Esta curiosa propuesta de la Fundación Mapfre está dedicada a la influencia artística francesa en España en los siglos XVII, XVIII y XIX, pero podía haberse prolongado tranquilamente hasta nuestros días, en los que todavía el vecino arrogante pretende imponernos su supuesta superioridad cultural con la inestimable ayuda de unas élites tan inanes como afrancesadas.
Compuesta de 45 pinturas y 31 piezas decorativas y objetos de uso cotidiano, amén de 16 dibujos y 8 esculturas, intenta captar un fenómeno de colonización cultural iniciado en el mismo momento que la Francia de Luis XIV le arrebata el puesto a España como potencia política y económica y crea una potente industria cultural sin precedentes como arma de propaganda de la magnificencia de su imagen y de su poder a partir de la Academia Real de Pintura y Escultura (1648) y de las reales manufacturas, que controlan la producción artística de acuerdo con las consignas establecidas. El gusto francés se va imponiendo en nuestro país a lo largo del XVIII con la llegada de los Borbones al trono español y se extiende durante el siglo XIX. Lo francés se convierte en sinónimo de refinamiento. Y en el siglo XX se mantendrá una tónica que ni el franquismo podrá erradicar.
A mediados del siglo XVII Francia comenzó a imponer su primacía sobre el gusto en Europa, en detrimento de Italia. Este monopolio, que tuvo una duración de casi tres siglos, a mediados del XIX pasó de ex`portación de temáticas a importación de un pintoresquismo visto con condescedencia y chovinismo. La Península y sus peculiaridades se convirtieron en elemento exótico de narraciones y pinturas, empezando por Victor Hugo con su Hernani plena de leyenda negra.
Todo ello es visto con aquiescencia y buen ánimo por la comisaria de la muestra, Amaya Alzaga, que celebra ‘el proceso de transferencia, culturización, mestizaje y recepción del arte francés en nuestro país’, que nos obliga a usar una cursiva disidente para dos de ellos, rechazables de plano. ‘Cuando Francia inició su imparable conquista cultural de Europa, encontró en España uno de sus escenarios más privilegiados. La proyección del esplendor, sociabilidad y “savoir-vivre” franceses se fue extendiendo de manera progresiva… Esta exposición, en definitiva, rinde homenaje a un largo y complejo período en que “lo francés” fue sinónimo no solo de clasicismo en las artes sino sobre todo de distinción, magnificencia y elegancia extrema en el adorno y el vestir de los espacios y sus habitantes. La muestra se cierra en el momento en que París empezó a fijar su mirada en “lo español” y, tras una primera ola de hispanofilia que intentó captar el «color local», algunos artistas franceses acometieron una búsqueda más profunda de la esencia española como vía para alcanzar la modernidad’, añade, dejándonos pensativos sobre a cuáles artistas franceses se refiere.
Hacia 1650, España perdía definitivamente su primacía como potencia mundial frente a la Francia de Luis XIV (el Rey Sol), bajo cuyo reinado las artes constituirán un instrumento más de afirmación de su poder absoluto. Como forma habitual para sellar la paz, una de sus estrategias será la de establecer alianzas a través de enlaces matrimoniales con la casa real española. En este contexto, resultaba habitual el mintercambio de presentes de muy distinta naturaleza: caballos, artes suntuarias, pequeñas piezas de mobiliario y sobre todo retratos.
A partir de 1660, gracias a su matrimonio con María Teresa de Austria, hija de Felipe IV, –enlace con el que se puso fin a la Guerra de losTreinta Años–, el intercambio de regalos fue si cabe aún más frecuente. La reina fue retratada en numerosas ocasiones, sola o acompañada de su hijo Luis. Además de retratos, la corte francesa envió a la española otro tipo de presentes diplomáticos a lo largo de esta centuria: libros de decoración, textiles y objetos de orfebrería y mobiliario, siempre elaborados con un minucioso trabajo de ebanistería, marquetería y orfebrería. También se regalaron pinturas de temática mitológica o religiosa, como el San Juan Bautista de Pierre Mignard un encargo que Felipe de Orleans hizo en 1688 para su yerno, el rey Carlos II.
En 1700, con la subida al trono de Felipe V -duque de Anjou, nacido en Versalles, hijo del Gran Delfín de Francia, nieto del rey francés Luis XIV y la española María Teresa- se instaura la dinastía de los Borbones en España, un hecho que es considerado por muchos causa y efecto de la decadencia española. El monarca no sabía hablar nuestro idioma yquiso trasponer a la corte española lo que había conocido en Versalles y París. Manda iniciar los trabajos para el Buen Retiro, la renovación interior del Alcázar y emprende la construcción del palacio y jardines de la Granja de San Ildefonso, en Segovia. Además, se importa todo tipo de mobiliario, joyas y vestimenta. Para la creación de la imagen oficial del nuevo rey español se buscan también pintores galos de prestigio. En 1715 llega desde Francia a la corte española el pintor Michel-Ange Houasse, al que sucederá al poco tiempo Jean Ranc. En 1735 Louis-Michel Van Loo sustituye a su vez a este último y se convierte en el primer pintor del rey, así como en director de pintura de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, fundada en 1752.
Además de la creación de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, la protección y control de la calidad de las artes decorativas por parte de los monarcas se materializó, en el siglo XVIII, en la creación de las reales manufacturas, según el modelo de la política cultural del ministro de Luis XIV, Jean-Baptiste Colbert, y para las que en muchas ocasionases se recurrió a artesanos franceses. Buen ejemplo de estas son la Real Fábrica de Loza y Porcelana de Alcora o la Real Fábrica de Cristales de La Granja.
La eclosión de la cultura y el gusto franceses en España alcanzó su apogeo en época de Carlos IV, nieto de Felipe V. Su interés por las artes suntuarias, el mobiliario, la pintura y la escultura se manifestó en fechas tempranas. Ya con motivo de su matrimonio con María Luisa Teresa de Parma en 1765, la pareja recibió como obsequio de Luis XV un servicio de mesa de la Manufactura Real de Porcelana de Sèvres. Años después, el rey centró su gusto por los objetos de lujo franceses en el Gabinete de Platino de la Real Casa del Labrador en Aranjuez, íntegramente realizado en un incipiente estilo imperio por artistas galos bajo la supervisión del arquitecto de Napoleón, Charles Percier. La estancia se decoró con las mejores sedas lionesas, bronces, ebanistería, mobiliario y pintura franceses de la mano de algunos de los más renombrados artistas galos, que crearon un espacio único en el patrimonio español.
Por otra parte, fue tan conocida la pasión de Carlos IV por los relojes, que hubo quien llegó a denominarle como «el rey relojero». Disponía de un relojero de cámara, François-Louis Godon, que le suministraba piezas para que él mismo pudiera elaborar algunos. Godon también ejerció como agente de compras del monarca y le suministró una gran variedad de objetos de lujo. La pasión de Carlos IV por el coleccionismo solo se vio interrumpida entre 1793 y 1795 cuando la decapitación de Luis XVI desencadenó una guerra que obligó a suspender el comercio entre España y Francia.
Uno de los últimos retratos de Luis XVI, presentado en el Salón dos meses antes de la toma de la Bastilla, es el que se envió a Carlos IV, obra de Antoine-François Callet entre 1778 y 1779. En él se presenta a un rey absoluto con todos los atributos de su coronación, un retrato aparatoso de un mundo que se hundía. Él y su esposa María Antonieta serán guillotinados en enero y octubre de 1793, respectivamente.
La Revolución Francesa acabó con el tipo de sociedad monárquica y absolutista que había imperado hasta el momento pero pronto fue sustituida con Napoleón por otra en la que la nobleza y la aristocracia fueron adquiriendo un papel cada vez más significativo. Comenzó a rechazarse la moral frívola de Luis XVI a favor de la virtud cívica y que en pintura dio lugar a un gusto neoclásico tardío mucho más sobrio.
La Guerra de la Independencia (1808-1814) dio lugar a una verdadera transformación en la visión que de España se tenía hasta el momento. Entre las filas de los invasores franceses había algunos que ostentaban también la condición de pintores. Estos realizaron pinturas de gestas bélicas, pero también retratos.
A partir de 1830 fueron llegando a la Península oleadas de artistas románticos franceses con el objetivo de captar el pintoresquismo del paisaje y las costumbres españolas, denostados hasta el momento, pero que ahora se convertían en objeto de deseo para los extranjeros, que veían en España el epítome de una nación libre y exótica. El 18 de mayo de 1832 desembarcó en Cádiz Eugène Delacroix, el mayor representante del romanticismo francés. Otros pintores menos, conocidos como Adrien Dauzats y Henri-Pierre-Léon Pharamond Blanchard también recorren la Península generando un repertorio de tipos españoles: mendigos, gitanos, bandoleros y vagabundos, sobre todo. Este gusto por lo español coincide en el tiempo con el reinado de Luis Felipe de Orleans (1830-1848), que ansiaba hacerse con una Galerie espagnole para el Louvre aprovechando la inminente desamortización de Mendizábal. El barón Isidore-Justin- Séverin Taylor, que había iniciado en 1806 en París la edición de su Voyage pittoresque en Espagne, en Portugal et sur la Côte d’Afrique, de Tanger à Tétouan, y los artistas ya mencionados, Dauzats y Pharamond Blanchard, participaron en esta empresa casi secreta y llegaron a reunir cuatrocientos doce lienzos españoles que habrían de conformar dicha galería.
Otras de las figuras que contribuyeron a extender esta imagen romántica de España fueron Antonio de Orleans, duque de Montpensier y de Galliera, y Eugenia de Montijo. Antonio de Orleans y su esposa, la infanta Luisa
Fernanda, hermana de Isabel II, constituyeron en Sevilla una corte paralela a la de Madrid, a la que Isabel II se refería despectivamente como la «corte chica». Desde su palacio de San Telmo, los duques ejercieron un profuso mecenazgo que incluyó no solo a artistas españoles, sino también a aquellos venidos de Francia. Junto a Dauzats y Pharamond Blanchard, uno de los más importantes pintores al servicio de la familia fue Alfred Dehodencq, admirador de Velázquez, y cuyas obras de temas españoles precederán a las realizadas más adelante por los más populares Gustave Doré y Édouard Manet, que llegarían a la Península en octubre de 1861 y en verano de 1865 respectivamente.
De forma paralela a Sevilla, Madrid también se fue llenando de productos franceses. Se vendían lencería, artículos de seda, espejos o joyería franceses. La atracción de Madrid por París se mantuvo a lo largo del siglo. Así avanzada la mitad del siglo se puso de moda en la corte española la ostentación del París del II Imperio. Eugenia de Palafox Portocarrero de Guzmán y Kirkpatrick, conocida popularmente como Eugenia de Montijo, futura esposa de Napoleón III, había nacido en 1826. Criada en París, ejercerá de puente, como embajadora del gusto, entre un país y otro.
La imagen gráfica que construyeron los artistas franceses románticos de los paisajes, costumbres y tradiciones españolas será ‘comprada’ en toda Europa e incluso por los propios artistas españoles que perpetuarán prejuicios y complejos que aún hoy condicionan a una parte de nuestra sociedad. A modo de epílogo, la exposición presenta tres obras de Édouard Manet, Henri Fantin-Latour y Théodule-Augustin Ribot realizadas entre 1860 y 1870.
El catálogo incluye reproducciones de todas las obras expuestas. Se divide en tres secciones: sobre el siglo XVII escribe Guillaume Kazerouni, responsable de Colecciones de Arte Antiguo del Musée des Beaux-Arts de Rennes; sobre el siglo XVIII, Frédéric Jimeno, profesor de Historia del Arte en la Universidad de la Sorbona de París, y sobre el siglo XIX Amaya Alzaga, profesora de Historia del Arte en la Universidad Nacional de Educación a Distancia y comisaria de la muestra. Cada uno de estos ensayos viene arropado por uno o varios estudios de caso a cargo de reconocidos especialistas en la historia del arte francés y su relación con España, todos ceñidos al enfoque acrítico de la propuesta.
Estamos ante una exposición de tema original, pero resuelta con poca aportación crítica a la imposición cultural francesa sobre España y cierta postración ante el gusto francés. Si son tiempos estos de revisar cánones artísticos, quizás debiera haberse abordado el asunto con algún sesgo patrio. Hubo más cosas en el arte español de esos siglos y más valiosas sin duda. El afrancesamiento anterior y posterior a 1808 encontró resistencias como muestra sin ir más lejos esa Guerra de la Independencia que marcó un hito en Europa. La exposición elude las circunstancias históricas que impusieron el gusto francés y cualquier alusión al imperialismo cultural que ejerció y todavía pretende ejercer nuestro vecino del norte.
Aproximación a la exposición (del 1 al 10)
Interés: 6
Despliegue: 7
Comisariado: 6
Catálogo: 8
Documentación a los medios: 8
Fundación Mapfre
EL GUSTO FRANCÉS Y SU PRESENCIA EN ESPAÑA
SIGLOS XVII-XIX
Comisaria: Amaya Alzaga Ruiz
Del 11 de febrero al 8 de mayo de 2022
Paseo de Recoletos, 23. Madrid
Entrada general: 5€
Lunes (excepto festivos) de 14:00 a 20:00 h.
Martes a sábados de 11:00 a 20:00 h.
Domingos y festivos de 11:00 a 19:00 h.