Once bodegones. Eso es todo en la última exposición de la Fundación Juan March. Pero la contemplación de estos once cuadros flamencos y holandeses del siglo XVII no diríamos nosotros que desmerezca frente a las grandes exhibiciones artísticas de este invierno madrileño. Once mesas ‘en artístico desorden’, todo un repertorio de alimentos –a menudo exquisitos y exóticos– y de objetos valiosos, once visiones de maestría en la descripción y recreación de las texturas, de los efectos y reflejos de la luz en la plata y el cristal, de las sombras, del aire de estos reducidos escenarios, en los que la vida doméstica parece remansarse, calmada y pacífica.
Con el propósito de ofrecer muestras de formato reducido junto a las grandes exposiciones, la Fundación Juan March ya había ofrecido en las temporadas anteriores selectas catas de Giandomenico Tiepolo y Giorgio Morandi. Ahora le toca a algunos de los pintores más destacados de bodegones flamencos y holandeses del XVII: Osias Beert, Pieter Claesz, Willem Claesz Heda, Floris Claesz van Dijck, Jan Davidsz de Heem y Clara Peeters. Once óleos de colecciones particulares, algunos de ellos nunca antes mostrados en público.
En holandés se denomina ‘stilleven’, que significa literalmente “vida quieta o inmóvil” y el término inglés ‘still life’ también tiene ese significado. la errónea traducción francesa fue ‘natures mortes’ y de ella procede la equívoca denominación española de ‘naturalezas muertas’. Pero estos objetos no están muertos: están inmortalizados para siempre. En España se suele usar más el término ‘bodegones’ aunque la acepción primeramente sólo se refería a interiores de cocinas -bodegas- con alimentos a la vista. En todo caso, el bodegón ha atraído a muchos de los grandes nombres de la historia de la pintura y tras la aparentemente simple tarea de inmortalizar objetos y alimentos cotidianos se han ocultado siempre verdaderos mundos de significado, tanto por la elección como por su disposición, evocaciones sensoriales y hasta sentimientos morales.
Estos ‘stilleven’ que ahora se nos ofrecen comenzaron a pintarse a principios del siglo XVII en todos los territorios de los Países Bajos; sin embargo, la división política llevada a cabo en 1581 provocó que, en el nuevo estado independiente de Holanda, donde la iconoclastia del reformismo calvinista impulsaba a los artistas hacia una pintura más descriptiva y doméstica, se produjera una mayor evolución del bodegón en todas sus tipologías. Las obras que conforman esta muestra consiguen, a pesar de su reducido número, cubrir esa evolución: desde Osias Beert, el iniciador de este tipo de composiciones (aquí con una obra fechada en torno a 1610), pasando por dos cultivadores de su estilo –la misteriosa Clara Peeters y Floris van Dijck–, hasta Jan Davidsz de Heem (una de sus obras data de 1651), que continuaría la tradición de las llamadas “mesas monocromas”, inaugurada, a finales de la década de 1620, por Willem Heda y Pieter Claesz.
Según la comisaria, Teresa Posada Kubissa, autora del ensayo, del análisis de las obras y de los perfiles biográficos de los artistas incluidos en un imprescindible catálogo, la representación de mesas con valiosas platos de peltre, cuencos de porcelana, vasos de plata, lujosas copas de cristal o de plata sobredorada y sofisticados alimentos colocados en un artístico desorden e iluminados de forma precisa es una de las diversas tipologías de naturaleza muerta o bodegón que empezaron a cultivarse en los primeros años del siglo XVII en Flandes y Holanda. Estas composiciones primero se llamaron ‘ontbijt’ [desayuno o comida ligera] o ‘banket’ [pasta o dulce] y ya a partir de la segunda mitad del siglo XVII se englobarían en la categoría general de los ‘stilleven’.
Fueron los pintores holandeses quienes desarrollaron e hicieron evolucionar el bodegón en todas sus tipologías. De hecho se considera, junto con el paisaje, la contribución decisiva de esa escuela al desarrollo de la pintura europea. Sus ‘mesas’ se caracterizan por una aparente simplicidad en la ordenación de los objetos; un tratamiento indiferenciado de esos objetos; la representación de cada objeto en toda su rotundidad volumétrica; la cuidadosa reproducción de los reflejos de la luz —procedente de una fuente externa al cuadro— sobre las distintas superficies; y, sobre todo, una pasmosa precisión en la reproducción de las distintas texturas, donde llegan a tal perfección que se entiende que no tardaran en surgir leyendas sobre técnicas cuyo secreto era celosamente guardado por los pintores especializados en este tipo de cuadros.
Se considera que el iniciador de este tipo de composiciones pudo ser Osias Beert (c 1580-1623), con obras como Bodegón con nautilus y frutas en un plato Wan-li, fechada entre 1610 y 1615. En sus cuadros la mesa con los objetos llena la práctica totalidad de la superficie pictórica, sin apenas espacio alrededor, de forma que los objetos, colocados en el plano inmediato al espectador, se imponen como una repentina visión que emerge de la oscuridad. La posición de la mesa y de los objetos es frontal al espectador, pero este estatismo queda contrarrestado por la ordenación de los objetos sobre ejes diagonales que corren paralelos hacia el fondo, dotando a la composición al mismo tiempo de cierta profundidad espacial. Los distintos elementos representados están colocados unos junto a otros, sin apenas tocarse, sin superponerse ni interferir unos con otros, de manera que todos pueden ser vistos con plenitud.
A partir de la década de 1620 parece que la “mesa” se mantuvo principalmente en Holanda. Y allí evolucionó en la misma dirección que lo hizo toda la pintura del barroco: hacia la conquista de la atmósfera, la luz y el movimiento. Esta evolución alcanza su mejor expresión en los “bodegones monocromos”, que constituyen una tipología específicamente holandesa. Vroom denominó así estas “mesas” (monochrome breakfast-piece) por estar entonadas en una armonía monocorde de pardos y verdes, con algunos toques de blanco y del amarillo del limón —una constante de estas “mesas”— como contrapunto.
¿Qué finalidad tenían estas imágenes frías y objetivas?, ¿encierra su contenido un significado más allá de lo puramente estético o son sólo una invitación a recrearse en la exacta reproducción pictórica de texturas, brillos, formas y en el dominio de la perspectiva? En la búsqueda de una respuesta cabe agrupar dos tendencias: las de aquellos autores que parten del presupuesto de que la función del arte del siglo XVII era la comunicación de ideas; y las de los que juzgan a la cultura holandesa como específicamente visual, donde la función de la pintura era la descripción de la realidad visible. En consecuencia, las primeras interpretan estas “mesas” como imágenes significativas que remiten a una realidad externa a la pintura; las segundas, como imágenes paradigmáticas: son sólo y nada más que lo que vemos.
Teresa Posada piensa que con estos cuadros sus autores defendían la posibilidad de una pintura que, a diferencia de la de historia, no necesitaba de conocimientos eruditos para ser entendida (y pintada), ya que su finalidad no era trasmitir sentimientos, sino evocar sensaciones. Es decir, no era mover el alma del espectador, sino sus sentidos. Visto así, el significado de estas frías y objetivas representaciones de mesas con arreglos de objetos y alimentos podría residir simplemente en la evocación de los distintos sabores y texturas.
Serían, en definitiva, imágenes para hacerte la boca agua. De ahí la magnificencia de las presentaciones, la lozanía de los alimentos. Un punto de refinamiento que contrasta con la hermosísima escuela de bodegones españoles de la misma época, por lo general ambientados en contextos populares, en ambientes humildes, y poblados de alimentos simples, pan, queso, fruta y piezas de caza cuyo realismo produce hasta cierto rechazo, el efecto antagónico al de sus colegas holandeses.
Aproximación a la exposición (del 1 al 10)
Interés: 8
Despliegue: 7
Comisariado: 7
Catálogo: 7
Acceso multimedia: n/s
Documentación para los medios: 7
FUNDACIÓN JUAN MARCH
“De la vida doméstica. Bodegones flamencos y holandeses del siglo XVII”
Comisaria: Teresa Posada, conservadora de pintura flamenca y escuelas del norte del Museo del Prado
Hasta el 30 de marzo de 2013. Entrada gratuita.