El ocaso de los dioses y los excesos wagnerianos

El ocaso de los dioses y los excesos wagnerianos

Esta última entrega en el Teatro Real de la tetralogía ‘El anillo del Nibelungo’ de Richard Wagner ha culminado con éxito el desafío abordado en cuatro temporadas consecutivas a pesar de la pandemia. Lleno total para el espectáculo más desafiante de la temporada.

Y es que cinco horas largas en una epopeya de libreto enrevesado y partitura aún difícil de seguir por el común de los mortales, cantada en alemán con subtítulos atroces, no es lo que se dice fácil de contemplar y asimilar. Pero el público del Real -tan injustamente denostado en el pasado por pusilánime y facilón- se ha dicho de esta no pasa y se ha convertido al wagnerismo en cuerpo y alma, agotando las localidades para respaldar a la batuta de Pablo Heras-Casado y la puesta en escena de Robert Carsen en este desafío descomunal.

El director musical nos pareció plenamente a la altura de las circunstancias, al frente de un reparto de once cantantes, 115 músicos -rebasando el foso hasta ocupar ocho palcos a ambos lados del escenario para mantener la debida distancia de seguridad sanitaria-, y 62 miembros del coro.

Por el contrario, el director artístico nos decepcionó profundamente con un montaje desabrido, más aún por venir precedido de ditirambos sin fin. No es que como en anteriores entregas de la tetralogía jugara a politizarla al uso correcto de moda; es que presenta en el primer acto un escenario vacío y sombrío con capotes y armas por el suelo, y en el segundo un remedo del gabinete del fürher que imita la iconografía repetida de decenas de películas de nazis, prosiguiendo en el tercero con un minimalismo romo que hurta la magnificencia final de los elementos desatados.

Sin embargo, y por fortuna, el despliegue vocal de los intérpretes está a la altura de las circunstancias. La soprano Ricarda Merbeth vuelve a la plenitud en su Brunilda, y el bajo Stephen Milling como el supermalvado gibichungo, la acompaña como lo más destacado del reparto. Incluiríamos en el podio a Andreas Schager en el papel del héroe Sigfrido si solo contáramos virtudes vocales, pero su interpretación actoral resulta de todo punto desagradable, un chulillo macarra de poca monta. A Lauri Vasar le toca hacer un Gunter hitleriano por mor del director artístico y eso estropea su presencia. Siempre destacable Martin Winkler, retorna como el enano Alberich, repitiendo presencia desde la anterior entrega de la saga -‘Sigfrido’, en la temporada anterior- donde también pudimos ver y escuchar a Shager y a Merbeth, que ya venía de visitarnos en La Walkiria.

Recordemos someramente que la tetralogía Der Ring des Nibelungen es un ciclo de cuatro dramas basado en sagas islandesas y leyendas medievales. Son El oro del Rin (Das Rheingold), La valquiria (Die Walküre) (ver nuestra reseña), Sigfrido (Siegfried) (ver nuestra reseña) y El ocaso de los dioses (Götterdämmerung). La música y el libreto fueron escritos por Richard Wagner en un periodo de veintiséis años con grandes paréntesis, entre 1848 y 1874.

Una representación entera del ciclo se extiende durante cuatro largas veladas con un tiempo total de quince horas, dependiendo de la velocidad que el director imprima a la ejecución de la partitura. La primera y más corta es su prólogo, El oro del Rin, que generalmente dura dos horas y media, mientras que la más larga y última, El ocaso de los dioses, puede llegar a las cinco horas y de hecho las excede con creces debido a los dos intermedios con que se programa.

El oro del Rin es una veta aurífera en el fondo del río; con ella se puede forjar un anillo mágico que concede a su portador el poder de dominar el mundo a cambio de renunciar al amor. El enano nibelungo Alberich será quien, al sentirse despechado por las hijas del Rin, unas ondinas que custodian el oro, decidirá asumir la maldición, robar el oro y forjar el anillo. El dios Wotan lo quiere también y enviará al héroe Sigfrido en su búsqueda, pero este tras conseguirlo se rebelará y se unirá a la valquiria Brunilda, hija desleal de Wotan. Pero en vez de quedarse ya tranquilo con su amada y su anillo, incomprensiblemente se marcha de aventura, se alía con el jefe gibichungo, cae en los ardides de su hermano y consejero, y queda prendido de la hermana olvidando repentinamente a su excelsa Brunilda. Todo el segundo acto de El ocaso es una insoportable disquisición sobre quién traiciona a quién y quién miente más que nadie, hasta desembocar en el asesinato del héroe y la inmolación de la semidiosa, el retorno del anillo a su refugio natural y ese ocaso de los dioses con puntos suspensivos quizás eternos, aunque algunos ya auguran su retorno.

Los avances en orquestación y tonalidad que Wagner (1813-1883) hizo en esta obra son de importancia crucial en la historia de la música occidental; hizo quizás el mejor sonido orquestal de todos los compositores románticos; la gigantesca orquesta movilizada consta de 17 familias de instrumentos cuyas combinaciones son tan complejas como inspiradas, áreas tonales que se suceden sin interrupción en una enorme estructura musical sin apenas un segundo de silencio, un hito hacia la ruptura de los conceptos tradicionales de tonalidad y clave, y la negación de la consonancia como principio organizador en la música.

¿Y entonces? Es comprensible que los alemanes -que van todos a una y allí no hay eso de las dos españas– adoren a Wagner como reducto mágico de su esencia nacional; lo que es menos comprensible es que en España pase, pasara o pasase lo mismo. Salvo memeces, se establece una distancia y desde ese distanciamiento puede y debe juzgarse con alguna claridad: Wagner es un exceso en sí mismo; su tetralogía, un sueño egótico necesario de redimensionar. Quien reduzca este anillo de los nibelungos, -sus cuatro componentes inabarcables por quien no sea germano militante-, a niveles aceptables del estilo de un espectáculo musical de cuatro horas, tendrá nuestro agradecimiento y quizás el de generaciones sucesivas.

Para colmo de males, el Real no ofrecía la infraestructura adecuada para tan largo sacrificio; los despachos de refrigerios del vestíbulo central han sido suprimidos, y los establecidos en los pisos 2º, 3º y 6º obligan a unas emigraciones en ascensor que terminan frustradas. Cinco horas sin un apoyo calórico y tal fracaso, estropean el experimento.

Aproximación al espectáculo (valoración del 1 al 10)
Interés: 9
Dirección musical: 8
Dirección artística: 6
Voces: 8
Orquesta: 8
Escenografía: 6
Interpretación actoral: 6
Producción: 8
Programa de mano: 9
Documentación a los medios: 9

Teatro Real
EL OCASO DE LOS DIOSES
Richard Wagner (1813-1883) música y libreto
26, 30 de enero. 3, 7, 11, 15, 19, 23, 27 de febrero
Tercera jornada en un prólogo y tres actos de Der Ring des Nibelungen
Estrenada en el Festspielhaus de Bayreuth el 17 de agosto de 1876
Estrenada en el Teatro Real el 7 de marzo de 1909
Producción de la Oper Köln

EQUIPO ARTÍSTICO

Director musical Pablo Heras-Casado
Concepción Robert Carsen y Patrick Kinmonth
Escenógrafo y figurinista Patrick Kinmonth
Iluminador Manfred Voss
Responsable de reposición Oliver Kloeter
Director del Coro Andrés Máspero

REPARTO

Siegfried Andreas Schager
Gunther Lauri Vasar
Alberich Martin Winkler
Hagen Stephen Milling
Brünnhilde Ricarda Merbeth
Gutrune Amanda Majeski
Waltraute Michaela Schuster
Las tres nornas Anna Lapkovskaja, Kai Rüütel y Amanda Majeski
Woglinde Elizabeth Bailey
Wellgunde Maria Miró
Flosshilde Marina Pinchuk

Orquesta Titular del Teatro Real

Duración aproximada 5 horas y 15 minutos
Prólogo y Acto I: 1 hora y 55 minutos
Pausa de 30 minutos
Acto II: 1 hora y 5 minutos
Pausa de 25 minutos
Acto III: 1 hora y 20 minutos

18:30 horas; domingos, 17.00 horas.

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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