Regresan, agotadores, a nuestros cines los Transformers, una franquicia fílmica que ha agotado ya hace mucho tiempo su único valor «mercantil», los efectos especiales de última generación y la espectacularidad elefantiásica (y mal administrada).
En esta ocasión la risible excusa argumental que sostiene levemente esta atracción de feria gira alrededor de los antecedentes históricos, que se remontan al Medioevo, de la llegada de estos mecanismos vivientes y multiusos a nuestro sufrido planeta.
La quinta entrega cinematográfica de estos juguetes de nuestra infancia vuelve a incidir catastróficamente en esos defectos que han hundido, entrega tras entrega, un producto fílmico solo apto para el consumo rápido de ese público palomitero que tanto disfruta con estos títulos llenos de ruido y fuegos artificiales.
Patético resulta también el deambular senil de un Anthony Hopkins malgastando sus últimos años de carrera en este tipo de proyectos, que tan solo le sirven para recaudar más millones para su ya hinchada cuenta corriente…eso sí, echando por tierra un prestigio actoral que vive de los réditos de un pasado ya muy lejano.
