Diálogo disparatado de dos personajes inconcebibles en una situación imposible
El que fuera desde 2004 hasta la temporada pasada director del Teatro Español, Mario Gas, no ha sabido concederse respiro y ya está aquí de nuevo. Se despidió con el éxito de un musical de tanto reparto como presupuesto, y retorna con una propuesta antagónica, una obra de formato mínimo, corta duración y sólo dos actores.
‘El veneno del teatro’ sólo tiene sugerente el título: argumento cogido con pinzas, trama insulsa, diálogos rutinarios y veneno si no mortal al menos asfixiante y tedioso. No vemos las razones del rescate de esta pieza tras tres décadas de olvido, las motivaciones del director para incorporarla a su poblado currículo, y el análisis que haya podido conducir a Albert Boadella a programarla, por amplia, ecléctica y popular que deba ser la oferta de los Teatros del Canal.
París, finales del XVIII. Gabriel de Beaumont, un famoso actor, es invitado por un señor, famoso por sus aficiones extravagantes, a visitarlo en su palacio. Allí recibirá el encargo de interpretar una obra teatral sobre la muerte de Sócrates, escrita por el propio señor de la casa. Pronto comprobará que todo es una trampa de éste para someterlo a un cruel experimento sobre realidad y representación en relación con la muerte del personaje que debe interpretar.
La pieza se hace eco de las dos corrientes contrarias que en los siglos XVIII y XIX dividieron a los teóricos del teatro. Por una parte, había quien defendía la importancia de que el actor se identificara con el personaje, hasta el punto de que mezclara sus sentimientos personales con los de aquél al que interpretaba. Términos como la declamación o la técnica implicaban la falsedad en la actuación, y por tanto, hacían imposible conectar con el espectador. Por otro lado, Diderot y sus seguidores, hablaban de la necesidad de separar el estado emocional del artista, de los personajes. Según explica el ilustrado en La paradoja del comediante, de no ser así, la obra variaría dependiendo del estado anímico del actor. Éste debería ser siempre consciente de que “él no es el personaje, y el personaje no es él”.
Así se presenta este diálogo disparatado de dos personajes inconcebibles en una situación imposible en una de las peores escenografías de Paco Azorín en mucho tiempo, con espantoso sonido que puede confundirse con una avería en los altavoces, y eso sí, un cuidado vestuario. La iluminación sería correcta sin la complicación del descenso de un gran foco del techo, convertido en linterna de una agonía patética. Morir en escena es difícil sin duda, pero lo que aquí vemos es un auténtico despropósito.
El director ha querido dar a la pieza un marcado tono kitsch, revival, retro o demás feas palabrejas que se usan para describir lo que busca simular otra época por medio de la anécdota historicista. Nos transmite la clara sensación de que ni él ni los actores se creen lo que están haciendo, que lo hacen con tanta frialdad y distanciamiento que parecen decir miren qué cosa más caduca, miren qué personajes más acartonados, miren qué diálogos y qué situación más demencial: ¿A qué resulta décimonónico? Pues sí, lo resulta hasta extremos intolerables.
Desde la primera escena, Daniel Freire interpreta a un actor que está todo el rato actuando, que muestra un surtido completo de poses, gestos e inflexiones del teatro de otra época. Durante un tiempo uno cree que es a propósito y que por ahí podría llegar alguna sorpresa. Pero cuando le toca dejar de actuar como un actor y sentirse morir de verdad, actúa aún peor, con tembleques y pataletas que no son de recibo. Su antagonista, Miguel Ángel Solá resulta más convincente sin que nunca resulte creíble, pues el señor que representa es una simple marioneta literaria.
El teatro ha sufrido de siempre del virus de dramas artificiales de dos personajes que representan el dualismo central en nuestra cultura. Personajes que filosofan, discuten de grandes argumentos o se enfrentan en dramas pasionales sin resultar convincentes, sin encarnarse en seres vivos. Estos diálogos son fáciles de escribir y baratos de producir, pero por uno bueno, hay cien baldíos. ‘El veneno del teatro’ hace el número 101, por mucho que nos digan que es un texto paradigmático y/o uno de los títulos más clásicos del teatro español contemporáneo. Vemos al emperador desnudo mientras otros comentan los detalles de su vestimenta.
En 1983 en una anterior producción del Centro Dramático Nacional, en el Teatro María Guerrero, la interpretaron los famosos José María Rodero y Manuel Galiana. ¿Por qué esta réplica con dos actores argentinos que parecen buenos pero desubicados? ¿Por qué este texto tan superado por el rumbo actual del teatro? ¿Por qué este retorno tan frágil de un director tan experimentado? Menos mal que aunque se anuncia una duración de 80 minutos no pasa de 65.
Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Interés, 4
Texto, 6
Dirección, 5
Escenografía, 5
Interpretación, 5
Iluminación, 6
Producción, 5
Documentación para los medios, 6
Programa de mano, 4
Teatros del Canal
‘El veneno del teatro’, de Rodolf Sirera
Dirección, Mario Gas
Dramaturgia, Rodolf Sirera
Escenografía, Paco Azorin
Vestuario, Antonio Belart
Iluminación, Juan Cornejo
Sonido y música, Orestes Gas
Reparto
Miguel Ángel Solá, El señor
Daniel Freire, Gabriel de Beaumont, comediante.
Una coproducción de Teatros del Canal, Concha Busto Producción y
Distribución, Maji (Grupo MAIPO), Estudio Teatro y Clece
Hasta el 16 de diciembre.