Sólo destacan ciertos pasajes ocurrentes, un coche de época y una lugareña graciosa
Escrita con prisas por Enrique Jardiel Poncela, que estrena por entonces ocho comedias en tres años, ‘Los habitantes de la casa deshabitada’ es un drama cómico en un prólogo y dos actos, con quince personajes, innegable ingenio y algunos descuidos. Hoy resulta infantil e insulsa y habría necesitado un montaje muy innovador para resaltar los méritos de una trama intrigante y bien escrita, con gotas de humor y alguna ironía. No ha sido así en esta reposición, catorce años después de la anterior, y productor y director han elegido el camino más fácil: montaje a la antigua y forzar la risa.
La sipnosis oficial nos dice: a raíz de una avería mecánica en su coche, Raimundo y su chófer llegan a una casa en donde tienen lugar una serie de misterios aparentemente inexplicables, en los que hay involucrados una banda de falsificadores y dos hermanas que han sido secuestradas hasta enloquecer, una de las cuales precisamente estuvo a punto de casarse con Raimundo dos años antes. Poco a poco la madeja se va desentrañando, aunque la intervención de una muchacha cateta está a punto de dar al traste con la salvación de los protagonistas.
Tras un bonito comienzo con un coche de época que es lo mejor del montaje, somos colocados ante un decorado de caseta de feria, donde lo que ocurre nos recuerda a aquella atracción que tanto miedo nos daba de pequeños, el trenecillo que nos introducía en un túnel a oscuras donde una bruja repartía escobazos. Aquí no hay bruja pero sí un fantasma con harapos blancos y cadena con bola reglamentaria, un gigantón descabezado, una melenuda alma en pena y otros caracteres de cartón piedra que corretean sin descanso. Hay personajes que mantienen el tipo, como la pareja Gregorio-Raimundo, y personajes lamentables como los reporteros Melanio y Luciano. Susana en un primer momento y sobre todo Rodriga en el segundo acto permiten llegar el final sin demasiado sufrimiento.
Todo tiene la impronta del antiguo (y malucho) teatro comercial, hasta el punto de parecer una reproducción naturalista de como pudo ser su estreno en 1942. Pepe Viyuela y Juan Carlos Talavera mantienen el tipo en una función en la que el retorno, en el personaje de Rodriga, de la nieta del autor e hija del innombrable Alfonso Paso, Paloma Paso Jardiel, es destacable. Fiorli es un personaje demencial representado por un actor excéntrico.
Una pieza entretenida, sí, pero vulgar. Un montaje apañado, sí, pero mediocre. Debemos reconocer que ‘Los habitantes de la casa deshabitada’ ha envejecido mal, y no puede ser presentada embalsamada sino que necesitaría un profundo trabajo de adaptación que quizás no merezca la pena. Enrique Jardiel Poncela pasó del mayor éxito al total fracaso en pocos años y todavía hoy no damos con la forma adecuada de representarlo. Más Oscar Wilde y menos Paco Martínez Soria.
La obra ha girado por media España en el último año y ha debido funcionar aceptablemente. En la gran sala del Fernán Gómez el aforo no llegaba a la media entrada: una parte del mismo se rió mucho y aparentemente lo pasó genial. El director Ignacio García, ayudante de Mario Gas en su larga etapa del Teatro Español, nos decepcionó.
VALORACIÓN DEL ESPECTÁCULO (del 1 al 10)
Interés: 5
Texto: 6
Dirección: 4
Interpretación: 6
Escenografía: 4
Producción: 5
Teatro Fernán Gómez
LOS HABITANTES DE LA CASA DESHABITADA
Una obra de Enrique Jardiel Poncela
Hasta el 24 de febrero
duración: 1h y 45 min.
Dirección: Ignacio García
Escenografía – José Massague
Vestuario – Javier Artiñano
Iluminación – Juanjo Llorens
Producción – Juanjo Seoane
Reparto:
Gregorio – Pepe Viyuela
Raimundo – Juan Carlos Talavera
Melanio – Manuel Millán
Luciano – Ramón Serrada
Susana – Pilar San José
Sibila – Abigail Tomey
Leonora – Susana Hernández
Fiorli – Matijn Kuiper
Pascasio – Eduardo Antuña
Elias – José Manuel Aguilar
Rodriga – Paloma Paso Jardiel.