Una infancia abusiva, amor por el boxeo, oscuridad y un gran retorno

De ‘sex symbol’ a guiñapo: la mutación de Mickey Rourke

¿Qué ha pasado con Mickey Rourke?

El actor lleva mucho tiempo sufriendo extraños cambios de imagen.

Tras el éxito que cosechó en Hollywood con ‘Nueve semanas y media’ en 1986, la fama se desinfló y Rourke se convirtió en boxeador profesional, una profesión que ha sido el origen de sus problemas con la cirugía.

«Me rompí la nariz dos veces, así que me realizaron cinco operaciones ahí y otra más por una rotura en el pómulo», explicó en 2009 al The Daily Mail, aunque segú aseguró en aquel momento, la mayoría de esas operaciones se destinaron a reparar «el desorden» de su cara debido al boxeo.

«El problema fue que acudí al tipo equivocado para volver recomponer mi cara».

Uno de los galanes más destacados de la década del 80. Fueron años en los que su figura creció a un nivel en el que todos hablaban de él, de su trabajo y de lo que despertaba desde sus personajes, como un verdadero sex symbol. Con Hollywood a sus pies, en cada proyecto en el que se embarcó dejó su impronta. Fue tal lo logrado durante ese lapso, que nunca más pudo volver a ese nivel, más allá de que siguió protagonizando y disfrutando.

En este sentido, sus trabajos más destacados en ese periodo fueron Diner (1982), La ley de la calle, en 1983, La ley del dragón (1985), Nueve semanas y media (1986) y El corazón del ángel un año más tarde, entre otros filmes que traspasaron la pantalla para instalarse a nivel mundial. Sin dudas dejó una huella, una manera de interpretar, yendo de una punta a la otra y personificando distintos papeles. Sin embargo, detrás de esto, hay varias historias que lo marcaron y un recorrido que no lo acompañó de la misma manera

“Si hubiera muerto después de El corazón del ángel, sería recordado como un James Dean o un Marlon Brando”, comentó el director Adrian Lyne después de tenerlo a sus ordenes en Nueve semanas y media. Sin dudas una frase que de alguna manera hace un resumen de lo que supo ser en aquellos años de gloria y que no se repitieron de la misma manera a lo largo de su recorrido.

Más allá de esto, claro está, quién puede negar lo que consiguió. El artista ya es parte más que importante de la meca del cine hollywoodense.

Rourke nació el 16 de septiembre de 1952 en Nueva York. No tuvo una infancia y adolescencia fácil, sino todo lo contrario. Transitó por caminos de espinas que le dejaron marcas para toda la vida. Hijo de Anette Cameron y de Philip Andre Rourke, sus primeros años fue criado por su madre, ya que su papá, un hombre que se dedicaba al fisicoculturismo, los abandonó cuando él tenía 6 años. Desapareció de un día para el otro y nunca más volvió. Al poco tiempo su mamá se puso en pareja con un policía y a medida que la relación fue avanzando, decidieron mudarse todos a Florida.

Allí comenzó su verdadero calvario, del cual decidió hablar en 2009, en su colaboración en el libro Marquemos la diferencia: cómo acciones sencillas pueden cambiar el mundo de Ingrid E. Newkirk. Al dar detalles de su etapa antes de ser famoso, comentó: “Mi padrastro solía golpearme en la cabeza sólo porque le apetecía. También ejercía violencia física sobre mi madre. Yo lo odiaba por pegarle, por hacer que ella tuviera miedo”.

Según agregó, todo ese infierno lo llevó a que él también sea igual, confesó que adquirió patrones que lo volvieron agresivo y le agregó un consumo de drogas cada vez más fuerte que lo tuvieron al borde de la muerte. A esto hay que agregarle que la pareja de su madre llegó a su vida con cinco hijos que también le hicieron la vida imposible. Aprovechaban cada oportunidad para pegarle y maltratarlo.

Mickey creció en un hogar en lo que menos había era amor y ante esto, se refugió en el boxeo.

Iba a un club de barrio en el que pasaba el mayor tiempo posible después del colegio para no regresar a su casa. Allí fue sumando cualidades; primero defensa personal y luego la disciplina del boxeo. Claramente eran otros tiempos, pero su primera pelea la ganó a los 12 años en la categoría peso mosca. Con 17 años enfrentó arriba del ring al campeón mundial Luis Rodríguez. No duró un round y se fue del cuadrilátero con una conmoción cerebral. En el 71 vivió el mismo episodio y los médicos le recomendaron frenar por un tiempo, porque corría riesgo de vida. Allí fue que descubrió el trabajo de actor. Estaba en el último año de la secundaria y un papel en una obra escolar le cambió la mirada.

Pero el deporte siempre fue su pasión. Era un gran boxeador y, con el tiempo empezó a mostrar un talento similar sobre las tablas. Por este motivo, por un buen tiempo siguió desarrollando los dos caminos, justo cuando los problemas con la ley por robos menores empezaban a aparecer.

“Fui muy afortunado en mis comienzos. Conocí a una profesora en el Actor’s Studio, Sandra Seacast. Me enseñó a hacer real cada momento. Un estilo que no es para todos. Fueron los mejores años de mi vida, también los más duros, cuatro años en los que me aislaba día y noche para capturar la esencia”.

En el medio de todo esto, hubo un momento en el que cayó en el alcoholismo y las drogas. No lo pudo controlar y acá se unen dos caminos: él mismo indicó que por mandato repitió todo aquello que atravesó en sus primeros años de vida. No solo fue la violencia, sino lo que llegó desde el lado paterno con respecto a las adicciones. Sin ir más lejos, con su padre se reencontró años después.

Intentaron rehacer la relación, pero el tiempo fue corto. Producto del consumo de alcohol, el hombre murió a los 49 años de cirrosis. Algunos de sus tíos paternos también siguieron ese lamentable camino.

Más allá de que esto podría haber marcado su destino, también lo hizo su fama repentina. Los amigos del campeón no tardaron en llegar y las malas juntas fueron las que más lo frecuentaban. “Es verdad que mi triste infancia tuvo algo que ver, pero también cuando tuve un poco de fama se me fue la olla”, sostuvo en alguna oportunidad sobre su momento más caótico, cuando intentó suicidarse.

“Un día me miré en el espejo y me vi de la misma manera en que me ven los demás. Vi mi coraza y me asusté muchísimo”, comentó el libro de Ingrid E. Newkirk. Allí indicó que fue hasta su armario, agarró un arma, y cuando estaba por apretar el gatillo para terminar con su vida, uno de sus perros lo salvó.

“Estaba pasando por un momento muy difícil. Estaba decidiendo en qué parte de mi cabeza ponerla (la pistola) y mi perro, Beau Jack, me miró sollozando y me dijo con sus ojos: ‘¿Quién va a cuidar de mí?’, y me hizo bajar el arma. Estaba listo para irme”.

Siempre contó que se lleva mejor con los perros que con las personas.

Hoy sigue diciendo que se resguarda en ellos para no perder su eje. El punto de inflexión sucedió cuando el sacerdote Peter Colapietro se cruzó en su camino y lo recibió. Una serie de consejos sirvió para que recapacitara. En cuando al trabajo, sus últimas apariciones no fueron trascendentes, pero esto no parece ser algo que lo mueva de su eje.

Siendo el líder del cine clase B y disfrutar de sus mascotas, parece ser su mejor manera de vivir.

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