Ternura para insensibles, un cuento nada inocente

Alfredo Sanzol habla de hoy simulando irse a una isla en el siglo XVII

Ternura para insensibles, un cuento nada inocente
La Ternura - Teatro de la Abadía

Esta parodia de las comedias de Shakespeare es una original propuesta, producto de un intenso trabajo previo que no es habitual en nuestra tablas. Une la lectura provechosa del maestro inglés con la pericia de un buen dramaturgo y la contribución colectiva de un elenco que ha podido y querido superar eso de simplemente aprenderse el papel.

Alfredo Sanzol es uno de los grandes nombres de la generación de dramaturgos de la Transición, una generación a la que en general está costando demasiado madurar, que todavía anda culpando al empedrado -al sistema, al gobierno, al iva y hasta al franquismo que no conocieron- de sus tropiezos, de su falta de empuje y de su exceso de exigencias. A su generación se dirige Sanzol con esta pieza para remover la costra que les impide madurar emocionalmente, para bajarlos y bajarlas de esa estúpida suficiencia de niño y niña mimados que no terminan de hacer frente a la realidad.

Y ataca por uno de sus flancos más débiles, el desconocimiento generalizado del amor con minúscula, el que se expresa en la vida cotidiana, su estúpida arrogancia maleducada que en la ausencia de ternura, de compasión por uno mismo y por los demás, de misericordia con el prójimo y de ausencia de humildad, tiene una de sus muchas expresiones. Así que ha dedicado la pieza a todos los que “anden en su búsqueda». A todos los que la desconocen voluntaria o involuntariamente más bien debería decir, a la vista de ese público que le aclama, que le ríe pero que quizás no se molesta en entenderle.

La Ternura es un cuento para niños, para jóvenos encastillados, un remake de ‘La Tempestad’, con cosas de ‘Noche de Reyes’, y hasta de ‘Como gustéis’, ‘Mucho ruido y pocas nueces’ y ‘Sueño de una noche de verano’. Toda una deuda reconocida (y no como hacen otros ‘adaptadores’), todo un homenaje a Shakespeare que en los diálogos de la obra incluye referencias a las catorce comedias que escribió.

Pero no es Shakespeare, claro, algo que pretenden ignorar los panegíricos. Imita con pericia su estilo, pero apenas tiene algún destello de semejante nivel. Disfrutamos con las largas retahílas de comparaciones, con las enrevesadas metáforas de los clásicos, gracias a contextualizarlos, a escucharlos en su coordenada espacio-temporal. Pero repetir sus cantinelas, sus trucos y sobre todo, sus exageraciones, repeticiones y rimbombancias (por qué no decirlo), ya no funciona igual para un oído exigente. Especialmente si la farsa se alarga hasta dimensiones que sólo a los padres del invento podemos permitirle.

Esta Ternura aburre un tanto entre aciertos gloriosos; se alarga en parlamentos excesivos y en un par de canciones populares -esos aires vascos del Beber es un gran placer, o el Vamos a contar mentiras de las excursiones de la infancia- que serían estupendas aportaciones de tener la mitad de recorrido. Esta Ternura está tan gritada a pleno pulmón que va a acabar con los actores (de hecho este miércoles Lumbreras apenas podía hablar y la princesa madre y su hija menor mostraban dificultades). Esta Ternura está manca de puesta en escena y esta Ternura peca de economicismo productivo.

Pero esta Ternura está muy bien escrita, acierta en el cóctel del decir clásico salpicado de moderneces, tiene una trama excelente salvo pequeños despistes, y cuenta con seis actores a los que se nota un dominio auténtico de sus personajes (lo de menos es algunas equivocaciones y afonías), ensayados e inspirados como debiera ser siempre y casi nunca lo es. A nuestro personal gusto, los dos hijos leñadores están sobresalientes y bien secundados por las dos hijas princesas, especialmente cuando hacen de soldados: preferir a Deniz sobre Lara o a Trancón sobre Hernández sería hilar demasiado fino y quizás pincharse. Poner defectos a González o a Lumbreras, no viene al caso. Los seis juntos son el armazón de lujo que da sentido al texto.

Alfredo Sanzol protagoniza una carrera meteórica: en 2008 escribe y dirige ‘Sí, pero no lo soy’; en 2010, ‘Días estupendos’; en 2011, ‘En la luna’; en 2012, ‘Delicadas’; en 2014, ‘La calma mágica’; y en 2016, ‘La Respiración’ (quizás falta alguna, todas reseñadas en nuestra Guía Cultural), además de atreverse con clásicos como La importancia de llamarse Ernesto, Esperando a Godot o Edipo Rey. El mayor peligro al que se enfrenta es dilapidar su oficio en fuegos de artificio como este que hoy nos ocupa y abandonar ese realismo sin acritud con que refleja la realidad española, que es su gran aportación en tiempos de crispaciones más o menos fingidas.

Añadamos que el año pasado dirigió la primera edición de un taller que busca desarrollar su técnica de construir estructuras dramáticas a partir de improvisaciones, creando  nuevas posibilidades en los acontecimientos que conforman la trama. Para los actores, una manera de entrenar su talento como narradores, y para los directores una forma de abrir la percepción espacio-temporal a la hora de presentar una historia. Incluso para los escritores, -para él, principalmente-, una herramienta de inspiración y de desbloqueo. Añadamos que tiene razón en el enfoque, los actores tienen mucho que aportar al texto antes de que suba el telón correspondiente.

El proyecto ‘Teatro de la Ciudad’ es un  proyecto de tres directores teatrales, en el que siguen Andrés Lima y Alfredo Sanzol después de que se retirara Miguel del Arco para realizar su propio proyecto Kamikaze en el Teatro Pavón. Después de acometer la investigación sobre la tragedia griega en su primera temporada -Premio Max a la Mejor Producción Privada de Artes Escénicas-, en esta toca a la comedia, la otra máscara de las dos que juntas simbolizan el teatro. Tras Sanzol llegará Lima el mes que viene.

‘La ternura’ tiene aciertos encomiables y los suficientes defectos como para que no sea una obra redonda. Los ‘sanzolistas’ no necesitan matices para apuntarse a este caballo ganador y llenan el teatro con esa especial atmósfera del éxito decidido de antemano, miasmas que pueden asfixiar a cualquier creador cuando sólo tiene 44 años. Contiene esta pieza observaciones agudas y bien irónicas sobre hombres, mujeres y tópicos de género, e incluso introduce con naturalidad al tercer sexo en el juego como una anomalía a aceptar más que como la más ‘correcta’ de las opciones en la que equivocadamente ha sido convertida. Ternura necesaria, como el pan de cada día, como el aire que exigimos siete veces por minuto, parodiemos aires de los años sesenta.

VALORACIÓN DEL ESPECTÁCULO (del 1 al 10)
Interés: 8
Texto: 8
Dirección:8
Interpretación: 8
Escenografía: 6
Producción: 6
Programa de mano: 7
Documentación a los medios: 7

TEATRO DE LA ABADIA
La Ternura
Texto y dirección Alfredo Sanzol
Del 27 de abril al 4 de junio
Duración aproximada, más de dos horas

El leñador Verdemar – Paco Déniz
La reina esmeralda – Elena González
La princesa Salmón – Natalia Hernández
El leñador Azulcielo – Javier Lara
El leñador Marrón – Juan Antonio Lumbreras
La princesa Rubí – Eva Trancón

Texto y dirección Alfredo Sanzol
Escenografía y vestuario Alejandro Andújar
Iluminación Pedro Yagüe
Música Fernando Velázquez
Diseño de caracterización Chema Noci
Fotografía Luis Castilla
Comunicación El Norte Comunicación y Cultura
Estudiantes en prácticas Celia Mª Morán Pérez y Alejandro Pérez Portillo

Una producción del Teatro de la Ciudad y Teatro de La Abadía
Producción ejecutiva Jair Souza-Ferreira
Ayudantes de producción Elisa Fernández / Sara Brogueras
Diseño de producción Miguel Cuerdo

Precio 19€
Horario de martes a sábado, 20:30h, domingo, 19:30h
Sala José Luis Alonso
C/ Fernández de los Ríos, 42
28015 Madrid
Tel.: 91 448 11 81.

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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