Tras haber estrenado en mayo pasado su última obra, ‘Pingüinas’ (ver nuestra reseña de entonces), llega ahora una de las primeras de Fernando Arrabal, ‘El arquitecto y el emperador de Asiria’. El mismo en ambas: estrambótico y atrabiliario. No es que esta obra de 1966 haya envejecido mal, es que nació vieja, trufada de provocaciones de salón, a lo gauche divine y con mucho pánico a la reflexión consecuente. El montaje exagera los defectos. Sólo permanece el drama de dos actores sudando la gota gorda por un texto lamentable.
Fernando Arrabal se fue a Francia con 22 años y allí se quedó para siempre. Realmente, es francés, un asimilado pintoresco de los que vive la cultura francesa. Con El triciclo (1953), Fando y Lis (1955) y El cementerio de automóviles (1959) se apuntó al teatro del absurdo que entonces era la nueva ola. Con Alejandro Jodorowsky y Roland Topor fundó en 1963 el Grupo Pánico, cuyo propuesta se explica como ceremonia ritual para contactar con una realidad superior. El llamado Teatro Pánico no evocaba pánico sino al dios griego Pan, tenido por patrón de lo más turbio de la personalidad humana. ‘El arquitecto y el emperador de Asiria’ será la quintaesencia de una propuesta que pronto será olvidada y arrinconada en el teatro de la segunda mitad del siglo XX.
Dos maromos novelescos, de identidades fantásticas y comportamientos aleatorios, mantienen un noviazgo tormentoso en el que entre masturbaciones y peleas, jugando y jugando con las palabras, blasfeman hasta cagarse en dios (una expresión asombrosa que no existe en otros idiomas), y evocan sueños placenteros de matar a la madre y tras comerse las partes más jugosas dejar a un perro acabar con el resto, sueños que terminan realizándose por el deseo del falso emperador de ser muerto y canibalizado por su amado, el falso arquitecto.
En realidad se puede decir lo que se quiera sobre la obra, y de hecho se ha dicho las numerosas veces que se ha representado. Significaría de todo, aludiría a graves problemas existenciales y sería diabólica o angelical según se viera. Lo cierto es que es un texto malo, caótico, irregular, montado sobre una trama caprichosa, que varía a tenor de las necesidades del autor por introducir sus exabruptos, esas boutades hechas para épater le bourgeois, el cual pasaba un buen rato escandalizado o divertido y luego se iba a un restaurante caro. Homosexualidad, canibalismo, incesto, asesinato, el desván entero de los fantasmas de la época es evocado sin más ton ni son que resultar escandaloso.
Este auténtico disparate, producto fugaz de una época concreta, quizás podría abordarse en serio y quizás así podrían valorarse sus aportaciones, algunos atisbos de trascendencia, su tono existencialista, en fin, ese mensaje nihilista y ese revolcarse en la angustia que medio siglo después se ha convertido en la más convencional de las actitudes. De la forma en que lo hace Corina Fiorillo, tomándose el texto a chirigota, buscando las risas fáciles, acentuando el tono de farsa y metiendo el esperpento en la licuadora, sólo queda una papilla atragantante.
Para la directora la obra es metáfora de una sociedad que no busca valores como la sabiduría o la justicia sino que, en la búsqueda por imitar o anhelar imperios ficticios, cae cíclica y repetidamente en sus propios errores. Es una obra que se anima a meterse con el comportamiento humano y con los vínculos, que son los que –finalmente– nos definen como seres marcados por la culpa. Arrabal hablaría de nuestro universo sagrado, de la lucha interior por todo aquello que somos y que anhelamos ser en la búsqueda de nosotros mismos. A través del humor, la poesía y el absurdo construiría fantásticamente este recorrido con una vigencia que sinceramente impacta. Tan prolijo como la duración del espectáculo.
Sobre una puesta en escena pobre y rutinaria, con el recurso de arrastrar una y otra vez armarios y arcones con ruedas, y de sacar de su interior objetos anodinos, solo algunos efectos de iluminación rompen la rutina y sólo las imaginativas máscaras del emperador pueden destacarse. La estética es feísta, poblada de papelotes y cintajos, limitada por flores de plástico, ayudada de pingajos, con una escoba y dos palanganas.
En este panorama desolador conformado por un texto imposible y una escenografía penosa, los dos actores se lo hacen todo. Trabajan duramente, gritan sin pausa, cambian continuamente de registro entre lo vehemente y lo ridículo, corren y se agitan hasta la extenuación y se ven obligados a lucir sus vergüenzas en un ejercicio de ridiculización obscena que evoca la cara cruel de la profesión. Obligar a Fernando Albizu a mostrarse en toda su enorme humanidad, y a Alberto Jiménez a corretear con andares ridículos y el culo al aire buena parte de la obra no se entiende sino por el deseo subliminal de la directora de vengarse de unos actores impuestos por un convenio de momento artificioso e improductivo.
A Fernando Albizu le caen papelones bien controvertidos, el anterior fue hacer de Fernando VII en Trágala,Trágala que se pudo ver en el Teatro Español la pasada primavera (ver nuestra reseña de entonces). Alberto Jiménez estuvo muy bien en el montaje de Glengarry Glen Ross que hizo Daniel Veronese (ver nuestra reseña de entonces). Ambos son dos buenos actores obligados a sudar en unos papeles siniestros.
El proyecto Buenos Aires-Madrid, un acuerdo de colaboración teatral entre el Ayuntamiento de Madrid y el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, arrancó el 17 de junio en el porteño Teatro San Martín con el estreno de esta obra. Hubo críticas para todos los gustos. En el estreno madrileño de ayer miércoles, el entusiasmo partidista de muchos invitados no contagió de forma unánime al resto, hasta el punto de que el autor, a pesar de lo que le gusta ser admirado, decidió retirarse del escenario sin pronunciar discurso. Fueron cien minutos de confusión soporífera.
Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Interés: 5
Texto: 6
Dirección: 6
Puesta en escena: 5
Interpretación: 7
Producción: 5
Programa de mano: 4
Documentación para los medios: 5
Naves del Español – Sala Max Aub
El arquitecto y el emperador de Asiria, de Fernando Arrabal
Del 23 de septiembre al 1 de noviembre de 2015
Reparto por orden de intervención
EL EMPERADOR DE ASIRIA Fernando Albizu
EL ARQUITECTO Alberto Jiménez
Ficha artística
Dirección, Corina Fiorillo
Escenografía Norberto Laino
Ayudante de escenografía en Madrid Alessio Meloni
Iluminación Soledad Ianni
Vestuario Gabriela A. Fernández
Música original y diseño sonoro Rony Keselman
Asistencia de dirección CTBA Ana Belén Saint-Jean y Ticiana Tomasi
Diseño y realización de máscaras y espantapájaros Norberto Laino y Sofía Eliosoff
Una producción asociada del Complejo Teatral de Buenos Aires (CTBA) y el Teatro Español de Madrid
Coordinación de producción CTBA Gustavo Schraier
De martes a domingo 20.30h. A partir del 1 de octubre: de martes a sábado 20.30h, Domingos 19.30h.
Precio Entradas 20 €. Martes, miércoles y jueves 25% de dto.
Duración 1h 15min. aprox. oficialmente, 1h40min. en realidad.