'La tempestad' de Shakespeare por la compañía Barco Pirata en Las Naves del Español
Una nueva compañía teatral que se llama ‘Barco Pirata’ se embarca en un viaje feliz con una viejísima obra mil veces representada desde que se estrenara hace 401 años. ‘La tempestad’ de William Shakespeare no ha doblegado a este osado barquichuelo que, en adaptación arriesgada, producción económica y despliegue de duro trabajo y buen oficio, llega a puerto impulsada con vientos de imaginación y sensatez, de eficacia y solvencia, que marcan una viable ruta para superar la crisis teatral, pinchar la burbuja subvencionadora, arrasar con la molicie y poner la creatividad en el puente de mando.
Sergio Peris-Mencheta, -al que a sus 36 años le iba bien como actor cinematográfico y televisivo pero que ama el teatro y quiere dirigir obras-, es al parecer el alma del proyecto. Ha elegido traducción, ha cambiado el tono y actualizado el lenguaje, se inventa un principio y comprime el final, hace del espíritu Ariel un coro de tres colegiales, y con cinco actores y tres músicos pone en pie veinte personajes, con música en directo, sobre un pequeño rectángulo de arena de playa en el que una simple escalera cumple de mástil, de cucaña, de árbol, de puesto de vigilancia y de conexión directa con los cielos. Cuatro cubos con agua, un ventilador y unos plásticos simulan de forma extraordinaria la tormenta inicial que da nombre a la pieza, demostrando que la escenografía es cosa de buena cabeza más que muchos medios. Un barquito flotando en la cáscara de un coco vale por un decorado mastodóntico. Un vestuario tan simple como efectivo y una iluminación excelente aportan desde el primer momento una imagen brillante, colorista y cautivadora. Cautivan los colores, cautivan los efectos especiales conseguidos sin parafernalia, y hueles y escuchas esta isla misteriosa donde vivía un solitario y deforme ser, antes de que llegaran primero el defenestrado duque (y brujo) Próspero y su hija Miranda, y después su hermano usurpador acompañado de una corte atrabiliaria. Unos papelajos harán de lluvia, de leña y de lo que los actores quieran. Habrá una fogata en escena. Se oyen los ruidos de la selva. Y las sugerentes proyecciones y el uso de una modesta vídeocámara en escena completan el atractivo hipnótico del escenario.
Tanto acierto se ve acompañado con lo que nos parecen no pocos desaciertos. El peor a nuestro juicio, el intento de hacer teatro dentro del teatro y de convertir la obra en una representación teatral en tiempo real: el largo prólogo y el falso final en este sentido no aportan nada y podrían suprimirse. Si la obra comienza con esa tempestad tan astuta y sutilmente representada, el impacto sería formidable. Si no se tambaleara el final real tras esa cuña en la que la actores y director ponen punto final al supuesto ensayo, no sería necesario atropellarse en los últimos minutos resumiendo la trama que no ha dado tiempo a culminar. Se ganarían veinte minutos vitales con los que el espectador llegaría menos fatigado al final e incluso aplaudiría con más convicción.
Tampoco nos convencen del todo los tres traviesos colegiales que encarnan al espíritu Ariel, irregulares en tan importante papel debido a que deben simultanearlo con una amplia y variadísima banda sonora. Hay un cierto abuso de su presencia en escena, como muy bien parece intuir el director cuando en un momento dado en que imitan a los enamorados, los ordena abandonar el estrado. Son cuestiones secundarias que no afectan en demasía al sobresaliente conjunto. Sería como apreciar mucho más el doble papel de Ferdinando-Trínculo sobre el de Próspero-Antonio, o el de Miranda-Gonzalo sobre algún otro. El elenco está genial en su conjunto, templado en el tono humorístico elegido por el director, casi siempre acertados en los falsetes y simulaciones de voces, un conjunto de fotogenia excepcional que ha sido muy bien aprovechado en la promoción de la obra.
Vemos así dar un paso definitivo a un proyecto, una compañía teatral y un equipo humano que contiene valiosos ingredientes y merece gran futuro. Incluso en su parte administrativa pues la escalada de festivales en los que han participado el verano pasado -Cáceres, Almagro, ‘Fringe’ de Madrid, y Olmedo- no podía haber estado mejor ideada hasta depositarlos suavemente en las orillas del Matadero. Nos gusta lo que hacen y cómo lo hacen; incluso lo que dicen de su trabajo es aceptable, y es por donde otros peces suelen terminar pescados.
La Tempestad de Shakespeare en versión de Peris-Mencheta y Barco Pirata llega tras otras versiones importantes. Citemos la completa de Sam Mendes con The Bridge Project (ver nuestra crítica) en mayo de 2010, y la extractada de Calixto Bieito en su antología shakesperiana ‘Forests’ (ver nuestra crítica), que se vió en Madrid el pasado octubre. Esta vez se elige una vía humorística y ligera perfectamente lícita. Sus escabechinas y licencias con el texto y la trama no desentonan. Un gran clásico en una buena versión moderna.
Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Interés, 7
Dirección, 8
Escenografía, 8
Interpretación, 7
Iluminación, 7
Producción, 7
Documentación para los medios, 5
Programa de mano, 5
Naves del Español
Tempestad, de William Shakespeare
Dirección y adaptación: Sergio Peris-Mencheta
Según la traducción de la Fundación Shakespeare
Del 20 de diciembre al 20 de enero
Actores: Víctor Duplá, Quique Fernández, Antonio Galeano, Xabier Murúa, Agustín Sasián, Eduardo Ruiz, Javier Tolosa
Ayudante de dirección, regiduría y percusión, Pepe Lorente
Dirección de arte y fotografías, Antonio Vicente
Vestuario, Raúl Amor / «Un burro de cine»
Audiovisuales, Joe Alonso
Construcción, Quique Fernández
Dirección Técnica y diseño de luces, Manuel Fuster
Espacio sonoro Dudu Ruiz y Joe Alonso
Música original, Dudu Ruiz y Antonio Galeano
Trabajo de cuerpo y coreografía, Diana Bernedo
Diseño gráfico, Antonio Vicente y Víctor Monigote
Producción, Nuria-Cruz Moreno/Rebeca Ledesma
Distribución, Hechizo Producciones
Una producción de Barco Pirata.