Aquiles y Pentesilea, amor y guerra

Una producción espectacular para una disquisición convencional a costa de los mitos griegos

Aquiles y Pentesilea, amor y guerra
Aquiles y Pentsilea - Teatro Valle Inclán

Una relectura del mito clásico del guerrero y la amazona enfrentados en combate y amor, escrita hace un cuarto de siglo por la española Lourdes Ortiz enmendando el drama romántico de Heinrich von Kleist, ha servido al Centro Dramático Nacional para mediante su laboratorio de investigación dramática construir una ambiciosa y trabajada producción de estética y épica cinematográfica. Pero el texto que lo sustenta todo, contiene más ampulosidad que sustancia, más reiteración que sorpresas, más pretensiones didácticas que solidez argumental. El montaje apabulla y el edificio se desploma tras noventa minutos que se hacen eternos.

El citado escritor romántico alemán escribió su drama en verso inspirado en el personaje mítico griego pero quizás reflejando inconscientemente su propia tragedia personal, una vida de búsqueda constante, un perpetuo vagar en busca del equilibrio entre la desmesura de su propia sensibilidad y el orden establecido, un continuo oscilar entre una pasión desbordante y una extrema decepción que terminará en suicidio, el clímax fatal  de su propia tragedia. Su hermosísima obra termina con que, poseída por una ira ciega, llena de soberbia y afán de venganza contra Aquiles por haberla derrotado en un combate previo, Pentesilea lleva sus armas y sus perros de presa allí donde la espera su amado, lleno de dulces presagios y ajeno por completo a la locura que ha poseído a la amazona, que fuera de sí lo persigue, lo hiere, lo muerde junto con sus perros y lo despedaza; del altivo guerrero sólo queda una masa sanguinolenta, arrastrada por el campo de batalla.

Como todos los mitos griegos tiene muchas versiones. Estaba narrado en un poema épico llamado la Etiópida, que venía a ser la continuación de la Ilíada, que no se conserva y fue resumido varios siglos más tarde, en el que después de grandes hazañas, Pentesilea es muerta por Aquiles y enterrada por los troyanos. Pero otra variante hace que Pentesilea mate en combate al héroe Aquiles, y una tercera cuenta que se amaron y  tuvieron un hijo, Caistro, aunque la versión más extendida es la de Quinto de Esmirna:

‘Ante sus murallas, frente al mar, contemplaron los guerreros el singular combate.
Ella avanzó primero. Él, esperó impasible.
La magia de la coraza de Aquiles le hizo invulnerable a las lanzadas  de la Reina.
Comprendió entonces Pentesilea  que su final estaba próximo.
Supo que la armadura de oro que eligió  para enfrentarse a su enemigo,
reflejaría por última vez los tornasoles azules del Helesponto.
Entones buscaron sus ojos los ojos de  Aquiles.
Cuando este clavó su  espada en el pecho de la amazona,
comprendió demasiado  tarde que amaba profundamente  a su enemiga.
Permaneció  durante horas abrazado a su cadáver.
Recordaba una y otra vez las últimas palabras de la reina guerrera.
Las que apenas le susurró sin dejar de mirarle,
cuando comprendió que por fin, se habían encontrado:
Quiero vivir’.

Todo ello quizás sea excesivo en una reseña teatral pero ilustra el hecho de que enmendar la plana a los clásicos es tan difícil como tentador y que a lo largo de los siglos el noventa por ciento de los intentos han terminado en fracaso absoluto. Como este. Nos disculpamos de antemano pero pensamos que Lourdes Ortiz hubiera hecho mejor permaneciendo en las soluciones argumentales que Heinrich von Kleist encontrara, dramatizando esa versión de hembra devoradora, depredador a imagen y semejanza del macho que quiere derrocar, más que la versión feminista y pacifista de la historieta que ya en los años 90 era lo más rentable y compartido, y que hoy se convierte en papilla indigesta, con una basectomización (amputación de un pecho para manejar el arco) discutible históricamente, y una amazonomaquia, que como sus parientas la centauromaquia (lapitas contra centauros) o la gigantomaquia (dioses contra gigantes), simbolizaba el triunfo de la civilización griega sobre la barbarie.

Todo el elenco ha trabajado mucho y bien y es lástima que el concepto general perjudique sobremanera la apreciación de sus logros. Santiago Sánchez ha reproducido en las tablas el efectismo de la última saga de filmes de épica grecorromana. No dispone de efectos especiales digitales pero a cambio usufructúa la potencia expresiva de un cachas dando alaridos bélicos no muy lejos del espectador asombrado. Enervado por el poder de la coreografía violenta, se excede en ampulosidad musculosa y despliegue de poses marciales que en algún momento rozan el ridículo.

No obstante debe reconocerse el notables esfuerzo en este despliegue, como el meritorio complemento de vestuario de época (la sacerdotisa lucía un llamativo lamparón en su túnica azul postrera) y el de una percusión machacante que subraya la épica del espectáculo. Muy de agradecer los apuntes al violonchelo de Marina Barba, digámoslo porque es el toque sugerente en una puesta en escena que segrega adrenalina queriendo perfumarse de vindicación femenina. En los cánticos individuales y colectivos las voces masculinas y femeninas suenan afinadas y sugerentes.

Destaquemos también en positivo el potente vozarrón de Verónica Ronda, lo mejor de su anodino papel como Antíope, y en negativo el exorcismo de Dayana Contreras como Deyanira y el parto de Camino Fernández como Anananda, ambos dos alicientes sensacionalistas de los que el director Santiago Sánchez no ha ahorrado uso. Ya lo ensayó con el Calígula de Albert Camus en 2010 en el Teatro Fernán Gómez (ver nuestra reseña), en esta misma línea historicista, con esta buscado diversidad de acentos del español global, con algunos de los actores que ahora repiten, Marina Barba, Gorsy Edú -a quien se debe toda la parafernalia de danzas guerreras- y José Juan Rodríguez “Jabao”, un Agamenón antillano.

Hablando de intérpretes, hablemos de los protagonistas. Maria Almudéver hace Pentesilea: es buena actriz pero esta Pentesilea nos revienta un poco y nos predispone contra ella. Rodolfo Sacristán hace un Aquiles siempre a trasmano, que sale imposible del mismo texto, y que no tiene redención alguna. Destaca sobre todo el elenco el  personaje de Ulises, que Didier Otaola nos sirve con permanente rictus de suficiencia, muy forzado. Nos quedaría comentar el trabajo de otros actores y actrices pero la reincidencia de los gabinetes de comunicación en no proporcionar ficha completa de los actores -nombre, papel y foto- nos fatiga en adivinanzas.

Penthesileia significa aquella que siente dolor o pena (penthos) por la gente (lâos), mientas que Akhilleus también es aquel que siente dolor o pena (achos) por la gente (lâos). Por tanto, guerrero macho y amazona hembra son intercambiables, como en la vida misma. Pentesilea es el alter ego femenino de Aquiles y prefigura en cierta medida la muerte del héroe, que se producirá poco después en circunstancias similares. Ambos mueren como deben morir los héroes, en medio de su gran momento épico o aristeia, lo que les permitirá vivir eternamente en los poemas épicos. Todo intento de desequilibrar la balanza de los sexos termina en anécdota.

Santiago Sánchez en 2013 dirigió con prestancia ‘Transición’ en el Teatro María Guerrero, también para el Centro Dramático Nacional, vean nuestra reseña de entonces. Y no estuvo mal su Tío Vania en los Teatros del Canal en 21012, que de esta forma reseñamos en su momento. Nos decía: ‘Vamos a hacer un espectáculo muy atractivo para los jóvenes, desde el contenido a la forma va a ser muy ameno y lleno de energía’. Energía por un tubo, amenidad, menos.

Lourdes Ortiz se justifica: ‘Me gusta asomarme a los grandes temas clásicos, ya sean los mitos, las leyendas o las tragedias y darles la vuelta desde una visión propia, contemporánea: imaginar un desarrollo diferente, una posibilidad, dónde la trama y los personajes recorran caminos distintos a los ya fijados, motivaciones y planteamientos que conduzcan a un final inesperado, pero posible’. Ya lo verá el que decida verlo, pero nos pareció un final de circunstancias. ‘Era entonces, cuando la escribí, la época del “Haz el amor y no la guerra”, de los jóvenes luchando contra la guerra del Vietnam. ¿Los años 90 contra la guerra de Vietnam? Creemos que en esta Pentesilea como en Vietnam, el dios Cronos nos la juega.

Un montaje enérgico, energético, energizante que quizás galvanice al espectador joven aunque poco podría aportarle en el conocimiento de la inaccesible asignatura de Cupido y Eros. Arena, fuego y agua para completar tan telúrico espectáculo, que como las grandes producciones cinematográficas en que se inspira, atruena sin dejar rastro en la conciencia.

Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Interés, 5
Texto, 5
Dramaturgia, 5
Dirección, 7
Escenografía, 6
Iluminación, 6
Vestuario, 6
Interpretación, 6
Música, 6
Producción, 8
Documentación para los medios, 6
Programa de mano (y Cuaderno Didáctico), 8

CENTRO DRAMÁTICO NACIONAL
Teatro Valle-Inclán – Sala Francisco Nieva
AQUILES Y PENTESILEA
Del 8 de abril al 15 de mayo de 2016

EQUIPO ARTÍSTICO

Texto – Lourdes Ortiz
Dirección – Santiago Sánchez

Reparto (por orden alfabético)
Maria Almudéver – Pentesilea
Marina Barba – Mirina
Rubén Carballés – Lupus
Dayana Contreras – Deyanira
Gorsy Edú – Diómedes
Camino Fernández – Anananda
Astrid Jones – Gran Sacerdotisa
Víctor Massan – Zéfiro
Didier Otaola – Ulises
José Juan Rodríguez “Jabao” – Agamenón
Verónica Ronda – Antíope
Rodolfo Sacristán – Aquiles
Cecilia Solaguren – Protoe

Equipo Artístico
Escenografía -Dino Ibáñez
Vestuario – Elena S. Canales
Iluminación – Rafa Mojas
Música original – Rodrigo Díaz Bueno
Espacio sonoro – José Luis Álvarez
Movimiento – Gorsy Edú
Ayudante de dirección – Fran Guin

Plaza de Lavapiés s/n 28012 Madrid
De martes a sábados, a las 19.00 h. Domingos, a las 18.00 h.
Duración: 1 hora y 25 minutos aprox. (sin intermedio).
Encuentro con el público, 21 de abril al finalizar la función.

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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