La historia turbulenta de una famosa familia aristocrática del siglo XVI recreada sucesivamente por Shelley, Stendhal y Artaud llega ahora a nuestras tablas impulsada por un equipo emprendedor que ha visto en este capítulo de la crónica negra del pasado base para un montaje con aspectos muy originales. Un espectáculo atractivo con impactos visuales y musicales, estética neogótica y final morboso.
Les Cenci no es una obra original de Antonin Artaud; fue primero una tragedia en cinco actos escrita por Percy Bysshe Shelley en 1819 que no se pudo estrenar por su escabrosa trama hasta finales de siglo en París y hasta 1922 en Londres. Fue después un relato de Stendhal publicado en 1837. Y finalmente una adaptación de ambas por parte de Artaud en 1935, a la que incorporó algunas provocaciones formales y de la que se dieron 17 representaciones. En 2008 una adaptación en el Soho neyorquino. Como con tantos personajes históricos, la trayectoria literaria de lla verdadera historia de esta familia no ha sido sino una sucesión de inventos, falsedades, medias verdades y exageraciones. Un caso parecido, aunque menos grave, al de los Borgia.
Artaud fue el primero que no consiguió llevar sus teorías teatrales al escenario. Como el resto de su obra, fue un conjunto de genialidades dispersas y de ocurrencias coyunturales que el azar y el destino pusieron de moda durante una breve etapa en París y por ende en Europa.
Su ‘Teatro de la Crueldad’ quería convulsionar el ánimo del espectador por medio de atrocidades que dieran paso a casi un estado alterado de conciencia, poético y trascendente, onírico y sí, demencial. De muy diversas maneras todo ello se ha llevado a su extremo más radical en los escenarios occidentales desde hace medio siglo. Así que ahora Artaud poco puede aportar a no ser que se huya de traducciones literales de su pensamiento y se medite dos veces qué es hoy lo auténticamente provocador.
No desde luego esta pieza: ni por argumento, ni por su trama y diálogos, ni por su puesta en escena, resulta más que un remedo arqueológico de aquel ‘look’ siniestro que iniciara Nina Hagen y se extendiera durante décadas en remedo góticos y específica tribu urbana. Estética y atmósfera de pesadilla sadomasoquista ya frecuentada en los platós desde hace décadas. De Artaud a la Familia Monster hay un cierto trecho. Hablando de este, no está mal recordar su influencia en otros territorios artísticos. A ello estuvo consagrada la interesante muestra que en septiembre pasado inauguraba la presente temporada del Museo Reina Sofía (ver nuestra crónica de entonces).
El argumento es de crónica negra pero un padre abusador y cruel asesinado por su familia, por sus víctimas, no es extraño en estos tiempos, recuérdese el caso de ‘La dulce Neus’. El texto tras sucesivas traducciones no aporta gran cosa, es más bien convencional. La versión escoge una estética sensacionalista que no facilita las cosas a la parte exigente del público. La dirección, una vez elegido este camino, consigue que el montaje funcione al unísono apoyándose fundamentalmente en una destacable coreografía y unos originales efectos especiales basados en un estanque donde bucean Beatriz y Draco en imágenes de gran impacto, especialmente en el inicio de la obra; una barra trepadora izada a la cual y en posturas circenses pasa Lucrecia la mayor parte del tiempo; iluminación estroboscópica en la poderosa escena de la cena; aullidos y lamentos amplificados a tutiplén, incursiones por el pasillo central de la platea, y una música original en parte interpretada en directo que ostenta por sí sola más de la mitad de los méritos.
El mayor acierto de la pieza es el movimiento escénico, en el que hay incluso notables movimientos de danza; lo menos satisfactorio desde nuestro punto de vista es la caracterización en look gótico y la manida perversidad de los tres criados, especialmente Draco. Y llegando a ello, debemos considerar irregular la interpretación del elenco. Inconcebible la de Celso Bugallo en el papel del protagonista -hasta el punto de pensar que salió a escena muy resfriado y con fiebre, única manera de disculpar su presencia gangosa y cansina- y acertada la de su contraparte, Luis Zahera en el papel del cardenal Camilo. Un tanto errática la de Manu Valdivieso como Lucrecia, una imposible madre y una excelente contorsionista, y buena en general sin llegar a excelente la de Celia Freijeiro como Beatriz, la hija martirizada y parricida. A Daniel Holguín su personaje se le termina escapando y a Rolando San Martín su Giacomo le rehuye desde el principio. Marte Belmonte y Eduardo Mayo van creciendo como Marcela y Olimpio, y Aaron Lobato se ve obligado a un Draco que parece Marylin Manson.
Francisco Cenci es un aristócrata degenerado que se alegra de la muerte de sus dos hijos varones -bien es verdad que le han denunciado ante el Papa-, asesina a sus rivales, disfruta guerreando y soborna al poder vaticano que manda en Roma. Maltrata a su mujer, viola repetidamente a su hija, es cruel y sanguinario y finalmente da lugar a que sus víctimas se alíen para matarlo. La justicia papal prioriza el texto de la ley sobre los eximentes de los culpables, dando lugar a las pocas reflexiones juiciosas de la pieza. Y como a Sonia Sebastián le parecía que la obra había perdido mucha mordiente con el paso del tiempo, le añade al final una triple ejecución muy, muy morbosa, con la que consigue finalmente pasarse de rosca.
La obra tiene indudables aciertos y demuestra un buen nivel en el equipo artístico con la directora a la cabeza. La interpretación puede mejorar en funciones sucesivas. Son noventa minutos de acción, con momentos intensos y efectos logrados. Pero la tragedia de los Cenci ya no impresiona y menos aún Artaud leído en clave de tremendismo decrépito. Hoy lo rompedor son las buenas vibraciones, los impulsos trascendentes y el retorno al humanismo. En fin, los preparativos de un nuevo -ineludible y resplandeciente- Renacimiento.
El estreno que tuvo lugar ayer (no confundir con los ensayos generales previos, a los que tan aficionado resulta el Teatro Español) registró lleno total y hubo aplausos intensos para reparto actoral y equipo técnico, que terminaron en ovación a la directora por parte de un nutrido grupo de incondicionales. Hay por delante seis semanas de funciones. Veremos qué dice el público.
VALORACIÓN DEL ESPECTÁCULO (del 1 al 10)
Interés: 6
Texto: 5
Dirección: 7
Interpretación: 6
Escenografía: 7
Coreografía: 8
Música: 7
Producción: 8
TEATRO ESPAÑOL
‘Los Cenci’, de Antonin Artaud
Versión libre y dirección: Sonia Sebastián
Del 17enero al 3 de marzo
Reparto (por orden de intervención)
Beatriz, Celia Freijeiro
Camilo, Luis Zahera
Francisco Cenci, Celso Bugallo
Lucrecia, Maru Valdivielso
Orsino, Daniel Holguín
Giacomo, Rolando San Martín
Marcela, Marta Belmonte
Olimpio, Eduardo Mayo
Draco, Aaron Lobato
Papa, Celso Bugallo
Percusión, Neus Fontestad sábados y domingos yEsther Tortosa martes, jueves y viernes.
Escenografía, Carmen Castañón
Iluminación, Nicolas Fischtel
Vestuario, Alberto Valcárcel
Composición musical, Juan Pedro Acacio
Coreografía y movimiento escénico, Chevi Muraday
Versión y dirección de escena, Sonia Sebastián
Producción, ¿? (no se dice).