La cocina de la vida

Tan espectacular como emotivo, un grandísimo espectáculo teatral

La cocina de la vida
La cocina - Teatro Valle Inclán

Entrar hasta la cocina o la cocina de la política son frases hechas; el lugar íntimo, el sitio de los secretos. Arnold Wesker, de familia judía, emigrante y pobre, escribió tras la posguerra europea una metáfora de la vida, una parábola repleta de deseos de conciliación y paz a cargo de las simples buenas personas. Contribuyó no poco al triunfo del laborismo británico y a la llegada de esa fórmula igualitaria llamada ‘Estado de Bienestar’. Ahora nos llega esta impresionante The Kitchen en fabulosa versión del Centro Dramático Nacional a cargo de uno de los mejores directores actuales, Sergio Peris-Mencheta.

Ya tuvo Wesker reconocimiento en España en fecha tan lejana como 1973, distinguido con el Premio del Espectador y la Crítica, cuando Miguel Narros montó esta misma cocina en el Teatro Goya de Madrid, en una puesta en escena tan compleja y apabullante como la actual; ya se explicó por entonces el autor en una extensa entrevista a la revista Primer Acto, y ya existe un libro importante sobre la materia, ‘Perspectiva social y relaciones humanas en el teatro de Arnold Wesker’, escrito por Rafael Monroy Casas en 1979. Por tanto, y contra lo que parlotean algunos, sólo nos estamos poniendo a la misma altura de hace medio siglo, de aquellos años finales del franquismo en los que se ponían las mejores y más avanzadas piezas en los llamados ‘Teatros Nacionales’, el Español, el María Guerrero y el Beatriz.

“El mundo pudo haber sido un escenario para Shakespeare; para mí es una cocina: donde los hombres van y vienen y no pueden quedarse el tiempo suficiente para comprenderse, y donde las amistades, amores y enemistades se olvidan tan pronto como se realizan”, explicaba el autor sin explicar del todo el alcance de esta obra que se desarrolla en la gran cocina de un supuesto gigantesco restaurante que sirve mil quinientas comidas al día. En el texto original son 35 los personajes, Peris-Mencheta los ha reducido a 28, interpretados por 26 actores, y con una parte de ellos ya la había representado hace más de una década en el teatro universitario, bonita experiencia. Y repetimos, veintiseis actores en escena, veintiseis ni más ni menos.

No es extraño pues que a quien se le ocurrió la idea de rescatarla, trabaje en el proyecto desde el año 2014 y que haya necesitado que el CDN vuelque toda su sapiencia en un obra ambientada en la época que fijó Wesker, en los años 50 y, por idea del director más concretamente, el 8 de agosto de 1953, el  día que se firmó el acuerdo de la condonación de parte la deuda alemana, contraída en el periodo de entreguerras, por parte de dos decenas de países, entre ellos España. Y Grecia, con lo que Peris-Mencheta hace un guiño a la actualidad, a la deuda actual, -ahora justamente al revés- y a las dos nacionalidades más numerosas entre el personal de esta cocina naturalista, griegos y alemanes, secundados por ingleses, franceses, italianos, chipriotas y hasta un polaco. De haberla escrito 10-20 años después sin duda Wesker hubiera debido incluir españolitos.

Esta versión es fiel al original y es otro de sus méritos. ‘Lo que hace que una obra sea universal es que, aun estando ubicada en una época anterior, sea vigente. Creo que con La cocina sucede esto’, dice el autor de la versión y añade: ‘La función hay que verla de arriba hacia abajo, nunca en un plano frontal. En una obra con 26 actores, todos en escena al mismo tiempo, hay momentos en los que cada espectador elegirá donde pone la atención’. La puesta en escena es de 360º, con la grada habitual del Teatro Valle-Inclán, dos laterales pequeñas y otra grada en lo que habitualmente es el escenario, con una especie de túnel debajo de ella con dos batientes que simula la entrada al comedor desde la enorme cocina. La versión ha añadido varios números musicales que convierten a la tropa restauradora en orquesta y cuerpo de baile improvisado. Interpretan Lili Marleen, bailan el sirtaki, aprovechan los momentos de descanso para recobrar fuerzas de la mejor forma posible, riendo y bromeando.

Y no hay ni rastro de comida en escena. Los actores simulan cocinar un menú del día con todas sus opciones de primero, segundo y postre, con todos los cachivaches habidos y por haber, con todos los gestos, desde limpiar pescado y preparar la sopa a trocear pollos y adornar la tarta.

Y no hay descanso, sabia elección también: 135 minutos de intensidad inusitada; un primer acto que acaba con las comidas del mediodía, el interludio de reposo, que es la parte poética de la función, y un epílogo con el trajín de las cenas, interrumpido por ese climax que ya todo el mundo espera y que arrastra el desenlace final.

Hay que señalar que la intensidad de la acción en escena alcanza durante toda la obra, pero particularmente en diez minutos finales del primer acto, dimensiones que pocos habrán visto o podrán ver en el futuro en su experiencia de espectador. En esa hora punta que todo restaurante atraviesa diariamente, la cocina se convierte en el mayor guirigay de todos los tiempos y sin embargo consigue milagrosamente cumplir su tarea como cada día, en ese misterio de organización humana que nos maravilla cada mañana ciudadana poniéndose de nuevo en marcha. No paran de entrar y salir camareros, haciendo sus pedidos a gritos, mientras los cocineros aceleran sus movimientos mecánicos, y la atmósfera entra en ebullición a ritmo vertiginoso. ‘Es un follón de tal calibre que ni un plano general serviría para poder ver la totalidad. Esos doce minutos están provocados con toda intención para que cada espectador elija su propia aventura, elija en qué fijarse. Parece un follón, pero es una coreografía muy ensayada’, dice con razón Peris-Mencheta (ver nuestra reseña de su anterior montaje).

Sobresaliente montaje, excepcional atmósfera, plena integración de elementos a cual más logrado, la escenografía de Curt Allen Wilmer, la iluminación de Valentín Álvarez, el vestuario de Elda Noriega, el espacio sonoro de Pablo Martín-Jones y Héctor García, y un movimiento escénico alucinante que el coreógrafo Chevi Muraday -entre los mejores teatrales (ver nuestra reseña de uno de sus espectáculos), un apartado que funciona muy bien en nuestro país-, secundados por la huella eficaz de un equipo de asesores en voz, circo y gastronomía. Y todo ello enmarcado en la voluntad de excelencia y el buen oficio de un reparto que ha trabajado a fondo para comprender el trabajo de restauración, algo tan complejo como una mina o un barco de pesca. Competentes chefs, reposteros y maîtres les han dado charlas y explicaciones, hicieron visitas conjuntas a restaurantes entrando en las cocinas, algunas actrices trabajaron de camareras temporales, y uno de los actores, Nacho Rubio, es también cocinero de profesión, mientras el director dice haberse estado asesorando durante dos años por el chef de un conocido restaurante de Illescas.

Imposible entrar en detalles con este equipazo de 26 intérpretes. Efectivamente, cada cual tendrá sus preferidos, aquellos a los que ha seguido con más detalle en medio de tan enorme barahunda. Nosotros lo hicimos con Bertha, la cocinera judía que hace Paloma Porcel, con Max, el carnicero malhumorado de Javier Tolosa, con Mangolis, el energético fantástico pinche chipriota que encarna Ricardo Gómez, pero sin poder olvidar al resto, incluidos papeles tasn matizados como ese chef Robert, almirante impertérrito en medio de la batalla en la piel de Roberto Álvarez, o su segundo, el resignado Frank de Patxi Freytez. O los que hablan menos y actúan a lo grande, como ese maître Bertrand de Romans Suárez-Pazos: dense todos y cada uno de los 26 por señalados, y con su director al frente, que se demuestra tan competente en el trabajo actoral como en la puesta en escena.

Arnold Wesker ha fallecido en abril pasado a los 84 años. Nos dicen que trabajó de ebanista, comerciante, fontanero, y que sus experiencias como repostero y cocinero inspiraron sus mejores y primeras obras, Sopa de pollo con cebada, (Chicken Soup with Barley, 1958) o Patatas fritas con todo (Chips with Everything, 1962). El trabajo en un hotel de Norwick en 1958 le sirvió para hacer La cocina y conocer a la camarera Doreen Cecile, con la que se casó y vivió toda su vida. Contribuyó al nacimiento del ‘kitchen sink realism’, el realismo de fregadero, y a los ‘angry young men’, los jóvenes airados que renovaron la cultura británica y adelantaron el maremoto en un estanque de los años sesenta. Lo de menos son las historias convencionales y bienintencionadas que pueblan esta cocina, sus moderadas conclusiones políticas que por más que se repitan no terminan de calar en cada nueva generación airada, su trasnochado tono moralizante en estos momentos de tanto ruido y cero nueces. Lo importante es que es un monumento teatral imperecedero.

Esta cocina va a funcionar hasta la Nochevieja. Merece venir desde El Egido o Viveiro a sentarse a la mesa.

Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Interés, 9
Dirección, 9
Interpretación, 9
Equipo artístico, 9
Producción, 9
Programa de mano, 8
Documentación a los medios, 8

CENTRO DRAMÁTICO NACIONAL
Teatro Valle-Inclán
LA COCINA
de Arnold Wesker
Versión y dirección Sergio Peris-Mencheta
Del 18 de noviembre al 30 de diciembre de 2016
Duración: 2 horas y 15 minutos (aprox.)

Reparto (por orden de intervención):
Mangolis Pinche Chipriota – Ricardo Gómez
Bertha Cocinera Inglesa – Paloma Porcel
Max Carnicero Inglés – Javier Tolosa
Winter Camarero Inglés – Ignacio Rengel
Jack Camarero Inglés – Óscar Martínez
Paul Repostero Francés – Javivi Gil Valle
Ramone Repostero Italiano – Mario Tardón
Hettie Camarera Inglesa – Fátima Baeza
Violet Camarera Inglesa – Xenia Reguant
Anne Cocinera Inglesa – Carmen del Valle
Molly Camarera Inglesa – Almudena Cid
Daphne Camarera Inglesa – Marta Solaz
Cynthia Camarera Inglesa – Natalia Mateo
Gwen Camarera Inglesa – Diana Palazón
Dimitris Pinche Chipriota – Aitor Beltrán
Hans Cocinero Alemán – Pepe Lorente
Monique Camarera Francesa – Silvia Abascal
Frank Cocinero y 2º de Cocina Inglés – Patxi Freytez
Bertrand Maître Francés – Romans Suárez-Pazos
Gastón Cocinero Griego – Nacho Rubio
Nicholas Cocinero Griego – Víctor Duplá
Kevin Cocinero Irlandés – Alejo Sauras
Peter Cocinero Alemán – Xabier Murua
Robert Chef Inglés – Roberto Álvarez
Marango Dueño del restaurante Italiano – Luis Zahera
Mikaël Cocinero Polaco – José Emilio Gimeno

Equipo artístico:
Escenografía – Curt Allen Wilmer (AAPEE)
Iluminación – Valentín Álvarez
Vestuario – Elda Noriega
Espacio sonoro – Pablo Martín-Jones y Héctor García
Movimiento escénico – Chevi Muraday
Maestro especializado clown – Néstor Muzo
Maestro especializado voz – Óscar Martínez
Asesores gastronómicos – Pepe Rodríguez y Nacho Rubio
Asesor de magia – Jorge Blass
Ayudante de dirección – Víctor Pedreira
Producción Barco Pirata – Nuria-Cruz Moreno y Esther Bravo
Fotos MarcosGpunto
Producción – Centro Dramático Nacional en colaboración con Barco Pirata Producciones, con el apoyo de Facyre

Plaza de Lavapiés, s/n
28012 Madrid
De martes a sábados, a las 20:30 h. Domingos, a las 19:30 h.
Funciones accesibles – Jueves 8 y viernes 9 de diciembre de 2016.
20 € y 25 €.

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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