la precipitó en la depresión y la empujó a la tumba.
Citarse con esta santanderina ‘menudita, con su pelo castaño despeinado, con su mirada de niña, mirada susurrante de pájaro con triste alegría’ -como la describiera Gómez de la Serna-, aquejada de nacimiento de una doble desviación de la columna vertebral que colaboraba a marginarla incluso del rol complementario reservado a las féminas cultas, será un descubrimiento deslumbrante. No ya su etapa cubista, más conocida, sino sobre todo esa década final de su corta vida en la que levantó un estilo propio, dentro de lo figurativo sin duda, pero aportando toda su experiencia anterior en la descomposición de la materia y de la luz en mosaicos intrigantes, en su captación sensible hasta la trascendencia de las personas, de las cosas y sobre todo de las atmósferas, del aire, del aura invisible sólo centelleante para el observador ensimismado, para el eterno buscador del misterio de una apariencia sólida que no existe, tal y como empezaba a contar entonces la ciencia, de una vibración por siempre ininteligible.
Es raro encontrar tanta abundancia de obras interesantes en una retrospectiva cualquiera, que suelen incluir titubeos, apuntes y fracasos junto a productos logrados. Blanchard acertaba mucho y sospechamos que más en su deriva personal que en su etapa cubista, donde sí que hay cuadros fallidos junto a verdaderas maravillas. “María Blanchard vivió una época compleja, como artista y como mujer, que le obligó a duras renuncias, tanto en lo social como en lo material, para poder entregarse plenamente a la pintura, considera Mª José Salazar. ‘Desde un punto de vista conceptual, la transferencia de la experiencia vital, el dolor y el sufrimiento a los personajes representados en el lienzo, permite trazar un cierto paralelismo entre su trabajo y el de la mexicana Frida Kahlo’, añade.
Como parte del numeroso grupo de pintores tránsfugas o evadidos del cubismo después del cataclismo de la primera guerra mundial, esta débil mujer consiguió dar otra vuelta de tuerca solitaria la gran vuelta de tuerca que supuso el cubismo. Prosiguió incansable su callada batalla; su constante trabajo con esa actitud tímida, ese considerarlo menor como Kakfa consideraba menor su inmensa literatura. Esa fuerza telúrica con que se alzan tantos minusválidos le permitió lograr su sueño de ser pintora contra todas las barreras que se lo impedían. Luchó hasta que se lo permitieron sus escasas fuerzas y se fue en silencio. Nunca será tarde para con gente tan especial como lo fue ella, tener un encuentro emocionado a través de su importante legado.
RECORRIDO EXPOSITIVO
Etapa de Formación (1908-1913)
La exposición comienza con una breve revisión de su obra más temprana, caracterizada por la permeabilidad a las influencias de sus maestros. Debido a la gran variedad de sus preceptores, las pinturas de Blanchard en esta primera fase abarcan varios géneros, como la figuración, el expresionismo o el simbolismo. “Hay que destacar que sus trabajos de estos primeros años, poseen un nivel muy superior a los de gran parte de los pintores que en esos momentos trabajaban en España”, opina la comisaria Salazar. Pasa de los colores sobrios y el dibujo firme, sujeto al tema, a una mayor riqueza colorista, un tanto expresionista, una materia más rica y densa, utilizando la espátula y una factura más suelta. Entre las 8 obras expuestas de este periodo destaca La española (ca. 1910-1915), una obra figurativa que guarda muchas similitudes con otra pintura comenzada en esta época, pero con la que Blanchard logrará el éxito varios años más tarde: La comulgante (1914-1920).
Gracias a diversas becas, la pintora continúa su formación en París, donde alcanza su madurez creativa ya entrada en la treintena. Por su inteligencia y sensibilidad artística, María Blanchard fue aceptada por el importante grupo de artistas que vivían en la capital francesa, siendo amiga personal de alguno de ellos, con los que llega a compartir estudio y vivienda. Es el caso de artistas como Diego de Rivera o Juan Gris. Su fuerte personalidad y su dura existencia –marcada por problemas económicos y su delicado estado de salud-, forjaron el respeto de sus compañeros, quienes llegaron a aceptarla como uno más, en un medio culturalmente dominado por los hombres.
Etapa Cubista (1913-1919)
“No cabe duda, en mi opinión, de que la obra cubista de María Blanchard supera la de conocidos coetáneos: Albert Gleizes, Auguste Herbin, Louis Marcoussis, Jean Metzinger o Fernand Léger. Si a ello añadimos las pocas mujeres que esporádicamente realizaron trabajos cubistas, como Sonia Terk Delaunay y Alice Halicka de Marcoussis o Marie Laurencin, compañera de Apollinare en esos años, nos damos cuenta de la importancia de María Blanchard dentro del movimiento cubista”, afirma Mª José Salazar.
A través de 41 obras (35 pinturas y 6 dibujos), la exposición describe esta etapa desde el momento en que Blanchard se inserta en este movimiento, al que aporta plasticidad y sentimiento. Durante esta fase, su obra evoluciona desde un primer cubismo, con elementos figurativos fácilmente identificables que representa mediante formas geométricas en planos superpuestos y que sitúa su producción cercana a la de Diego Rivera; hacia un cubismo más sintético, cercano a la estética de Juan Gris, al que no sólo le unen lazos de amistad, sino también postulados estéticos. Una evolución que queda patente en obras como Mujer con abanico o La dama del abanico (ca. 1913-1915), Naturaleza muerta roja con lámpara (1916-1918) o Bodegón con caja de cerillas (1918).
En sus composiciones más cubistas reduce la temática a elementos esenciales, expresados mediante planos expuestos desde diversas perspectivas. Son obras muy cercanas a las composiciones musicales o naturalezas muertas de Picasso, Braque o Gris, en las que representa de forma objetiva los elementos que contempla, utilizando en ocasiones el collage como parte sustancial de las mismas. Sin embargo, María Blanchard es más libre en la interpretación de los temas que los artistas mencionados. Se trata de un cubismo muy personal que se distingue por su rigor formal, su austeridad y el dominio del color. Su poética en el uso del color le confiere una definida personalidad que de alguna manera enmarca su obra dentro de los parámetros artísticos del ‘Orfismo’, denominación que Guillaume Apollinaire asignó en 1913 a la tendencia colorista y un tanto abstracta del cubismo.
El conocimiento de su obra se traduce en un reconocimiento universal; no sólo alcanzará el éxito, sino también el reconocimiento de críticos y artistas. De hecho, sus obras cubistas llaman la atención del marchante más importante del momento, Léonce Rosenberg. No llegará a crear escuela, pero contribuirá al desarrollo del movimiento cubista, con la misma categoría y entidad que los demás artistas de su generación. Blanchard encuentra en la práctica del cubismo una vía de expresión que le permitirá demostrar que, plásticamente al menos, está a la altura de los mejores pintores de la vanguardia. Es un momento álgido en su vida y en su obra.
Retorno a la Figuración (1919-1932)
A partir de 1919, mientras en París se suceden las propuestas radicales de los dadaístas y los surrealistas, María Blanchard, al igual que otros artistas cubistas, se adscribe al movimiento denominado Retour à l’ordre, generado en Europa en la época de entreguerras. De esta forma, su arte evoluciona alejándose del cubismo para regresar a la figuración, aunque en esta representación del objeto aún subyace la estructura geométrica de su etapa anterior y cuya composición volumétrica y disposición lumínica nos acerca a la obra de Cézanne. Sin embargo, su incursión en esta tendencia no es más que una salida personal a su necesidad de evolución estética, por lo que se adentra en ella con un modo de expresión propio.
En 1921, con la presentación en el Salon des Indépendants de La comulgante (1914-1920), pintura figurativa comenzada en sus años de formación, María Blanchard alcanza el reconocimiento de la crítica y del público. Blanchard alcanza su plenitud artística en esta etapa, con un punto de inflexión en torno al año 1927. En este tiempo, la artista crea abundantes e importantes pinturas que poseen un acento inconfundible y constituyen lo más conocido de su producción, obras como El borracho (1920), Las dos hermanas (1921), Maternidad oval (1921-1922), El niño del helado (1924), Bodegón oval (1925) o La convalenciente (1925-1926).
En 1927, varios acontecimientos en su ámbito personal, entre ellos, la muerte de Juan Gris en mayo de ese año, se ven reflejados en el ánimo de la artista y provocan un periodo más sensible y melancólico, antesala de su próximo final.
Aproximación a la exposición (del 1 al 10)
Interés: 8
Despliegue: 7
Comisariado: 8
Catálogo: 8
Actividades complementarias: 6
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
‘María Blanchard’
16 de octubre de 2012 – 25 de febrero de 2013
COMISARIADO: María José Salazar
COORDINACIÓN: Gemma Bayón
ACTIVIDADES PARALELAS: Mesa redonda ‘En torno a María Blanchard. Vanguardia e identidad’, 14 de noviembre, 18:00 h. En la mesa redonda intervendrán María José Salazar, Eugenio Carmona Mato, María Dolores Jiménez-Blanco, Carmen Bernárdez y Xon de Ros.