Poncela viene de una larga estancia en Argentina, y quizás sea el 'jetlag' lo que le hace parecer desubicado
El dramaturgo norteamericano Eugene O’Neill (1888-1953) escribió esta secuela de su obra más famosa cuando ya estaba muy enfermo y acabado. Inexcrutables son los caminos por los que el Teatro Español ha construido su programación de los últimos años, y esta ‘Una luna para los desdichados’ es una obra prolija y desfasada con la que poco puede hacerse salvo un ejercicio de lucimiento en los tres actores protagonistas.
Pero en esta versión española estrenada el sábado pasado sólo lo consigue Mercè Pons, contenida, precisa, emocionante. José Pedro Carrión carga las tintas hasta resultar insoportable, y Eusebio Poncela, influido por cómo lo hizo Kevin Spacey en 2007, se tambalea en una fría indefinición que no resulta creíble. Un drama rural de borrachos impenitentes con trasfondo de lucha de clases. Una duración excesiva con un intermedio innecesario. Los monólogos más aburridos de los últimos tiempos. Y poco más que el gancho de un premio nobel, como si no fuera el premio más desprestigiado de la historia.
Jim Tyrone es el mismo Jamie Tyrone de ‘Largo viaje hacia la noche’, -a su vez inspirado en el pobre hermano del autor-, que se ha convertido en un despojo humano abrasado por el alcohol, incapaz de sobreponerse al fracaso: el personaje por excelencia que ha aportado el teatro norteamericano del siglo pasado. Actor fracasado, rico de familia, se refugia en las propiedades rurales que ha heredado y allí se dedica a matarse en la taberna todos los días.
Tiene alquiladas unas resecas tierras a un tal Phil Hogan, un viejo alcoholizado y despótico al que han ido abandonando sus tres hijos varones y al que sólo aguanta su hija Josie, gracias a su duro carácter, forjada en el desamor y la deseperanza de un lugar maldito, desolado, donde no caben los buenos sentimientos. Jim quiere a Josie y Josie quiere a Jim, pero no pueden vencer ese desencuentro, esa cobardía que arruina tantas veces la vida de la gente.
Aparecerá brevemente el malvado terrateniente mister Harder para hacer de capitalista depravado, pero lo esencial de la pieza es el retrato descarnado de la destrucción que el alcoholismo consigue sobre sus víctimas, esa apatía indiferente, esa ofuscación cerebral, esa lenta e inexorable abdicación de la vida. Las alucinaciones de Jim le impiden salvarse junto a Josie, y las alucinaciones de Phil colaboran al desastre. Finalmente, Josie se resignará a que a que nada tenga remedio en este maldito infierno situado en Pensilvania como podría estarlo en Tierra de Campos.
La obra fue un fracaso en su estreno, pero una vez repuesta años después, ha repetido en Broadway hasta cinco veces, la última vez en 2006-207 en Londres y Nueva York a cargo de Kevin Spacey. A John Strasberg, un neyorquino con largas estancias en Madrid, donde ya en 1991 había dirigido una verisón de ‘Largo viaje hacia la noche’, le ha parecido conveniente proseguir con esta luna que antes se había traducido aquí como ‘del bastardo’ y en Francia como ‘de los desheredados’. Su proyecto fue aprobado por Mario Gas y así el Teatro Español corre con la producción, como ya lo hizo para otro proyecto suyo anterior, un Cyrano de Bergerac en 2007 también con el actor José Pedro Carrión.
Lo primero que hizo Strrasberg fue encargar una nueva traducción a Ana Antón Pacheco que reconoce que ‘es una obra en la que el escritor divaga mucho y es muy repetitivo. Era demasiado larga y todos éramos conscientes de que había que cortar’. Poco se cortó, sobre todo en la segunda parte. Sólo con aligerar los cientos de veces que se pronuncia en el escenario la palabra ‘trago’, la palabra ‘virgen’ y la palabra ‘puta’ habríamos ganado mucho.
Luego Strasberg decidió no seguir las indicaciones detalladas que O’Neill escribió para la obra en exhaustivas y copiosas acotaciones. Y que los actores se sintieran libres para hacer sus personajes. Por tanto no se puede culpar ni aplaudir al director por el acierto y los desaciertos interpretativos que ya hemos adelantado. Josie es una mujer de carne y hueso, sus cambios de humor son creíbles, su armadura hosca y sus entrañas aún palpitantes se articulan como en la vida. El marrullero Phil Hogan estaría bien plasmado con menos trucos de beodo y menos ínfulas justicieras.
Es sin embargo este James Tyrone encarnado por Eusebio Poncela el que más desconcierta. El veterano actor viene de una larga estancia en Argentina después de hacer un convincente Edipo en Madrid hace un par de temporadas, y quizás sea el ‘jetlag’ lo que le hace parecer desubicado, excesivo en las dos facetas de su personaje, el extravío demente y los aterrizajes cuerdos; nada convincente en el infame monólogo del recuerdo materno; artificioso en sus movimientos en escena. El trío protagonista es acompañado brevemente sobre el escenario por Gorka Lasaosa -en un flojo Mike Hogan- y Ricardo Moya en un notable T. Stedman Harder.
La escenografía no es mala pero no casa con el espacio escénico que, efectivamente, es difícil, anchísimo. Pero situando la acción en los extremos, obliga al público a la tortículis. Fórmulas habrá para este escenario panorámico. La chabola es ingeniosa, pero la miseria externa no casa con la pulcritud interior. El sonido ambiente es el habitual piar de pájaros y una radio lejana. Las evoluciones de la luna en el firmamento no subyugan, y la iluminación no consigue transitar entre la noche, el alba, el amanecer y el pleno día de esa interminable jornada en la que se roza un final feliz absolutamente imposible.
Strasberg equipara a O’Neill con Shakespeare, a Moliere y Racine, a Lope de Vega. Pero su nacionalismo cerril, su ofuscación victimista, ese rencor estúpido y probablemente simulado, y su miope visión de las relaciones humanas, lo impiden a nuestro juicio. Esta obra está muy lejos de ser redonda, aunque tiene altura intelectual y literaria. Pero lo que pudiera aportar hoy día queda enterrado en una interminable melopea con vivas a irlanda y guiños indignados. Los árboles anecdóticos tapan el bosque del delirio y la incomunicación que Eugene O’Neill conoció tan de cerca.
VALORACIÓN DEL ESPECTÁCULO (del 1 al 10)
Interés: 6
Texto: 7
Dirección: 6
Interpretación: 5
Escenografía: 6
Producción: 5
Teatro Español
Las naves del Matadero – Sala 2
UNA LUNA PARA LOS DESDICHADOS
De Eugene O’Neill
Dirección de John Strasberg
Del 30 de marzo al 27 de mayo
Actores
Mercè Pons
Gorka Lasaosa
José Pedro Carrión
Eusebio Poncela
Ricardo Moya
Ficha artística
Versión Ana Antón Pacheco
Iluminación José Manuel Guerra
Escenografía y vestuario Elisa Sanz
Ayudante Mónica Boromella
Espacio sonoro Jorge Muñoz
Fotografías y cartel Sergio Parra
Ayudante de dirección Emilio del Valle
Dirección John Strasberg
Producción: Teatro Español.