La autora de Las Meninas

Carmen Machi es Sor Ángela, una monja que pinta como Velázquez pero a la que tienta Marina Abramovic

La autora de Las Meninas
La autora de Las Meninas - Teatro Valle Inclán

Una comedia que lleva casi un año rodando éxito: comercial sin pasarse y moderadamente culta, la fórmula ideal para el público actual, jubilatas y maduros con tiempo libre para ocios culturetas y suficiente poder adquisitivo. Pero la fórmula siempre necesita una guinda de postín: un ‘prota’ famoso con poder de convocatoria. Esta vez, los ingredientes y la guinda no defraudan. En la función de este martes se agotaron las localidades.

Ernesto Caballero, director del Centro Dramático Nacional desde hace seis años, no sólo ha dirigido una obra ajena cada temporada, sino que últimamente saca tiempo para presentar las propias en otros ámbitos, ‘Tratos’, ‘Reina Juana’ y ahora esta, creada a medida para una actriz que, como la monja que interpreta, es popular y querida entre el público. En una entrevista para El Periódico de Barcelona en abril pasado, Caballero confesaba que tenía a Machi en mente cuando escribió la obra. «Carmen es la reina Midas del teatro. Todo lo que hace lo convierte en oro». Juntos repiten su repique de hace una década con ‘La tortuga de Darwin’, de Juan Mayorga (ver nuestra reseña de entonces).

El argumento es bien sencillo: en un futuro no muy lejano la crisis financiera que sacude Europa obliga al Estado español a desprenderse de su patrimonio artístico. Ante la posibilidad de la venta de ‘Las meninas’, una afamada monja copista recibe el encargo de realizar una réplica exacta del original velazqueño. A partir de ese momento, la religiosa se va a ver atrapada en una encrucijada de intereses de diversa índole, al tiempo que sufrirá una repentina transformación de su personalidad cuando la humilde artesana del pincel inopinadamente se convierta en una reconocida figura de las artes plásticas y en una estrella mediática. Resumen oficial.

La autora de Las meninas es una sátira distópica en la que se aborda el lugar que debe ocupar el arte en la sociedad, así como el controvertible concepto de bienestar social. La obra, igualmente, despliega una mirada irónica sobre el ensimismamiento ególatra de buena parte de la creación más vanguardista y comprometida de los últimos años, así como sobre la banalización de la experiencia artística convertida en multitudinario acontecimiento mediático en sintonía con los grandes parques temáticos de entretenimiento de masas. Explicación dxel autor.

Ello sirve para aludir a varios temas de actualidad -crisis de la cultura con mayúsculas, desprecio del poder hacia la misma- alrededor de un asunto central cada día más debatido: ¿es arte el arte actual? ¿Puede compararse al del pasado? ¿Tiene sustitución la pintura figurativa de caballete y óleo, o todos los intentos del último siglo han fracasado? El autor se declara sorprendido por la evolución del panorama cultural, las novedosas realidades que está generando la democratización indiscriminada en todos los ámbitos del quehacer cultural, el derrumbe de los cánones y los parámetros, el advenimiento de un nuevo paradigma que parece medir el mérito por el éxito, con total desparpajo y falta de respeto a lo que antes se consideraba culto con mayúsculas reverenciales.

La obra pretende reflexionar sobre la creciente exaltación de la subjetividad individual así como el lugar que ocuparía en una hipotética sociedad liberada finalmente de toda necesidad artística o humanística, considerado por los políticos como una actividad improductiva de la cual la protección del legado histórico sería una inversión superflua y onerosa. «El texto ofrece una mirada crítica al lugar que ocupa el arte en la sociedad y ofrece un recorrido por las artes plásticas de vanguardia, desde Duchamp hasta Warhol, Pollock y Marina Abramovic», añade.

Y ciertamente, despliega cierta erudición y apreciable conocimiento sobre el estado de las artes antes llamadas plásticas y teatrales, y ahora convertidas en muestrario caótico de actividades incomprensibles. Un alegato medido, que termina siendo una apología de los museos y teatros clásicos y una crítica de los centros de arte y espacios escénicos posmodernos. ¡Viva el Museo del Prado, abajo el Centro de Arte Reina Sofía! ¡Bien por el Teatro de la Comedia, mal por el nuevo Matadero!

En este enfoque radica su atractivo y también su hándicap. Pues el discurso no alcanza altas cotas dialécticas y se queda en niveles divulgativos propios de las redes sociales, a las que se vitupera sin dejar de rendirse a su presencia dominadora: «¿Para qué sirven? Pues fundamentalmente, para construir una imagen propia. Decimos que nos comunicamos pero lo que lanzamos es una película que hacemos de nosotros mismos. Es como un espejo que impide la comunicación y la relación con el otro», dice Caballero. La trama está bien hilvanada en general, aunque el recurso a las posesiones diabólicas nos suena a astracanada aunque haga gracia al respetable.

Ernesto Caballero se inspira en la figura de la monja Isabel Guerra, una valorada pintora figurativa, a la que eligió como antítesis de la vanidad y el ensimismamiento de los artistas actuales. La monja pintora del convento cisterciense de Santa Lucía, que vende a 50.000 euros la pieza y que hace cinco años dejó de trabajar con la galería madrileña Sokoa y ahora comercializa explusivamente a través de la página del convento, que tiene su actividad registrada en Hacienda y que dió que hablar en 2011 después de denunciar el robo en efectivo de 1,2 millones en billetes de 500 y al día siguiente rebajar la cifra a 450.000 euros.

La obra lo dice todo en los primeros tres cuartos de hora y después se repite hasta el agotamiento y superar muy mucho la duración anunciada. Se apoya en un equipo artístico de primera división, en el que destacaríamos el trabajo videográfico y de iluminación de Pedro Chamizo. Las primeras intervenciones de Mireia Aixalà como gestora cultural ‘podemita’ harán las delicias del sector; su interpretación es notable, aunque la deriva repetitiva de la pieza termina afectándola, como es natural. Francisco Reyes es un actor muy original en dicción y aspecto, bastante adecuado para papel tan extravagante, un vigilante nocturno del museo con aires de intelectual profundo y conocimientos de psicólogo avanzado. Ambos se turnan en diálogos vivaces con la monja pintora y nunca coinciden en el escenario por culpa de una trama que se haxce finalmente monótona.

Y Carmen Machi no falla. Hace una monja muy creíble (sus apuntes morales y vitales son lo mejor de la obra y conforman un personaje genuinamente trascendente, muy raro en nuestras tablas), sigue siéndolo cuando el personaje se despendola, y se mantiena a toda potencia hasta el minuto ciento y pico en el que por fin Caballero se decide a fundir en negro, tras repetirse interminablemente y tras arribar a un final un tanto decepcionante y/o un tanto incomprensible. Sobra de todo punto la inevitable insinuación de relaciones carnales entre monja y celador. Su locura ‘instaladora’ y ‘performativa’ marca momentos culminantes y un gran logro interpretativo.
 
La primera representación del montaje tuvo lugar el pasado 17 de febrero en el Teatro de Rojas de Toledo y, a partir de esa fecha, la obra ha realizado gira por España, recalando en el Teatre Goya de Barcelona desde el 24 de abril hasta el 4 de junio. El montaje es una coproducción de Centro Dramático Nacional (CDN) con Focus, una productora privada de solera, y siendo así, resume muy mucho el carácter de la propuesta, teatro comercial de calidad sin los detalles innovadores que debería siempre aportar el CDN. No obstante, habrá premios Max sin duda.

VALORACIÓN DEL ESPECTÁCULO (del 1 al 10)
Interés: 6
Texto: 8
Dirección: 8
Interpretación: 8
Escenografía: 6
Vídeo: 8
Producción: 8
Programa de mano: 7
Documentación a los medios: 8

 
Teatro Valle-Inclán
LA AUTORA DE LAS MENINAS
Texto y dirección Ernesto Caballero
Del 15 de diciembre de 2017 al 28 de enero de 2018  

Reparto (por orden alfabético) 
Alicia, directora del Museo del Prado – Mireia Aixalà 
Ángela, monja copista  –  Carmen Machi
Adrián, vigilante nocturno  – Francisco Reyes 
 
Equipo artístico
 
Escenografía e iluminación – Paco Azorín  
Vestuario  –   Ikerne Giménez
Espacio sonoro  –  Luis Miguel Cobo
Vídeo y ayudante de iluminación – Pedro Chamizo
Ayudante de escenografía –  Isabel Sáiz
Ayudante de dirección –  Ramón Paso
Fotos – David Ruano

Coproducción – Centro Dramático Nacional y Focus
Agradecimientos – Museo Nacional del Prado
Duración: 1 h y 30 minutos aprox.
Plaza de Lavapiés, s/n 28012 Madrid.

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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