A los Joglars, después de 55 años en los escenarios, les tocaba ajustar cuentas con los medios de comunicación, los tradicionales periódicos y las emergentes redes sociales. El resultado es discreto, porque la solución no está en cantar las supuestas bondades de los antiguos y las patentes ridiculeces de los modernos, sino en la síntesis permanente que se viene efectuando desde los tiempos en que apareció la radio. Estos juglares han envejecido un tanto, conservando su potente estética, pero languideciendo en el discurso. Ley de vida, todos -periódicos, bufones y cronistas- estamos más viejos. Por eso se necesita el relevo.
‘En esta ocasión, centramos nuestra mirada en los medios de comunicación. Algo que empezó con una pluma o un cincel, con el paso del tiempo se ha convertido en una máquina voraz e inerrable de éxito y de poder que bajo el imperio de las nuevas tecnologías ha multiplicado su producción. El periodismo que nació de la necesidad de transmitir información vital para la sociedad, en parte, se ha convertido en un negocio del entretenimiento, más centrado en alcanzar cuotas de mercado que en la descripción objetiva de los hechos. En este periodismo no importa la moral ni la ética, la finalidad es calmar la avidez y glotonería de la masa, presentada como una devoradora pantagruélica de información fresca y renovada constantemente. Con Zenit pretendemos, a través de la sátira, reflexionar sobre la responsabilidad, tanto de los medios como de quien los consume, de la deriva que ha tomado cierto periodismo, recordando que éste es un oficio imprescindible para la democracia’, discursea Ramon Fontserè.
Pero lo cierto es que su visión resulta elemental y maniquea; su conocimiento del problema, más bien superficial; y sus anotaciones, carentes de enjundia, salvo en algunos momentos inspirados, pocos para noventa largos minutos de representación.
Ramon Fontserè es el protagonista por supuesto, perfecto carca, profesional encumbrado, reacio a las novedades y tramposo descarado. Periodistas como él están siendo echados a patadas de sus poltronas a las que llevan aferrados décadas. Ni han evolucionado ni dejan sitio. Son los culpables de la degeneración de la profesión y no esas tonterías de que lo que era una tarea ética ahora se ha convertido en un negocio. Siempre fue un negocio y nunca fue una causa ética. Simplemente internet y la rebelión de las masas la ha puesto en crisis. Y queriendo superarla ha agravado sus males con el ‘infotainment’ -la información convertida en entretenimiento-, algo que viene ya de los años noventa del paso siglo.
Queriendo idealizar el periodismo del pasado, Joglars lo retrata en todas sus miserias. Queriendo criticar el periodismo del presente, lo convierte en un sainete. Queriendo entender la deriva de los medios de comunicación impresos y la crisis del periodismo, viene a confirmar que los diagnósticos son facilones y los remedios, lentos y difíciles de aplicar.
Estamos en Zenit, un diario en plena adaptación a los nuevos tiempos, con una directora oportunista, una dueña avara e ignorante, y tres periodistas obligados a adaptarse a las circunstancias. Martina Cabanas ha condensado el imponente edificio de su sede social en tres simples y simplones escalones, y escalándolos y entre sus huecos ocurre todo. Ingenioso pero insuficiente. El utillaje es de función escolar, una pluma de ganso roja con la que escribe el maestro, una gasa roja con la que hacer florituras, algún palitroque, y unos teléfonos móviles habitados por avatares a punto de dominar a sus dueños. Apenas nada más que reseñar en el escenario, salvo una notable presencia de sonidos ambientales, aunque de volumen excesivo: cuando se recurre a largos pasajes de Piotr Ilich Chaikovski por ejemplo, impide entender a los actores.
Ramon que no Ramón, of course, nunca ha sido un actor de nuestra vocación. Desde 1983 forma parte de Els Joglars, y desde diciembre de 2012 es su director, sustituyendo a Albert Boadella. Ni como Maestro Rada en 2008 en La cena; ni como Cipión en 2013 en El coloquio de los perros, pudo convencernos. Siempre hace de sí mismo y ojalá no sea en persona tan desagradable como este periodista encumbrado, todo latiguillos sabiondos y todo inconsecuencia. Junto a él, destacan las buenas artes de Juan Pablo Mazorra y Julián Ortega, -el uno, becario explotado, y el otro, jóveno trepador-, más que la fría presencia de Pilar Sáenz, las gracietas marusonas de Xevi Vilà y la agilidad tecleadora de Dolors Tuneu, que gana cuando se trasmuta en anciana propietaria del tinglado mediático.
El montaje, como es ley en Joglars, es una suma de ocurrencias de mayor y menor fortuna. Junto a escenas geniales, como la de los dos obreros de mantenimiento, y escenas agudas, como la de la búsqueda de titulares para portada, hay asuntos imposibles, como la introducción histórica o la visita a Helsinki. La ingeniosa escena del Metro resulta arruinada como hemos dicho por un abuso sinfónico, y el recurso a la petaca para explicar la deriva del periodismo no deja de ser un tanto trillado.
Joglars critica el periodismo de ‘corto y pego’ (un estúpido latiguillo sobre el que habría mucho que matizar y no confundirlo con que todos los medios difunden lo que crean y mandan los pocos que importan -Reuters, CNN, NYT, Guardian, BBC-) haciendo un poco de lo mismo. Su documentación sobre la crisis de esta controvertida profesión es superficial; su dialéctica entre medios viejos y medios nuevos, carece de la necesaria síntesis; su forma de ir hilando situaciones resulta a menudo improvisada, y la pieza en su conjunto parece una aleatoria y acelerada ilación de ocurrencias que termina como puede cuando se cumple la hora y media de rigor.
Tratan de elaborar un montaje a partir de un esquema de situaciones primarias sobre las que van improvisando. Se aíslan en su masía -“La Cúpula” de Rupit-, donde ensayan aislados del mundanal ruido. Esa ‘intensa plasticidad’ que reivindican como propia, ‘en la que la iluminación es un elemento esencial’, está presente, pero ‘la idea erasmista del poder dignificador y crítico de la risa’ sólo surge en contadas ocasiones, y ‘la importancia de la música como un elemento decisivo para captar matices, crear atmósferas, reconocer situaciones, transmitir intensidad, incitar a un ritmo y enriquecer la acción del actor’, resulta un tanto abusiva, como los cuatro minutos del hermoso pasaje del bajo en el acto tercero de ‘King Arthur’ de Henry Purcell que Julián Ortega simula cantar.
Un humor infantil, una crítica superficial, un comentario baladí sobre un asunto inalcanzable. En el estreno del miércoles, el magnífico entorno del Teatro María Guerrero resultaba excesivo para la propuesta, algo no obstante bastante habitual desde hace mucho, mucho tiempo.
Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Interés, 6
Texto, 6
Dramaturgia, 6
Dirección, 7
Interpretación, 7
Escenografía, 6
Iluminación, 7
Vestuario, 6
Espacio sonoro, 7
Producción, 8
Documentación para los medios, 7
Programa de mano, 7
CENTRO DRAMÁTICO NACIONAL
Teatro María Guerrero
ZENIT
Dirección Ramon Fontserè
Del 22 de marzo al 9 de abril de 2017
Reparto (por orden alfabético)
Ramon Fontserè
Juan Pablo Mazorra
Julián Ortega
Pilar Sáenz
Dolors Tuneu
Xevi Vilà
Equipo
Dramaturgia Ramon Fontserè y Martina Cabanas
Dirección Ramon Fontserè
Escenografía Martina Cabanas
Vestuario Laura Garcia
Iluminación Bernat Jansà
Sonido Guillermo Mugular
Ayudante de dirección Martina Cabanas
Diseño cartel Isidro Ferrer
Coreógrafos: Cia. Mar Gómez
Fotografía David Ruano
Producción ejecutiva Montserrat Arcarons y Alba Espinasa
Producción Joglars
-Estreno absoluto del documental #JOGALRS55 – LA ZARZA DE MOISÉS
55 Aniversario de Joglars
Lunes 27 de marzo. Día Mundial del Teatro
-Encuentro con el público: Martes 4 de abril.