El signore Boldini y sus colegas ibéricos

El signore Boldini y sus colegas ibéricos

Boldini y la pintura española a finales del siglo XIX. El espíritu de una época’ presenta a este pintor italiano acompañado de una notable selección de artistas españoles de entonces, selección notable, poco conocida, y toda ella interesante. El brillante complemento equilibra al huidizo sujeto en una oración de clasicismo decimonónico plagada de la nostalgia de los tiempos en que los pintores pintaban cuadros sin mayor trascendencia.

Giovanni Boldini (1842-1931), es el más importante y prolífico de los artistas italianos que se instalan en París en la segunda mitad del siglo XIX, coincidiendo con tantos o más pintores españoles en la misma tesitura. Compañeros todos en ideales y peripecias entrecruzaron influencias en busca de conectar con ese distinguido público de la alta burguesía parisina cuyos gustos y criterios imperaban ene el continente. La influencia de Mariano Fortuny sobre el trabajo del italiano es una las conexiones, pero no la única: el gusto por la pintura de género con escenas amables y anecdóticas; el interés por el discurrir de la ciudad moderna; el disfrute del paisaje y, sobre todo, la renovación del género del retrato, son aspectos que hacen que la pintura del uno y de los otros discurran juntos en este cambio de siglo de ‘la belle époque’, tal y como la exposición nos quiere demostrar.

Y es que junto al italiano, la selección española de esa época incluye catorce nombres de nuestros lares: Manuel Benedito, Ramón Casas, Rogelio de Egusquiza, Mariano Fortuny, Eduardo León Garrido, Raimundo de Madrazo, Francisco y José Masriera, Vicente Palmaroli, Román Ribera, Martín Rico, Joaquín Sorolla, Eduardo Zamacois e Ignacio Zuloaga. Para Leyre Bozal, la comisaria encargada de la parte española de esta muestra, a la llamada de forma despectiva ‘pintura de casacón’, hoy se la mira con otros ojos, con interés por captar el espíritu de aquella época. Cita con admiración entre todo lo reunido los paisajes de Martín Rico -cuya retrospectiva en el Prado en 2012 (ver nuestra reseña) supuso toda una revelación-, el paisaje de la Playa de Portici de Fortuny traido de Dallas, la Cleo de Manuel Benedito -en guiño al retrato del mismo personaje de Boldini- y un desnudo tardío de Sorolla poco conocido.

Instalado en París desde 1871, Boldini comparte con Madrazo, Ribera, Sorolla y Zuloaga, por citar solo a algunos, una imagen, unos gustos y una vida de pintores bien burgueses y nada bohemios. Integrados en la sociedad parisina cosmopolita de su tiempo, trabajaron para los grandes marchantes de arte de la época como Adolphe Goupil, el francés que se encargó, entre 1827 y 1920, de transformar el poder de la imagen durante este fin de siglo a través de la venta de cuadros en pequeño y medio formato con escenas amables, a menudo pintorescas, que hacen las delicias de la burguesía, la nueva clase en alza. Además, las obras de estos artistas formaron parte de algunas de las colecciones más importantes a nivel internacional, como fue el caso de la del norteamericano William Hood Stewart. Boldini acudió a la llamada del exotismo español y orientalista, con obras en las que las figuras aparecen vestidas con trajes folclóricos o empuñando la inevitable guitarra. Y también participó en la creación del modelo retratista de la época, imponiendo una nueva sensibilidad junto con John Singer Sargent y James Abbott McNeill Whistler. El trío Boldini, Sorolla y Zuloaga se convierten en los retratistas más importantes de la Belle Époque, creadores de una extensa galería de retratos que nos permite acercarnos a ese viejo mundo que llegará a su fin con la Primera Guerra Mundial.

A pesar de coincidir en fechas con el nacimiento del impresionismo, la llegada a París del artista italiano no cambió su manera de pintar, un estilo único que mantendrá a lo largo de toda su vida, basado en la intuición del instante y el movimiento, reflejado con rápidas pinceladas, pero sin perder nunca de vista la figura y la expresión del retratado. Se construyó una sólida imagen profesional para vivir acomodadamente de su trabajo y no ser “ni siervo, ni cortesano, ni bufón, ni ser considerado un artista loco” (en sus propias palabras), un planteamiento ya moderno, antítesis del artista típico del siglo XIX, una idea que compartían Fortuny, Madrazo y los demás compatriotas instalados en las laderas del Sacre Coueur. Boldini fue uno de los pioneros de Montmartre, el barrio que se convertiría pronto en lugar de residencia de la bohemia internacional, con esa Place de Clichy que pintaron Signac, Van Gogh, Degas, Renoir, y también Ramón Casas o León Garrido.

La comisaria Francesca Dini, que lleva décadas estudiando a Boldini y es autora de su catálogo razonado, destaca ‘El general español’ de su primera época en Florencia; el paisaje urbano Place Clichy (1874) con su cambio completo de estilo a la llegada a París; el retrato de Whistler (1897), como dandi cosmopolita emblema de la época; y sin duda el retrato de Cleo de Mérode de 1901, afamado como ‘la gioconda del Novecientos’.

En ‘El tiempo recobrado’, el último volumen de ‘En Busca del tiempo perdido’, Marcel Proust escribe: “El pasado no es un tiempo perdido, es un tiempo que puede ser recobrado a través de la literatura y el arte”. Eso pretenden las pinturas que aquí se reúnen: recobrar un tiempo perdido. Una parte de ese tiempo, la de una cúspide social que respiraba hondo tras la derrota de la sublevación de la Comuna, apagado ya el estallido de la guerra franco-prusiana, sin suponer que su ‘bella época’ iba a despeñarse en 1914.

En fin, la exposición se desarrolla en seis secciones que intentan compaginar la prresentación cronológica de Boldini con la comparación con sus pares españoles. No se nos dice el total de obras expuestas ni se dispone de la relación completa de las mismas, que resultaría imprescindible, al menos en el contundente catálogo. Gran selección española para acompañar al refinado ‘bon vivant’ Boldini. Su página en Wikipedia es excelente y en ella se incluye una selección de juicios críticos que podría ser síntesis de los pros y contras del artista: ‘Mientras las pinceladas largas y ligera nos gustan, el color continuamente bello y brillante nos cansa’ (Signorini, 1867); ‘Encarna el genio vibrante y fácil, la maestría puesta siempre mejor al servicio del placer de los sentidos, el artista de la decadencia extrema’ (Blanche, 1931); ‘Sus retratos son realizados con una ejecución rápida, suelta, de toques y bravura, que revelan abundancia de dones naturales, pero demasiado frecuentemente se desvía hacia un facilismo de mala factura’ (Brizio, 1944); ‘Por más que su trabajo se haya hecho superficial y mercantilista, siempre fue capaz de trasmitir al espectador la alegría que le inspiraban las absurdidades que retrataba. Hasta el más insoportable de sus retratos revela una inmensa diversión’ (Cecil Beaton, The Glass of Fashion, 1955); ‘Era un artista ultrachic, especialmente cuando retrataba larguiruchas señoras de la alta sociedad internacional que aparecen pintadas como debajo de un vidrio traslúcido, demasiado revestidas por los artíficios de los sastres y de las modistas, plasmadas en poses ambiguas… Pero esos retratos tienen un fuerte poder de encanto: revelan espontáneas y seguras cualidades de pintor’ (Berenson, 1958).

Aproximación a la exposición (del 1 al 10)
Interés: 8
Despliegue: 6
Comisariado: 7
Catálogo: 7
Folleto explicativo: n/v

Fundación MAPFRE
BOLDINI Y LA PINTURA ESPAÑOLA A FINALES DEL SIGLO XIX. EL ESPÍRITU DE UNA ÉPOCA
Del 19 septiembre 2019 al 12 enero 2020
Comisarias, Francesca Dini, historiadora del arte y especialista en Boldini, y Leyre Bozal Chamorro, conservadora de colecciones de Fundación MAPFRE.

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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