Bajo la imposible maternidad, late el verdadero drama, un matrimonio que no funciona en la cama
Tras Galdós, Lorca; tras ‘Doña Perfecta’, ‘Yerma’. El Centro Dramático Nacional prosigue una temporada cumplidora con sus obligaciones, encargando al histórico Miguel Narros una nueva versión del clásico lorquiano, la tragedia de una mujer víctima de un matrimonio no deseado que no puede redimirse en una maternidad imposible. El texto de Lorca mantiene sus enormes valores perennes y sus pecados originales. La versión es respetuosa y repleta de aciertos. La interpretación, notable. Dos horas de drama sin excesos, salpicado de músicas sensibles, brillantes escenas costumbristas, diálogos deslumbrantes y un logrado trabajo de equipo. Esta ‘Yerma’ tiene más que el típico reclamo de director veterano con actriz conocida
Temíamos un Lorca desfasado y un Narros estereotipado. Nos encontramos con un texto actualísimo y un modernísimo montaje. Tras apagarse las luces, Yerma aparece cabizbaja y sentada en la cama mientras salen los rebaños al monte. Quedamos en suspenso entre las esquilas y las sábanas, y así estábamos todavía cuando llegó el abrupto final del drama. A lo largo de sus ciento diez minutos pesan incomparablemente más los aciertos. El sonido ambiente no es ajeno a la atrayente veracidad que transmite el montaje y parece que la guitarra suena en directo y que las ovejas van a aparecer de un momento a otro en la platea.
La escenografía no por mínima baja del notable, sumamente expresiva con tan parco despliegue de recursos, con algunos momentos como las lavanderas en el río y la tormenta sobre el pueblo, de muy primera categoría. Excelente vestuario que colabora a la credibilidad necesaria para dejarse llevar por la trama. Perfecta la iluminación, correcta la música, precisa la coreografía, sin el menor fallo todo el mecanismo teatral.
‘Yerma’ es un obra teatral de enormes méritos dramáticos que confirma el alto nivel del Lorca dramaturgo, quizás superior al poeta. Su estructura es un prodigio de precisión, su argumento está logrado en todos los detalles, su texto es de enorme riqueza literaria, sus diálogos son auténticos, sus personajes creibles y sus canciones soberbias. Sufre de los excesos de lirismo consustanciales a la personalidad del granadino y sólo a nuestro gusto tiene un fallo, ese final horroroso, forzado para conmover al público, como si no fuera mucho más conmovedora la resignación del matrimonio y el proseguir de su pobre existencia, la imposición del tiempo y de la vida sobre las esperanzas humanas, condenadas a ser siempre insatisfechas. Un final representativo del morboso tremendismo español tan ajeno a Chéjov o Pirandello, a los grandes dramaturgos norteamericanos y europeos del siglo pasado que habían comprendido que lo realmente sobrecogedor no es el crimen pasional sino la vida cotidiana.
‘Yerma’ es un personaje muy difícil porque su autor no terminó de redondearlo. Lorca tenía un conocimiento extraordinario del mundo femenino para el que su propia sensibilidad le dotaba de forma excepcional y lo demuestran el resto de las mujeres de la obra en sus agudos y certeros comentarios, en su disimnulada procacidad, en su sexualidad epidérmica, en su invencible atracción por el sexo opuesto. Pero en ‘Yerma’, aunque la frustración maternal es lo más visible, late sin embargo en su interior el verdadero conflicto, el de un matrimonio sin amor, o sea sin deseo, sin atracción sexual y sin placer sexual, que es prácticamente el verdadero amor, el secreto de los secretos.
Así que a ‘Yerma’ la consume el sufrimiento de no se quedarse preñada a dos niveles: el físico, que se deriva de su esterilidad, la de su marido o la de ambos, y el subliminal, que se deriva de la falta de verdadera comunicación sexual que existe en la pareja. Con el primero, de nada servirían unas estupendas relaciones de pareja; con el segundo, podría quedarse mil veces encinta. Lorca, quizás sólo por razones biográficas, mezcla ambos niveles sin definir bien su íntima correlación. No sabemos meridianamente si Yerma no queda encinta por imposibilidad fisiológica o por ausencia de relaciones sexuales. No sabemos si ella es estéril o es frígida, si su marido no puede engendrarla o es impotente. La crítica literaria ha destacado siempre el primero de los niveles, por comodidad o convencionalismo. Y las versiones teatrales han elegido a la mujer que se vuelve loca por no poder ser madre y marginado a la mujer que no se siente realizada porque no es feliz en la cama con su hombre.
Por tanto Silvia Marsó se enfrenta a una difícil papeleta. No sólo por la evidente dificultad del personaje, la longitud y el énfasis de su presencia en escena, sino porque además del drama visible de la infertilidad subyace otro más importante y profundo, el de sus relaciones matrimoniales. La veterana actriz y el veterano director construyen una Yerma muy afectada y poco dialéctica, que recurre en exceso al aullido y al desgarro, y que termina en remedo de la Medea de Eurípides. Marsó realiza una notable interpretación sin duda, pero demasiado proclive a la ampulosidad de la demencia iluminada.
Más que pasarse de vehemencia, la actriz protagonista debería haber seguido el camino de su compañero, el actor Marcial Álvarez en el papel de su marido Juan, más mesurado y dubitativo, realmente matizado y acertado, no cediendo al tópico del marido malvado y opresor, bordando un personaje complejo. El estupendo tono general lo marca el elenco secundario con sólidas presencias de Iván Hermes, Eva Marciel, María Álvarez, Mona Martínez y todos los demás, destacando las dos cuñadas que apenas hablan pero que llenan la escena. La coreografía final del macho cabrío y la hembra virgen tiene grandes aciertos y alguna incongruencia como Yerma de nazarena con la cruz a cuestas.
Esta Yerma es una gran producción y así fue saludada en el estreno por un público que ovacionó cariñosamente a Narros y su equipo. Del veterano director no nos habían gustado sus dos anteriores montajes, ‘Los negros’ de Jean Genet, en los Teatros del Canal hace un año, y ‘La cena de los generales’ de Alonso de Santos, en el Teatro Español en septiembre de 2009. Esta vez nos congraciamos.
Esta buena producción de ‘Faraute’ -la compañía que el mismo Narros colaboró a poner en pie hace quince años- ha viajado ya durante meses por otros escenarios del país y merece tras las seis semanas programadas en Madrid no dejar escenario sin visita. Lorca tiene algo que decirnos en tiempos donde la maternidad es vilipendiada y tantas mujeres optan voluntariamente por lo que a Yerma atormentaba. Ojo con los géneros, que fueron inventados hace mucho y les queda aún recorrido.
Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Interés, 7
Dirección, 7
Escenografía, 8
Interpretación, 7
Coreografía, 7
Música, 8
Producción, 8
Documentación para los medios, 5
Programa de mano, 5
Teatro María Guerrero – CDN
Yerma, de Federico García Lorca
Dirección, Miguel Narros
Hasta el 17 de febrero de 2013
Equipo artístico
Texto Federico García Lorca
Dirección Miguel Narros
Música Enrique Morente
Escenografía Mónica Boromello
Iluminación Juan Gómez-Cornejo
Vestuario Almudena Rodríguez
Coreografía Marta Gómez
Ayudante de dirección Luis Luque
Fotografía Luis Malibrán
Coproducción Centro Dramático Nacional y Producciones Faraute
Reparto
Yerma – Silvia Marsó
Juan – Marcial Álvarez
Víctor/Máscara macho – Iván Hermes
Vieja pagana – María Álvarez
María/lavandera 1 – Eva Marciel
Lavandera 2 y 3/mujer 2ª – Teresa Quintero
Lavandera 4/Hembra – Mona Martínez
Lavandera 5/Hembra – Soleá Morente
Lavandera 6/muchacha 1ª – Paloma Montero
Cuñada 1 – Rocío Calvo
Cuñada 2 – Asunción Díaz Alcuaz
Hombre 2 – Antonio Escribano
Hombre 1 – Emilio Gómez
Dolores – Roser Pujol.