Pérdida del hilo conductor, balbuceos desiguales, caprichos anecdóticos, lío, lío que no es prisma ni caleidoscopio, que no es mosaico ni laberinto
En 2008, ya vinieron al Festival de Otoño el Odin Teatret y su director Eugenio Barba con ‘Las grandes ciudades bajo la luna’. Entonces escribimos favorablemente sobre sus buenas intenciones, aunque nos parecieron ingenuas sus reflexiones sobre lo malas que son las guerras, un discurso candoroso pero un tanto patético. Cuatro años después con ‘La vida crónica’ insisten en el ‘buenismo’ inane, han cubierto su sencillez original de pretensiones, y han crispado su mensaje esencial, el de que en el caótico mundo de hoy debemos sobrevivir dignamente pegados a lo básico. Han empeorado. Y su mixtura folclórica decepciona.
Compañía y director son míticos en el teatro europeo del último medio siglo. Están cargados de galones y condecoraciones. La compañía ha cumplido medio siglo y tiene 24 espectáculos en gira, el director ha producido 72 espectáculos con ella y tiene siete doctorados ‘honoris causa’ por esos mundos a sus 76 años en activo. Pero no consiguen dar con la ambiciosa idea que buscan, con la definición de este nuestro mundo indefinible, con la alquímica proporción entre problemas sociales y responsabilidades personales, entre la luz y la sombra del género humano, entre los males propios de esta época y los que arrastramos desde el Neolítico.
‘La vida crónica’ tiene los esbozos de magia que proporciona el haber profundizado en el folclore checheno, y destellos conmovedores en algunos de sus personajes, el rockero anciano que como todos los rockeros que nunca mueren lleva agonizando unas décadas, el enlutado viudo que hace de viuda, el señor nórdico de discurso periclitado. Pero da vueltas y vueltas alrededor del mismo eje y pierde el norte.
Los actores mantienen una batalla angustiosa con las cartas de la baraja, una puerta desvencijada, prendas, objetos y ganchos diversos, y giran alrededor de un muñeco que hace de cadáver de combatiente muerto, al que pasean, arrastran y transportan una y otra vez, al que acunan y lloran. Hay un adolescente que busca a su padre; hay dos terroristas y/o guerrilleros enmascarados; y por encima de todo hay una sucesión de músicas populares que confrontan los dos hemisferios, el pop y los salmos islámicos, el rock y baladas hispanas.
Los diez actores/músicos se trasmutan incesantemente en busca de algún hilo conductor para el caos que representan, una sucesión de efectos dramáticos de la que el espectador apenas puede deducir que ha habido muchas guerras y que sólo han sobrevivido despojos humanos que vagan sin rumbo. Su trabajo es corporal, vehemente, muy físico y algo químico. Pocas palabras, gestos hieráticos, un nivel de antigua calidez humana en la mujer chechena y la chamana sufi y un nivel de frialdad inabordable en la pareja rockera. Todo indica que ha sido un largo proceso de elaboración colectiva con el resultado que suelen tener estos procesos: pérdida del hilo conductor, balbuceos desiguales, caprichos anecdóticos, lío, lío que no es prisma ni caleidoscopio, que no es mosaico ni laberinto. Lío que nace del eclecticismo convertido en peligroso ‘ismo’ sucesor del consumismo suplantador a su vez del comunismo.
La versión oficial de la historia es que tiene lugar en el año 2031 simultáneamente en diferentes países de Europa, tras finalizar la tercera guerra civil que ha sido desencadenada por la codicia y la intolerancia humanas. Una viuda de un combatiente vasco, un abogado danés, una virgen negra, dos mercenarios, un joven colombiano que busca a su padre, una refugiada chechena, una ama de casa rumana, un músico de rock de las islas Feroe y una violinista son los personajes de diferente índole que se entrecruzan desorientados ante un futuro que no arroja demasiadas luces. En este ambiente asolado por la desocupación, la emigración y las guerras, un joven llega de América Latina en busca de su padre desaparecido.
Estamos de acuerdo en que ‘tal y como reza el título de la pieza, el espectador constatará que, pase el tiempo que pase por el ser humano, la vida siempre será una enfermedad crónica’. O mejor dicho, en los problemas intrínsecos a la naturaleza humana. Pero Barba no consigue exponerlo tal como le pasaba en la anterior obra que vimos, más aún, se aleja de la meta a través de divagaciones visuales, paisajes sonoros y recorridos corporales sin duda meritorios y notables. ‘Quisiera que La vida crónica abriese un resquicio en el magma oscuro e incandescente del individuo y de su laborioso y vital zigzag para liberarse de un abrazo helado: ese implacable e indiferente abrazo de la Gran Madre de los Abortos y de los Naufragios, Nuestra Señora la
Historia’, nos dice Barba. Hay que seguir intentándolo.
‘Las grandes ciudades bajo la luna’, anterior visita a Madrid
VALORACIÓN DEL ESPECTÁCULO (del 1 al 10)
Interés: 6
Dirección: 6
Interpretación: 7
Escenografía: 7
Música: 8
Producción: 7
FESTIVAL DE OTOÑO EN PRIMAVERA
Teatro de la Abadía
LA VIDA CRÓNICA
Odin Teatret
Estreno en España
País: Dinamarca – España – Polonia
Idioma: Español, vasco, rumano, danés (sin sobretítulos)
Duración aprox.: 1 hora y 10 minutos (sin intermedio)
Año de producción: 2011
Espectáculo no apto para menores de 12 años
Hasta el día 20 a las 20’00, y de ahí al 27 en programación normal.
Dirección y dramaturgia, Eugenio Barba
Director técnico, Fausto Pro
Asistentes dirección, Raúl Laiza, Pierangelo Pompa y Ana Woolf
Textos, Ursula Andkjær Olsen y Odin Teatret
Música, Melodías tradicionales y modernas
Actores: Kai Bredholt, Roberta Carreri, Jan Ferslev, Elena Floris, Donald Kitt, Tage Larsen, Sofia Monsalve, Iben Nagel Rasmussen, Fausto Pro, Julia Varley
Dramaturgia, Thomas Bredsdorff
Diseño de luces, Odin Teatret
Espacio escénico, Odin Teatret
Vestuario, Odin Teatret y Jan de Neergaard
Una producción del Nordisk Teaterlaboratorium (Holstebro), Teatro de La Abadía (Madrid), The Grotowski Institute (Wroclaw)
Encuentro con el Odin Teatret / Eugenio Barba, Teatro de La Abadía (Sala José Luis Alonso), sábado 19 de mayo.