Pocas veces hemos salido más tristes de una función. Ni siquiera indignados; sólo tristes y desanimados
El escritor vasco José Irazu Garmendia, alias Bernardo Atxaga, publicó en 2003 la novela ‘Soinujolearen semea’ (El hijo del acordeonista), que ahora ha sido adaptada al teatro con todas las bendiciones institucionales y llega a Madrid tras recorrer las tres capitales vascas. El texto resultante es una historia simplista, parcial y esquemática que se adapta a la versión políticamente correcta e ideológicamente imperante en estos momentos en el País Vasco, una anécdota que quiere resumir cuatro décadas de horrendos crímenes en nombre de una utopía asesina y fanática, justificándola en la reconstrucción de una patria vasca supuestamente derrotada en la guerra civil y más supuestamente oprimida por el régimen franquista. Sobre tal distorsión histórica se ha montado un espectáculo interesante, de lograda escenografía, bien dirigido e interpretado, de méritos dignos de una mejor causa que la de consolidar la versión falaz de lo ocurrido que mantienen los vencedores del proceso.
No es momento ni ocasión de juzgar a Atxaga, su premeditamente ambiguo papel en todo el período, y mucho menos de hablar de esta novela y el resto de su producción literaria. La traducción al castellano de El hijo del acordeonista ya se saldó con un gran escándalo (véase este resumen del llamado Caso Echevarría), por la censura y expulsión del diario El País del crítico que se atrevió a criticarla escribiendo: ‘La beatitud y el maniqueísmo de sus planteamientos hace inservible El hijo del acordeonista como testimonio de la realidad vasca. A este respecto, la novela sólo vale como documento acrítico de la inopia y de la bobería –de la atrofia moral, en definitiva– que no han dejado de consentir y de amparar, hoy lo mismo que ayer, de forma más o menos melindrosa, el desarrollo del terrorismo vasco’.
Aquí y ahora, no obstante, Debemos ceñirnos a lo que se escucha y se presencia en esta versión teatral de la que explican así director y adaptador: ‘El espectáculo que presentamos ante vosotros pretende recoger con honestidad el espíritu de la obra de Atxaga, pero aportando nuestra perspectiva creadora. No podía ser de otra forma, por la enorme diferencia entre el formato literario y el teatral, sobro todo en el caso de una novela de esta dimensión. Había que cambiar la manera de narrar. No se trataba de resumir el material literario, sino de focalizar, esto es, elegir, poner el foco en aquello que queríamos contar. Un proceso a veces doloroso de eliminación de tramas, personajes, ideas e imágenes’.
La focalización crea una trama plana sin matices donde los malos son los vascos franquistas -que eran de facto la inmensa mayoría en los años 60- y los buenos son los jóvenes patriotas que quieren vengar Gernika; donde los criminales son los policías que torturan y matan, y los héroes son los etarras que sólo intentar realizar atentados simbólicos pero que casualmente no matan a nadie en toda la pieza. En tal contexto maniqueo y contrario a la razón, todo lo demás apenas pesa, incluidos algunos apuntes sobre la estructura dictatorial de ETA fuera y dentro de la cárcel, sobre los métodos de que se sirvió para instalar su larga opresión sobre la gente corriente, ejercida a sangre y fuego, tiros y calumnias, violencia física y sobre todo permanente presión social.
Fernando Bernués y Patxo Telleria dicen haber elegido ‘sólo con lo que creemos que es la médula de esta novela: la historia de «dos amigos, dos hermanos», la traición de uno al otro en el contexto de la lucha antifranquista en el País Vasco durante los últimos años de la Dictadura, y el ajuste de cuentas treinta años después’. Pero la traición no es sino estratagema de un militante decepcionado que quiere abandonar la organización armada sin jugarse la vida y prefiere la cárcel a sus correligionarios. Y el ajuste de cuentas tampoco es tal, sino reconocimiento de la bajeza moral que tanto está costando que realicen los miles y miles de miembros y simpatizantes de ETA. El uso distorsionado de los términos, y el no llamar al pan, pan, y al vino, vino, forma parte del paquete manipulador que la obra porta en sus entrañas.
Paquete que una notable puesta en escena colabora a que el espectador tienda a disculpar y no tener en cuenta. La permanente presencia -unas veces visible y otra invisible- del acordeonista y sus músicas, las irrupciones de un coro de acordeones y acordeonistas, la presencia obsesiva de este instrumento tan especial, es la metáfora poética de una trama notablemente escenografiada, con acertados influjos del gran Henri Lépage, con vaivenes en el espacio y el tiempo de efectiva resolución y apreciable belleza, todo ello apoyado en excelentes recursos de iluminación y vestuario.
Hubiera bastado un enfoque más equilibrado para que esta obra cumpliera la misión del teatro, desvelar los misterios de la naturaleza y la sociedad humana. Carente de ello, por miedo u oportunismo, invalida el buen trabajo de todo un equipo. También es de suponer desgraciadamente que el autor avala el resultado sesgado con su silencio cómplice, aunque haya hace tiempo declarado que ‘se puede decir perfectamente que aquéllos que huían de los fascistas eran las víctimas de una época, y con el paso del tiempo se convirtieron en verdugos’. Este jueves, ante un público que sólo llenaba el aforo en un tercio, los presentes aplaudieron con cierta ambivalencia, en todo caso lejana del entusiasmo. Los responsables de la versión invocan el momento actual ‘tan esperanzador para la sociedad vasca en términos de reconciliación. Un tiempo en el que podemos, por fin, con más sosiego, mirar hacia atrás y tratar de entender qué nos ha pasado durante los últimos cincuenta años, para poderlo explicar al resto del mundo’. Por nuestra parte constatamos tristemente la distancia del dicho al hecho
VALORACIÓN DEL ESPECTÁCULO (del 1 al 10)
Interés: 7
Texto: 6
Dirección: 7
Interpretación: 7
Escenografía: 7
Realización: 7
Producción: 7
Programa de mano: 7
Documentación a los medios: 6
Teatro Valle‐Inclán
Centro Dramático Nacional
El hijo del acordeonista, de Bernardo Atxaga
Adaptación, Patxo Telleria
Dirección, Fernando Bernués
De 22 de marzo a 7 de abril
Días 30 y 31 de marzo funciones en euskera con sobretítulos en castellano.
Reparto (por orden alfabético)
David (adulto), Joseba Apaolaza
David (niño), Mattin Apaolaza
David (joven), Aitor Beltrán
Carmen, Mireia Gabilondo
Teresa, Amancay Gaztañaga
Lubis, Asier Hernández
Agustín, Mikel Losada
Mary Ann (adulta), Anke Moll
Ángel, David Pinilla
Joseba (joven), Iñaki Rikarte
Mary Ann (joven), Vito Rogado
Acordeonista, Iñaki Salvador
Joseba (niño), Mikel Telleria
Joseba (adulto), Patxo Telleria
Voz en off, Juan Iñaki Beraetxe
Locutor, Forki
Equipo artístico
Música, Iñaki Salvador
Escenografía, José Ibarrola
Iluminación, Xabier Lozano
Vestuario, Ana Turrillas
Traducción, Asun Garikano y Bernardo Atxaga
Coproducción, Tanttaka Teatroa, Teatro Arriaga (Bilbao), Teatro Principal (Vitoria), Teatro Victoria Eugenia (San Sebastián).
ACTIVIDADES PARALELAS
‘Los lunes con voz’, conferencia de Bernardo Atxaga “Reacciones ante una piedra rayada“ y concierto Ruper Ordarika y Arkaitz Miner.
Día 25 de marzo a las 19.30 horas
Entrada libre hasta completar aforo.
Con la colaboración de Etxepare‐Euskal Institutua.