El viaje a ninguna parte nos lleva lejos

Llega en hora buena la versión teatral que a Fernando Fernán Gómez le habría gustado

El viaje a ninguna parte nos lleva lejos
'El viaje a ninguna parte' - Teatro Valle Inclán

Parece cierto que Fernando Fernán Gómez fue un buen tipo dentro de ese mundillo del espectáculo que es tan de armas tomar. Consiguió que se le perdonara ser inteligente, escritor prolífico y atravesar dos regímenes con decencia y discreción. Publicó la novela ‘El viaje a ninguna parte’ en 1985, y al año siguiente dirigió e interpretó la versión cinematográfica, copando los principales premios de la primera edición de los Goya. Era arriesgada una versión teatral casi tres décadas después y flotaban en el ambiente las comparaciones odiosas. Todo superado. Está entre lo mejor de la temporada: una comedia agridulce, emotiva, que se acerca a la excelencia en todos los aspectos.

El  viaje a ninguna parte cuenta las alegrías y las penas de unos humildes actores ambulantes que deambulan por La Mancha en los años cuarenta, en plena posguerra, que viajan de un pueblo a otro andando, que nunca se han subido a un escenario y se conforma con actuar en tabernas y plazuelas, reponiendo siempre el mismo repertorio anticuado. En la Compañía Iniesta-Galván son casi todos familia y la familia aumenta con la llegada de Carlitos, un rapaz que podría solucionarles el papel de galán joven, pero que sólo agrava los problemas de un oficio a punto de desaparecer tras siglos de existencia. A los pueblos ha llegado la radio y está llegando el cine, entretenimientos que resultan más modernos.

Porque más allá de la peripecia personal de este grupo de personajes tan tiernos, la trama capta con modesta pericia el asunto que más nos preocupa a los humanos, el paso del tiempo. Y eso tiñe la obra de una nostalgia melancólica que te atrapa desde que aparecen seis siluetas en el horizonte, levantando el polvo del camino y arrastrando sus viejas maletas de madera. Nuestro Fernández Gómez, que se puso el Fernán para darse un poco de aires, ha captado el alma de El Quijote, se mece en sus ondas, emula aquellos personajes sin copiarlos, cambia lanza por declamaciones y hace de estos amorosos personajes auténticos caballeros andantes. Quién pudiera saber en qué se inspiró, si vivió acaso parecidos lances en sus inicios juveniles, si los oyó a los veteranos en algún ensayo.

Es una historia realista, sin exageraciones ni adornos, de personajes entrañables en un ambiente de escasez y grisura de unos tiempos que parecen imposibles y de los que sin embargo sólo nos separa medio siglo. Es una historia que te conmueve porque sabe a auténtica frente al estragamiento de memorias prefabricadas que nos inunda. Es una historia con la fuerza de lo inevitable, con el valor de las metáforas imperecederas. Estas pobres gentes que poco a poco se sienten rechazadas y que la sociedad va dejando atrás ya no son hoy cómicos de la lengua sino licenciados prejubilados, clases medias obsoletas, empleados y currantes que están siendo dejados en la cuneta por un proceso imparable cada vez más acelerado.  

Para aquellos a los que gustó la película, será una ocasión nostálgica. Pero los que no la vieron -como es nuestro caso- tienen la ventaja de ahorrarse comparaciones. El texto de Fernán Gómez es bueno y se presta a una dramatización sobria. Ignacio del Moral cree que el argumento, encuentra en el teatro su destino natural, y que su versión está más cerca de la novela que de la película; ha suprimido algún pasaje, construido diálogos fluidos y situaciones creíbles, pero es el trabajo de dirección de Carol López el que destaca por encima de todo desde que se levanta el telón.

Esta pieza tiene el misterio del buen teatro, la magia de con parecidos mimbres hacer un cesto precioso. Su surrealista escenografía coloca una cama en medio de un erial y te lo hace parecer lo más normal del mundo. La iluminación y el vestuario son una estampa viva de lo que se está contando, y los apuntes musicales y videográficos se ciñen a su justo cometido.

En el reparto no hay flaquezas, no ha excesos. Amparo Fernández y Miguel Rellán son una pareja Iniesta-Galván emocionante. Antonio Gil y Tamar Novas hacen de Carlos y Carlitos un poema bien hermoso. Olivia Molina y Camila Viyuela son dos auténticas muchachas de la época, qué Juanita y qué Rosa tan majas. Y Andrés Herrera y José Ángel Navarro encarnan esos magníficos personajes secundarios sin los que la mejor pieza naufraga.

En fin, una grandísima producción del Centro Dramático Nacional, un ejemplo de la línea a seguir con nuestros autores contemporáneos, con obras escritas ayer, hace cien, cincuenta o diez años: respeto al texto, adaptaciones sin ‘morcillamen’ prejuicioso, y mucho trabajo y buen oficio.

Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Interés, 9
Adaptación, 8
Dirección, 8
Escenografía, 8
Interpretación, 8
Producción, 9
Documentación para los medios, 5
Programa de mano, 7

Centro Dramático Nacional – Teatro Valle Inclán

EL VIAJE A NINGUNA  PARTE  de Fernando Fernán Gómez   
Versión: Ignacio del Moral 
Dirección: Carol López          

Reparto (por orden alfabético) 
Julia Iniesta – Amparo Fernández 
Carlos Galván – Antonio Gil 
Maldonado/Solís – Andrés Herrera 
Juanita Plaza – Olivia Molina 
Ceferino/Otros personajes – José Ángel Navarro 
Carlitos Galván – Tamar Novas 
Arturo Galván – Miguel Rellán 
Rosa del Valle – Camila Viyuela     

Equipo artístico   
Escenografía – Max Glaenzel 
Iluminación – Juan Gómez‐Cornejo 
Vestuario – Myriam Ibáñez 
Música – Luis Miguel Cobo 
Videoescena – Álvaro Luna  
Ayudantes de dirección – Anna Rodríguez Costa  Claudio Tobo 
Voces en off – Carlos Montalvo, Ángel Ruiz   
 
Producción: Centro Dramático Nacional.

 

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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