A La Celestina le ocurre como a Don Quijote y al Lazarillo, grandes hitos de nuestra literatura machacados casi siempre con montajes nefastos y sobreinterpretaciones negadoras. En teatro, en cine, en televisión y en todos los formatos. Esta Celestina mantiene la larga tradición de naufragios. La ‘Tragicomedia de Calisto y Melibea’ es un oleaje poderoso al que hay que enfrentarse con una embarcación sólida y no en un paquebote improvisado. La tripulación achica agua pero el timonel vaga perdido. Con una escenografía y una protagonista que no dan la talla, no queda más que lamentarse de otra ocasión perdida.
–Vídeo Reportaje con escenas de la obra y entrevistas con el director y los actores–
Como de la obra no hay más que decir que sigue siendo asombrosa cinco siglos después de escrita, que es comparable a las mejores obras de Shakespeare, que su realismo escalofría, su prosa deslumbra y su trama supera en intriga y ligazón a la mayor parte de todos los guiones escritos y por escribir, pasemos sin preámbulos a la versión que ayer se estrenó con patrocinio municipal en el Teatro Centro de Arte Fernán Gómez como bordón de una temporada en la cual supuestamente iba a acabarse con la escandalosa anomalía que supone la secular desidia que asola a este magnífico lugar digno de mejores causas.
Pues bien, mal comienzo para Natalio Grueso, el ‘supergestor’ municipal que venía a ponernos en órbita con su retumbante cargo de director de Programación de Artes Escénicas del Área de Gobierno de las Artes del Ayuntamiento de Madrid. De momento sólo continuismo frustrante.
Eduardo Galán ha hecho lo que podría considerarse una buena versión si se obvian dos aspectos esenciales: excesiva reducción de los parlamentos de la protagonista, lo que agravado con una interpretación deficiente nos deja a oscuras sobre tan enigmático personaje; y el hurto escénico de algún momento esencial, especialmente la ejecución sumaria de los dos criados.
Mariano de Paco Serrano es supuestamente un especialista en teatro clásico y ha dirigido el festival de Almagro durante cinco años. Hizo ‘La fierecilla domada’ en 2008 en un montaje que no estaba mal. Razón de más para mostrarse insatisfechos con lo que ahora presenta. Parte de dos ideas buenas: no presentar a Celestina como una pordiosera andrajosa, y montar un escenario blanco para resaltar la palabra. Pero ambas naufragan en una impotencia imperdonable.
Primero, el personaje. No basta vestir a Celestina sin remiendos para captar el misterio de este personaje, mitad ‘lumpen’ mitad filósofa, que ha vivido tiempos mejores y lo sabe todo de la vida y de su capítulo clave, las relaciones entre mujeres y hombres. Se necesita una actriz capaz de romper con decenas de montajes anteriores e imponerse con autoridad en el escenario. Desgraciadamente, Gemma Cuervo no está en condiciones de hacerlo. Tiene una enorme experiencia, pero desde la primera escena demuestra no poder con el personaje. Recurre a trucos de oficio, a ademanes e inflexiones vocales, a risas y gestos más cercanos a la caricatura que al drama. Celestina vuelve a ser en nuestras tablas la vieja alcahueta arquetípica de siempre, cuando por el contrario es un pedazo de mujer astuta, audaz e independiente necesitada de registros serios, no de chascarrillos de sainete. Tiene la actriz algunos destellos, pero estuvo muy insegura en el papel y sobre todo desajustada entre el gesto y la frase, introduciendo un desfase permanente de unos segundos entre el uno y la otra, que impedía creer lo que se veía. Y cuando el espectador no se mete en la obra y mira desde fuera, toda la magia teatral se ha perdido.
Segundo, el ambiente. El espacio escénico puede ser blanco porque siempre se ha tendido al tenebrismo en esta obra. Pero lo que tiene que ser es convincente; historicista o ecléctico, barroco o minimalista, tiene que convencer. Es la magia para atrapar al que ha venido a ver qué pasa. Y la escenografía de este montaje es un desastre que se basa en un módulo burdamente construido que se mueve sin ton ni son por el que entran y salen personajes esforzándose en cerrar puertas de cartón piedra. Y si en un escenario las puertas no cierran bien, como si fueran de verdad, entonces ya no cierra nada. Los personajes se ven obligados a meter y sacar de escena continuamente y en momentos inapropiados algunas sillas y mesas, una cama y un caldero, cuyas dos solemnes presencias en escena resultan de lo más desabrido.
No funciona la escenografía, no funcionan los movimientos en escena y no funciona el vestuario de los personajes. No funciona en aboluto la iluminación y apenas funciona la música original -a base de breves motivos ilustrativos de los cambios de escena-, aportación de uno de nuestros compositores actuales más afamado, que en principio podría ser lo más innovador de este montaje, pero que tendríamos que oír de nuevo para apreciarla, porque sonaba tan fuerte y tan enlatada que resultaba hasta desagradable.
Y sobre todo la nave encalla a la hora trágica del apoteósico desenlace con la muerte encadenada de todos los protagonistas. Donde la intensidad debía restallar, la dramaturgia propuesta se embarulla y casi no consigue reflejar lo que está pasando.
Junto a Gemma Cuervo, el reparto se comporta desigualmente. Nos parece destacable el trabajo de los dos criados, Sempronio y Pármeno, más discreto y regular Juan Calot en el primero, más atrevido e irregular Santiago Nogués en el segundo, con el oprobio añadido de tener que simular una deplorable masturbación en escena. Calisto y Melibea son los falsos protagonistas de la obra, y algunos pensamos que los personajes menos creíbles de la misma, mera disculpa argumental para desplegar el resto de truculentos seres que pueblan la tragicomedia. Son personajes difíciles de origen, pues no se entiende por qué tienen que recurrir a Celestina cuando podrían plantear tranquilamente su noviazgo. Son de la misma edad y condición, pertenecen a la misma clase; el por qué Calisto no hace la corte a Melibea con los procedimientos usuales de la época, ciertamente no está explicado en el original. Este es uno de los misterios de la pieza. El director no se mete en líos y enfoca a la pareja de la forma más tradicional posible, aunque su comportamiento sea tan extraño. Difícil cometido para los actores: Alejandro Arestegui hace aceptablemente un cursi Calisto; Olalla Escribano tiene más dificultades con Melibea y sus drásticos cambios de actitud, desde la mogigatería al despendole. Ninguno de los dos resulta tan complejo como el autor insinúa. ¿Es Calisto un ligón aventurero, un acomplejado introvertido? ¿Quién es esta Melibea que pasa de modosa a lanzada y de atrevisa a suicida en 48 horas?
Las prostitutas Elicia y Areúsa son Rosa Merás y Natalia Erice, que interpretan a tan descreídas y bregadas mozas como pueden. Más difícil personaje es la primera y por tanto queda peor parada. Y la criada Lucrecia es una Irene Aguilar que capta en parte la esencia reprimida de su personaje, un remedo de su ama. Finalmente, Jordi Soler se encarga de encarnar al padre de Melibea y lo hace a la antigua, muy solemne y envarado.
Son dos horas largas de espectáculo mediocre. Dejan ese sabor amargo de las tareas que no han salido bien a pesar del esfuerzo. Y ese desasosiego de tener que decir como tantas veces verdades desagradables para todo un equipo, todo un proyecto, que por cierto llega de una larga gira ya bien amortizado.
La Celestina ha debido tener más de cincuenta montajes en las tablas españolas de los últimos 70 años, una presencia sino constante, sin duda muy frecuente. En los últimos tiempos, las de más repercusión fueron las de Nati Mistral, en 1999, y la de Nuria Espert, en 2004, a las órdenes de Robert Lepage, que no pudimos ver, que no fue bien aceptada, y que puede que aportara novedades. Ha habido otra Celestina en cine, la de Terele Pávez y Gerardo Vera en 1996. Y una ópera interesante, la de Joaquín Nin-Culmell, estrenada en 2008.
En estos días se estrena danzada en el Teatro de la Maestranza de Sevilla a cargo del Ballet Shoji Kojima Flamenco, una versión flamenco-japonesa de la trágicomedia que interesante. Y esta misma versión de Galán que comentamos está programada a mediados de mes en Segovia a cargo de otro equipo artístico y en formato ‘juvenil’.
En algún momento saldrá petróleo. Alguien tiene que dar pronto con la forma de escenificar adecuadamente esta obra eterna.
VALORACIÓN DEL ESPECTÁCULO (del 1 al 10)
Interés: 6
Texto: 9
Adaptación: 7
Dirección: 6
Interpretación: 6
Escenografía: 4
Realización: 5
Producción: 4
Teatro Fernán Gómez
LA CELESTINA
De Fernando de Rojas
Dirección: Mariano de Paco Serrano
Versión: Eduardo Galán
Música original: Tomás Marco
Iluminación: Pedro Yagüe
Escenografía: David de Olaysa
Vestuario: Mayka Chamorro
Producción: Compañía Secuencia 3
FICHA ARTÍSTICA
(Por orden de intervención)
Calisto: Alejandro Arestegui
Melibea: Olalla Escribano
Sempronio: Juan Calot
Pármeno/Sosia: Santiago Nogués
Celestina: Gemma Cuervo
Elicia: Rosa Merás
Lucrecia: Irene Aguilar
Pleberio: Jordi Soler
Areúsa: Natalia Erice
Del 28 de septiembre al 28 de octubre de 2012
Horarios: de martes a sábado, a las 20’00 y domingos a las 19’00 horas
Precios: 20 € – martes y miércoles: 16 €.