Alguien voló sobre el nido del cuco

Desafiar a aquella célebre película hubiera merecido más empeño

Alguien voló sobre el nido del cuco
Alguien voló sobre el nido del cuco - Teatro Fernán Gómez

Un título tan célebre como críptico, todo un mito en la revolución de costumbres de los años 60, que cuestionó también el tratamiento a los enfermos mentales. Despojada de cualquier referencia contextual la propuesta queda obsoleta. Una producción que vuela por debajo de las expectativas que despierta.

Esta es una pieza que no puede verse -y mucho menos montarse- sin una imprescindible documentación de su historia y significado. ‘One Flew Over the Cuckoo’s Nest’ (Alguien voló sobre el nido del cuco) es una novela escrita por el estadounidense Ken Kesey publicada en 1962, de la que en 1975 se realizó esa famosa adaptación cinematográfica que ganó cinco premios Óscar. El título es un juego de palabras. Por una parte, se refiere a una canción infantil que el Jefe Bromden canta durante su sesión de electroshock y que habla de una bandada de gansos que volaron «uno al este, otro al oeste y uno voló sobre el nido del cuco». Esta escena se narra en la novela pero no en la película. Por otra parte «cuckoo», además de un ave, es un término popular en inglés americano que significa «loco», «chiflado»; «cuckoo’s nest» («el nido del cuco») viene a significar «manicomio». Siguiendo con las metáforas, los gansos que volaron al este y al oeste son Billy Bibbit y R. P. MacMurphy, mientras que el que voló sobre el nido del cuco es el propio Jefe Bromden, al conseguir finalmente escapar del manicomio.

Se basa en la experiencia del autor como enfermero en el turno nocturno de un hospital psiquiátrico en Menlo Park (California). Allí no solo tuvo oportunidad de interactuar con los pacientes y presenciar las operaciones de la institución, sino que también ingirió psicotrópicos (peyote y LSD) en el curso de una investigación federal que aún hoy sigue dando pábulo a las más conspiranoicas leyendas urbanas.

La novela es narrada por ‘El Jefe’ Bromdem, un corpulento pero dócil amerindio, quien ha fingido ser mudo y sordo por varios años. Randle McMurphy finge estar loco para cumplir su última condena de multireincidente en un lugar que cree más cómodo, el psiquiátrico. El ala del hospital en la que se encuentran está administrada, con poca supervisión médica, por la enfermera Ratched y tres enfermeros. McMurphy la desafía constantemente y lidera una creciente desobediencia de los pacientes. Una noche, Bromdem revela a McMurphy que puede hablar y escuchar. Tras la escalada rebelde, los dos son enviados al ala de terapia electroconvulsiva, pero ni siquiera esto logra controlar el comportamiento del rebelde.

Una noche, después de sobornar al guarda nocturno, McMurphy trae varias botellas de licor y dos prostitutas al hospital y persuade a una para que seduzca a Billy Bibbit, un paciente tímido y tartamudo con poca experiencia con las mujeres. Este se suicida y Ratched culpa a McMurphy por lo sucedido, y él trata de estrangularla. Ratched es rescatada por los enfermeros y McMurphy es trasladado al ala de pacientes perturbados, donde le practican una lobotomía y le dejan en estado vegetativo. El jefe indio decide asfixiarlo con una almohada para que siga vivo su ejemplo. Después rompe una ventana y escapa para regresar a las tierras de su tribu junto al río Columbia.

La novela hizo célebre a Ken Kesey, que como voluntario («cobaya humana») en los experimentos con drogas psicotrópicas del Gobierno quedó enganchado al LSD, la mítica sustancia psicoactiva. A partir de 1964, él y un grupo de amigos, The Merry Pranksters o los «Alegres Bromistas», fueron pioneros en la experimentación lúdica y espiritual con LSD y marihuana. A bordo de un autobús pintado con colores fluorescentes que llamaron «Further» («Más Allá»), los Pranksters recorrieron Estados Unidos y fueron estableciendo gradualmente muchos de los elementos retóricos y visuales que después popularizó (y, a juicio de Kesey, trivializó) el movimiento hippie. En esta tarea contaron con la colaboración del grupo Grateful Dead, que acompañaba con sus improvisaciones de música psicodélica las sesiones abiertas de consumo de LSD (Acid Tests) organizadas por Kesey. Durante algún tiempo Kesey y Timothy Leary representaron dos enfoques complementarios de la naciente Contracultura: irreverente e imprevisible el de Kesey, ritualizado y mesiánico el de Leary. Así, mientras Leary, que provenía de un ambiente científico universitario, buscaba inspiración para los viajes de LSD en textos exóticos y prestigiosos como el Libro Tibetano de los Muertos. Kesey, autodidacta, prefería inspirarse en la cultura pop norteamericana (cómic, ciencia ficción y rock’n roll).

El periodista Tom Wolfe popularizó en 1968 las experiencias de Kesey y los Pranksters con su libro The Electric Kool-Aid Acid Test (publicado en España como Gaseosa de Ácido Eléctrico o Ponche de ácido lisérgico). Un texto que fue ejemplo del nuevo periodismo -reportaje en profundidad, casi vivido personalmente, repleto de testimonios y cargado de espontaneidad- para los jóvenes reporteros de los años 70. Eran casi relatos cortos y su formato carecía de soporte adecuado en la España de la Transición, además volcada en aspectos sociales y políticos, por lo que sus secuelas aquí se limitaron a intentos parciales.

Es evidente por tanto que para cualquier activista de la generación de los 60, el anuncio de esta versión dramática actúe de imán irresistible. Lástima desgraciadamente que haya sido lobotomizada, amputada de una imprescindible contextualización y reducida a un texto añejo que nada tiene que ver con la problemática psiquiátrica actual, en la que los locos y los manicomios han desaparecido gracias a los progresos de la farmacología.

La propuesta se justifica así: ‘La idea es modernizar el concepto estético de la obra, aportando una visión más próxima a la sociedad actual, con una escenografía aséptica y cierto diseño minimalista. La propuesta artística huirá de las referencias pasadas de los años 70, y es que ahora, el espacio escénico perturbará a los internos y al público a través de su extrema pulcritud de luz blanca y orden obsesivo, rozando casi la paranoia, para otorgar así todo el protagonismo a los actores’.

Sin embargo, la realización resulta bastante vulgar: una sala aséptica bajo la observación de una cabina en su centro, con unas sillas y una mesa por todo mobiliario, un vestuario demencial con aires futuristas, y unas proyecciones supuestamente psicodélicas y propias de los viajes de ácido lisérgico, pero realmente decepcionantes. La producción es realmente floja, quizás por falta de presupuesto pero más bien por falta de empatía con aquellos tiempos pasados, cuyo recuerdo fiel podría haber ambientado atractivamente la pieza.

Sin embargo, se ha escogido un enfoque casi esperpéntico, haciendo hincapié en lo grotesco de ese conjunto de locos cuyas ocurrencias, defectos y manías deben hacer reír al público. Y reírse de los minusválidos mentales, de los deficientes psíquicos y de los humanos diversos es un recurso tan manido como éticamente rechazable. Esta pieza es más trágica que cómica, y los personajes no necesitan ser exagerados para despertar mofa en vez de compasión y empatía.

En el reparto destaca la presencia acertada de Rodrigo Poisón en ese majestuoso comanche por encima del mundo. Destaca también por lo contrario la del actor que interpreta al protagonista, que hace un McMurphy absolutamente desencuadernado, un rufián mal hablado lejano del rebelde idealista. Pablo Chiapella sufrió un accidente la semana pasada y ha sido sustituido precipitadamente por Alejandro Tous, lo cual puede explicar el despropósito, pues su papel inicial, ese Dale homosexual reprimido era todo lo contrario a este matón McMurphy. Todos los actores encargados de ser más locos de atar que el compañero están bien en sus exagerados comportamientos: son estos los que fallan. En cuanto al equipo médico, el doctor acomodaticio resulta impresentable; mejor Mona Martínez como esa enfermera autoritaria y peor los dos auxiliares. Todos tan de cartón piedra como los pacientes. Por megafonía se anunciaron más cambios en el elenco oficial pero no se incluyó una simple fotocopia explicativa en el programa de mano.

La obra dura tres horas y se hace interminable. Por fortuna tiene un pequeño receso en el medio que puede aprovecharse para dar por terminada la velada sin que se pierda nada imprescindible en la segunda parte. El director, Jarosław Bielski, instalado en España desde los años 80, es también actor y profesor, y ya presentó esta versión hace muchos años. Una reposición innecesaria.

Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Interés, 5
Versión, 5
Dirección, 5
Interpretación, 6
Puesta en escena, 6
Producción, 5
Programa de mano, 6
Documentación a los medios, 6

Teatro Fernán Gómez – Centro Cultural de la Villa
Sala Guirau
Alguien voló sobre el nido del cuco
De Dale Wasserman
Basada en la novela de Ken Kesey
Dirección y traducción Jaroslaw Bielski
Del 11 de octubre al 4 de noviembre de 2018

Reparto
McMurphy    Pablo Chiapella
Enfermera Ratched   Mona Martínez
Dale Harding    Alejandro Tous
Billy Bibbit     Niko Verona
Jefe Bromden    Rodrigo Poisón
Martini     Fernando Tielve
Cheswick     Emilio Gómez  
Doctor Spivey    Manuel Tiedra
Scanlon     Manuel Teódulo
Ruckly     Ramón Valles
Candy Starr     Carmen Ibeas
Auxiliar Williams    Javier Sáez
Auxiliar Warren    Chechu Moltó
Auxiliar Turkle    Sergio Pozo    
Enfermera Flinn    Carmen Ibeas  
Sandy     Iris Rico

Equipo técnico
Escenografía    Laura Lostalé
Diseño de iluminación y vídeo Felipe Ramos
Vestuario    Almudena Bretón, Fede Pouso
Composición musical  Luis Prado
Maquillaje y peluquería  Helena Domínguez
Producido por   La Dalia Films y Adaptaciones Teatrales 2018 A.I.E.

Horario de funciones:  De martes a sábados: 20 h – Domingos: 19 h.
Entrada general: 19 euros – martes y miércoles: 16 euros .

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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