Las élites disfuncionales de España

Las élites disfuncionales de España

Afrancesadas primero, germanófilas después, antiespañolas casi siempre, María Elvira Roca Barea ajusta cuentas con la intelectualidad local en su ensayo ‘Fracasología’.

Si en ‘Imperiofobia y leyenda negra’ pasaba revista a la creación del mito negativo de la historia de España por parte de ingleses y holandeses, pero también de alemanes, franceses e italianos, María Elvira Roca Barea, filóloga, articulista y profesora de instituto, se lanza en ‘Fracasología’, Premio Espasa de Ensayo 2019, con la energía y pasión que le caracterizan, a analizar por qué triunfó en España el ‘discurso’, la ‘narrativa’ diríamos hoy, de esa leyenda negra. Y la respuesta es inmediata: la asunción general por parte de los españoles de que España es un fracaso como nación y nuestra historia un inventario de horrores y desastres, se debería al papel seguidista y negativo de nuestra élites nacionales, a su capacidad de acuñar una terminología destructiva en la que ‘desastre’, ‘fracaso’, ‘oscurantismo’, ‘retrógrado’ ‘intolerante’ son conceptos habituales para referirse a la trayectoria histórica del propio país. En suma, al hecho de haber asumido de manera acrítica la fabulación negativa que sobre España han construido los propagandistas de otras naciones, en su día, enemigas de la nuestra.

‘Fracasología’ es un libro de más de 500 páginas con abundante bibliografía que resulta tan revelador como deprimente porque concluir que nuestras élites han sido las aplicadas dinamitadoras de cualquier idea positiva de España, implica en mayor o menor medida (¿acaso los medios de comunicación no forman y conforman la opinión pública?) auto inculparse.

Naturalmente, el mal no es reciente. Roca Barea, que divide su libro en tres partes (‘El siglo de las luces y las sombras’; ‘De la Guerra de la Independencia al 98’; ‘Siglos XX y XXI’) no tiene la menor duda de que fue el cambio de dinastía, de los Austrias a los Borbones, con Felipe V y la ominosa guerra de Sucesión, el motor inicial de destrucción masiva de la autoestima española. Con Felipe V y los Borbones, España pasa a ser un ‘protectorado’ francés, cuyo verdadero dirigente es el rey Luis XIV de Francia. Apenas su nieto pone un pie en España queda abolido y pasa a ser denostado todo lo que representaron los años de esplendor de la Corona Hispánica. Los Siglos de Oro quedan enterrados bajo el academicismo romo de los intelectuales sostenedores (y mantenidos por ella) de la nueva dinastía.

De forma que el siglo XVIII se perfila como una etapa devastadora para la cultura y la sociedad española en tanto en cuanto se ve juzgada además con los ojos de los intelectuales que se miran en la cultura francesa e importan los viejos tópicos de la leyenda negra convertida ahora, gracias a los intelectuales galos, en verdadera ‘ciencia’ sobre España.

Como ya había puesto de manifiesto Gonzalo Pontón en su libro ‘La lucha por la desigualdad’, la Ilustración fue un movimiento altamente elitista, retrógrado, y reaccionario que abominaba de conceptos tales como la igualdad y aspiraba a ver sometidas y sumidas para siempre en la ignorancia a las clases populares. Roca Barea comparte esta visión y subraya que bajo la imagen que se ha perpetuado (gracias también a los intelectuales españoles) de la Ilustración como un movimiento modernizador, que ama el progreso, la ciencia y la Razón, con mayúsculas, se esconde un movimiento profundamente retrógrado en el que, además, proliferan las ideas tópicas y denigratorias sobre España y su historia. “En el siglo XVIII está ya instalada la problemática de España en España para no irse jamás. Los españoles se dividen en españoles y antiespañoles según el grado de aborrecimiento del periodo Habsburgo”. Hasta el punto de que: “La conversión de la Historia de España en un campo de batalla político es un logro de la Ilustración francesa”, nos dice la autora.

Por supuesto, Roca Barea rechaza la mayor. Ni España era un país retrógrado y atrasado cuando llega Felipe V, ni tampoco oscurantista y cerril como lo pintan los franceses y sus seguidores españoles. Para defender esta tesis se vale de un caso ilustrativo: el distinto ceremonial de los entierros de Lope de Vega (fallecido en agosto de 1635) y de Molière, muerto en febrero de 1673. El primero es todo un acontecimiento popular, con una amplísima representación social (clérigos, nobles, pueblo en masa); el féretro fue llevado en procesión desde la casa del Fénix de los Ingenios en la actual calle de Cervantes, hasta la iglesia de San Sebastián en la de Atocha. El segundo –Molière es un autor misterioso de por sí ya que no se conserva ni un solo manuscrito suyo-, excomulgado por dedicarse a tan licencioso oficio como el de autor y actos de teatro, hubo de ser enterrado extramuros en el cementerio de Saint Joseph de París.

Con otro problema añadido, a lo largo del siglo XVIII los historiadores españoles no se encuentran por ningún lado. La Historiografía sobre España la escriben los extranjeros con lo que eso conlleva. (Roca Barea menciona en otro momento de su obra el peso anómalo de los hispanistas en todo lo que tiene que ver con nuestra historia y como sus tesis se adoptan sin problemas hasta acabar cristalizando en los libros de texto). El mal es doble porque la figura del intelectual surge precisamente con la Ilustración, y son por lo tanto ilustrados los intelectuales españoles que forjarán la cultura en esa etapa. Ilustrados y afrancesados, a raíz de la Guerra de la Independencia, terminarán por completar la desconexión del pueblo español con sus élites. La poderosa cultura popular española irá por su lado y las élites afrancesadas por otro.

Y aun cuando Roca Barea reconoce que la influencia de la Ilustración y de la cultura francesa fue grande en toda Europa, recuerda que la figura del afrancesado no existe entre ingleses, italianos o portugueses.

Dedica la autora algunas páginas de su libro a señalar el sinsentido, la profunda contradicción de considerar, como ocurre comúnmente, a Fernando VII como uno de los peores monarcas de nuestra historia, tachándole de absolutista y retrógrado, sin comprender, al mismo tiempo, que era apoyado también por los afrancesados. Y es que, en determinado momento, se produce una confusión, entre constitucionalistas liberales y afrancesados. Los primeros sufren represión y algunos se ven abocados al exilio cuando Fernando VII restaura en 1814 el régimen absolutista pese a haber jurado acatar la Constitución de 1812. Los segundos la han sufrido antes cuando los españoles expulsan a los ejércitos franceses y castigan a los afrancesados colaboracionistas. De nuevo la persecución contra los liberales cobrará intensidad tras el trienio liberal (1820-23) cuando los ejércitos franceses (los denominados Cien Mil Hijos de San Luis), entren de nuevo en España para restablecer la monarquía absolutista de Fernando VII.

También hace un repaso, María Elvira Roca, a la actuación de los distintos imperios, y los compara con el español. Para concluir que España realizó una política económica mucho más justa y menos proteccionista de la que llevarían a cabo tanto holandeses (en Asia) como británicos en India. Mientras sus famosos economistas hablan del libre comercio, los gobiernos de los países anglosajones (también en los Estados Unidos) practicarán un proteccionismo económico salvaje. Cargando con enormes aranceles las importaciones, y, dejando una estela de pobreza allí donde gobiernan por más tiempo. Roca Barea cita para apoyar estos datos el libro ‘El descubrimiento de la India’ escrito por Jawaharlal Nehru en 1944, mientras estaba en prisión. En él repasa la relación entre presencia inglesa en las distintas regiones del subcontinente y pobreza, para concluir que cuanto más larga la presencia colonial mayor la pobreza. La India estuvo gobernada entre 1757 y 1857, tras una primera etapa de control desigual, por la East India Company (que contaba con un enorme ejército propio). A partir de esa fecha y hasta la independencia, tomó el control colonial directamente el Gobierno británico. Roca Barea detalla la lista de hambrunas provocadas por las políticas inglesas en India. Por ejemplo, la siembra de plantas de adormidera para exportar a China, por ejemplo, sustituyendo al arroz, alimento esencial. Y demuestra como todo lo oscuro y negativo del colonialismo británico es apenas una nota a pie de página en la historia británica frente a los miles de páginas que ocupa la leyenda negra sobre la conquista española genocida. Cuando, pese a ser mucho más antigua, fue capaz de poner freno a los excesos y aprobar unas Leyes de Indias que protegían de abusos a la población indígena.

Nada pudo hacer el liberalismo constitucionalista (la palabra ‘liberal’ es española y surge en el siglo XIX) para remediar los estragos en la autoestima española del afrancesamiento de las élites patrias. Y del consiguiente pesimismo hacia el futuro de España. Roca Barea se detiene a analizar el fenómeno desesperante por el cual problemas comunes a toda Europa (desde el antisemitismo a la inestabilidad política o la violencia cainita) terminan por ser individualizados como problemas exclusivamente españoles. O, más bien, como España pasa a ejemplificar fenómenos europeos. De tal forma que el antisemitismo español, del que sería prueba concluyente la expulsión de los judíos, se convierte en paradigma de intolerancia. Y la Inquisición española (pese a que hay muchas otras inquisiciones en Europa) la Inquisición por antonomasia. Roca Barea defiende, si bien de pasada, en este apartado y al final del libro, cuando aborda el surgimiento de los ‘nacionalismos periféricos en España’ y su carácter racista, una teoría espinosa y discutible: la actitud antiespañola que se observa entre los intelectuales europeos desde los humanistas italianos del Quattrocento hasta prácticamente hoy tiene un claro componente racista. Es puro antisemitismo lo que late en el rechazo a las ‘peculiaridades españolas’. España es el país semita por excelencia, con una mezcla racial enorme, donde árabes y judíos han tenido intensa presencia durante más de siete siglos (los moriscos no son expulsados hasta el siglo XVII, y los judíos, expulsados en 1492, están ya en España cuando se produce la invasión árabe). De ahí surgiría ese carácter extraño, extraeuropeo de España, que invita a los intelectuales patrios a ver a su país como ‘problema’, como ejemplo de todos los males.

En la reflexión final, sin embargo, apunta sobre todo al hecho de que España, país campeón del catolicismo, recibió de lleno los ataques del protestantismo que se propuso desde el principio como ‘una corrección’ ética y hasta racional a la ‘degeneración’ del catolicismo.

Frente a esta tendencia a convertir a un país en excepción vergonzosa, los intelectuales españoles rara vez reaccionan. Optan más bien por sumarse a la crítica. Lo hacen todos, dice Roca Barea, con independencia de las ideologías. Prueba de ello es que un intelectual católico y conservador como Marcelino Menéndez Pelayo dedica la gran obra de su vida –“Historia de los heterodoxos españoles”- a los personajes marginales objeto de rechazo y exclusión, algo que, opina la autora de ‘Fracasología’, no se le habría ocurrido jamás escribir a ninguno de los intelectuales europeos muy preocupados por dejar en buen lugar histórico a sus respectivos países.

Un capítulo especial en este muestrario de autores negativos e ignorantes al mismo tiempo de las realidades del propio país lo merece la Generación del 98 que, a partir de la pérdida de las últimas colonias (sobre todo, de Cuba), construye un muro de lamentaciones literarias totalmente descontextualizado. En ningún país de Europa (y esta sí es una anomalía española, reconoce Roca Barea) los problemas coyunturales que se atraviesan pasan a cuestionar la identidad o la naturaleza del propio país. De tal modo que para Miguel de Unamuno, por ejemplo, o para Ángel Ganivet o Pío Baroja, el problema es España misma. Roca Barea destaca especialmente la contribución desastrosa, a su juicio, de Unamuno a esta filosofía de España como problema histórico gracias a obras como  ‘En torno al casticismo”.

Eso sin dejar de precisar que esos intelectuales que viven un momento de esplendor como formadores de opinión gracias al auge de los periódicos en los que colaboran asiduamente, no han escrito una línea sobre la guerra con los Estados Unidos (guerra que ningún país de Europa habría podido ganar, advierte la autora) ni parecen especialmente preocupados por el asunto.

Su pesimismo, su ‘depresión’ es bastante similar al mostrado en ese cambio de siglo por intelectuales de Francia, Italia o Alemania, países inmersos en diferentes crisis.

En este repaso a la intelectualidad española, Roca Barea, hace un paréntesis elogioso para la Institución Libre de Enseñanza y algunos de los nombres ligados a sus orígenes como el de Rafael Altamira, un ‘optimista’ y amante de la Historia de España que se esforzó por establecer vínculos saludables con Hispanoamérica e hizo lo imposible por denunciar la leyenda negra que ha conquistado ampliamente los países hispanos. (Roca Barea subraya más de una vez que el destino de España ha afectado profundamente a los países hispanos de América que además de haber asumido con total satisfacción la leyenda negra no consiguen tampoco reforzar su autoestima frente al poderoso mundo ‘anglo’). Otra excepción notable, la de Salvador de Madariaga. La autora rompe una lanza también por la ‘generación del 27’, la única, en su opinión, totalmente desacomplejada y europea, precisamente porque se siente totalmente española.

Gotas de agua clara en el océano oscuro de unas élites dedicadas a hacer propia la historia escrita por otros. Porque, al remitir ligeramente la fiebre del afrancesamiento, es la germanización de España lo que proponen intelectuales de la talla de Ramiro de Maeztu o de un Ortega y Gasset que no parecen reparar en la necesidad de intentar una aproximación original al mundo, opina Roca Barea. De este modo, con el escaso aprecio por lo propio, con el ninguneo sistemático a los logros del propio país, el Estado se debilita, dando pie a esa temible balcanización que amenaza a España.

Aunque interesante, resulta un poco desviado del núcleo central del libro el capítulo que Roca Barea dedica a analizar la obra de Max Weber, y a criticarla con toda una batería de datos y razonamientos de lo más plausibles. Es cierto que se trata de un autor que tuvo enorme influencia en toda Europa y muy especialmente entre los intelectuales españoles ya ‘germanizados’ de principios del siglo XX, pero no deja de resultar algo tangencial en ‘Fracasología’. No lo son, en cambio, las páginas que dedica a repasar el nacimiento de los nacionalismos periféricos, y a analizar los errores del planteamiento autonómico que ha acabado por establecer un culto al ‘hecho diferencial’ que está desembocando en el debilitamiento de la idea de un país común. En ello, insiste Roca Barea, pocas diferencias pueden hacerse entre los partidos que gobiernan en cada una de ellas.

El libro concluye refutando otro lugar común de la leyenda negra que ha cobrado nueva vida en los últimos años en Estados Unidos, la de acusar a Cristobal Colón (y con él a los españoles) de ser el primer perpetrador del genocidio de los pueblos indígenas de América, lo que le ha costado al navegante dejar de ser festejado el 12 de octubre en California, Washington, y varios otros estados que hasta ahora celebraban el ‘Día de Colón’. Roca Barea recuerda oportunamente, entre otras cosas, que la desaparición de la población indígena de California (el primer Estado en desposeer a Colón de sus honores) se produce una vez este territorio, que era parte de México, es anexionado a los Estados Unidos, que ganan la guerra al país vecino, y firman la paz en 1848.

Como vemos, larga, interminable batalla, la de combatir la leyenda negra, y amarga constatación la del escaso interés de las élites nacionales (y de los centros de estudio) por rebatirla, al menos hasta ahora. El libro suscita, sin embargo, una duda final: Aun cuando las capas ilustradas, las élites, tienen un peso decisivo en la forja de la imagen y el ideario de un país, y su influencia es esencial en la construcción de lo que podríamos llamar la reputación nacional, ¿no son acaso también la expresión natural de los pueblos a los que pertenecen?

Aproximación al libro (del 1 al 10)
Interés, 8
Texto, 8
Edición, 8
Información complementaria, 8

Fracasología. España y sus élites: de los afrancesados a nuestros días

María Elvira Roca Barea

Premio Espasa de Ensayo 2019

Editorial Planeta, octubre de 2019

Rústica con solapas 21,90€.

eBook 12,99€.

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