Después de tanto clamar por un teatro nuestro que hable de nosotros, hay que celebrar que se practique. ‘Transición’ quiere ser un fresco fidedigno de una etapa de nuestra historia reciente, un período tan importante como el de las cosas que ocurrieron entre 1974 y 1981. Aparentemente tan lejano y sin embargo tan próximo. Se ha elegido una aproximación ambivalente, entre la chirigota y el ensayo, con análisis teóricos, números musicales y semblanzas de sus protagonistas, apuntes diversos que se alternan en ofrecer hechos y esbozar interpretaciones con el mérito inicial de no dar respuestas fáciles y recoger los puntos de vista de defensores y detractores sin tomar partido. Dos autores y dos directores comparten una propuesta válida, con indudables aciertos, que a pesar de sus carencias merece atención y aplauso.
Tres tramas se alternan en un esquemático escenario limitado por esos tabiques de vidrio translúcido que son habituales en los espacios públicos: un plató de televisión donde tiene lugar un debate entre un político sexagenario que defiende lo que se hizo y una joven indignada que pide cuentas; un hospital donde ingresa un paciente desmemoriado que se cree Adolfo Suárez y es otro Adolfo, ujier del Congreso de los Diputados; y un lugar indeterminado donde dialogan y conspiran el Príncipe Juan Carlos luego Rey de España, el político de Cebreros luego presidente del gobierno, el inspirador de ambos y luego presidente del Congreso, Torcuato Fernández Miranda, y el militar evolucionista luego vicepresidente del gobierno, Gutiérrez Mellado, secundados por el líder comunista Santiago Carrillo, y un esbozo de Felipe González, personaje crucial dejado al margen para no complicar más las cosas.
Las dos primeras tramas son endebles, meros recursos artificiosos para no abordar las cosas de plano, y dan al conjunto un perjudicial tono de vodevil recurrente, envoltorio de las partes más comprometidas donde se intenta reconstruir los acuerdos entre un franquismo poderoso que buscaba homologación internacional y una oposición débil que quería figurar y gobernar. Pero las escenas con intención verídica entre los personajes que encontraron una salida aceptable a una situación bien difícil, van llegando en auxilio de la obra, aportando vivencias, recuerdos y suposiciones que aún hoy nos emocionan. No son ni toda la verdad ni sólo la verdad, pero es un intento honesto con pocos prejuicios para lo que por ahí flota y resuena.
El texto tiene dificultades obvias y está bien construido, salvo en los parrafones del debate televisivo que intentan condensar demasiadas cosas y resultan farragosos. De lo que dicen y hacen los médicos, enfermeras y pacientes del hospital, mejor no acordarse. Pero los diálogos y actitudes de los cinco personajes históricos son acertadas caracterizaciones irónicas aunque no respondan exactamente a la realidad de lo ocurrido. Si la obra se hubiera centrado valientemente en ello a lo mejor había salido algo grandioso.
Los recursos escenográficos son pobrísimos, lamentablemente, y la producción, cicatera, a pesar de reunir tres compañías y los recursos de nuestro buque insignia, el Centro Dramático Nacional. Pero los números musicales salvan el conjunto con interpretaciones memorables, dignas de figurar en una antología de comedia musical de nuestros días. Sólo el número de Raimon cantando ‘Al vent’ entre un fantástico guardia civil de la época, un preboste judicial corrupto, un traductor surrealista, una ‘Martirio’ de época, un alcalde ‘emprendedor’ y otras aportaciones que se nos olvidan, merece pasar por los malos momentos de simple arena. Hay cal viva en esta pieza irregular y eso salva el conjunto.
Tenemos cinco actores y dos actrices que se triplican los primeros y se cuadriplican las segundas en papeles simultáneos que forman una galaxia irregular pero asombrosa. Y luego está Antonio Valero que hace ese Adolfo intermitente entre su potente ascenso hasta la gloria y su desmemoriada caída, que quiere ser metáfora de tanta esperanza como tuvimos y tan poco resultado como supimos obtener. El peor personaje es la Inés vindicativa y el mejor, Su Majestad con Torcuato y Manolo a sus costados.
A la obra le cuesta terminar, y hasta llegar a la famosa fotografía de Suárez gravemente enfermo y el rey pasándole el brazo por el hombro, caminando ambos de espaldas en una visita histórica, agoniza en diez o quince minutos sobrantes. Este último viernes el teatro estaba repleto y casi todos los espectadores venían a rememorar lo que entonces vivieron sin enterarse del todo. ¡Quién hubiera podido escuchar sus comentarios a la salida! Los españoles -siempre desconfiados, pícaros y viva la virgen- nunca han glorificado su historia y menos en estos tiempos. Quizás sea bueno. O no. ‘Transición’ es una mirada cruda, incrédula e irreverente, pero no pretende afortunadamente incendiar la pradera. Algo hemos avanzado.
VALORACIÓN DEL ESPECTÁCULO (del 1 al 10)
Interés: 8
Texto: 6
Dirección: 8
Interpretación: 8
Escenografía: 6
Realización: 7
Producción: 6
Programa de mano: 7
Documentación a los medios: 7
Centro Dramático Nacional
Teatro María Guerrero
‘Transición’, de Alfonso Plou y Julio Salvatierra
Dirección, Carlos Martín y Santiago Sánchez
De 8 de marzo a 7 de abril de 2013
Reparto (por orden alfabético)
Enfermera, Juana, Inés, Amparo — Elvira Cuadrupani
Doctor Gutiérrez, Productor, Gutiérrez Mellado — José Luis Esteban
Tomás, Regidor, Torcuato — Balbino Lacosta
Doctor Felipe, Presentador, González — Álvaro Lavín
Enfermero Marcos, Sonidista, Juan Carlos — Carlos Lorenzo
Enfermera Andrea, Productora, Sofía, — Eva Martín
Adolfo — Antonio Valero
Santiago, Cámara, Carrillo — Eugenio Villota
Equipo artístico
Escenografía, Dino Ibáñez
Iluminación, Luis Perdiguero
Vestuario, Elena Sánchez Canales
Música, MarianoMarín
Coreografía, Paloma Díaz
Audiovisuales, David Bernués
Coproducción, Centro Dramático Nacional, L´Om–Imprebís, Teatro Meridional y Teatro del Temple.