El castillo volador de la princesa Lindabridis

El castillo volador de la princesa Lindabridis

El Barroco se explaya a través de un Medievo soñado por el Renacimiento. Y Ana Zamora construye una pequeña maravilla actual que a fuer de clásica es vanguardista. Un cuento fantástico, un espectáculo total, una joya cuya modesta factura envuelve una buena dosis de satisfacción y placer.

Coproducida por las compañías Nao d’amores y Nacional de Teatro Clásico, estamos ante una comedia novelesco-caballeresca de gran artificio (lenguaje poético elaborado, música, danza, disfraces, seres fantásticos…), construida sobre un enredo propio de las comedias de capa y espada. Se editó por primera vez en 1691, aunque Pedro Calderón de la Barca la había estrenado como fiesta cortesana en el Salón Real de Palacio seguramente treinta años antes, inspirada en ‘Espejo de príncipes y caballeros’ de Diego Ortúñez de Calahorra, una novela de caballerías de 1555 ambientada en el mundo medieval. Calderón crea un juego palaciego de aires carnavalescos en el que la ebullición de sus versos añade fantasía a una trama tan de por sí fantástica,que el que su castillo vuele cual nave espacial es poco comparado con los misteriosos parajes y los asombrosos personajes que completan este cuento infantil convertido en magia ficción, más acá de la ciencia ficción al uso.

La princesa Lindabridis, para poder heredar el trono de Tartaria, deberá casarse con un caballero que pueda vencer a su hermano Meridián en un torneo. Para ello, inicia un viaje a tierras lejanas en busca de ese marido quele asegure el trono. Pero para la directora y versionista es mucho más, ‘el recorrido heroico que la lleva de ser princesa medieval presa en la torre desamorada, esperando caballero andante que la libere de su encantamiento, a dama barroca, ya a un paso de nosotros, que pilota su propia nave en la búsqueda de una resolución activa a su problema de sucesión. Su viaje no es mera traslación en el espacio y en el tiempo, es pura evolución en la búsqueda de su propia identidad’.

Nao d’amores ha realizado quince montajes en dos décadas -la última establecida en Segovia- y es un hito en la recuperación del teatro clásico ibérico anterior al siglo de oro, aunque ha hecho incursiones en Cervantes (Numancia) y Lorca (Reatblillo de don Cristobal). Ana Zamora es su alma mater y ha recorrido un largo camino de serio, concienzudo y creativo trabajo profesional para llegar hasta ser tan reconocida como lo es ahora.

Esta adaptación de El castillo de Lindabridis, de Calderón de la Barca, no era fácil, pero Zamora y su troupe han optado por su probado método: la sencillez de envoltorio, como si fueran cómicos ambulantes con un pequeño escenario desmontable, y la profundidad en la preparación del contenido, para estar a la altura del Teatro de la Comedia. Y lo están sin duda.

La escenografía de Cecilia Molano y David Faraco sale del suelo como por ensalmo y con cuatro tablones bien pintados y moldeados y dos bancadas movibles construyen castillos, grutas y mares en la imaginación de los espectadores en base a una carpintería de Purple Servicios Creativos y una pintura de Nuria Obispo artesanales e ingenuos. El vestuario de Deborah Macías es una recreación original de una época antigua e indeterminada -faldones estampados y tirantes ‘a la tirolesa’ para todos-, completado por cascos, guanteletes y hombreras de metal al estilo medieval realizados por Miguel Ángel Infante y Paco Cuero, con una iluminación de Miguel Ángel Camacho que completa el tono general de fábula infantil para públicos inocentes de época lejana.

El complejísimo movimiento en escena del reparto ha sido diseñado con precisión ejemplar, notándose el trabajo asesor de Fabio Mangolini. Pero es la música la que una vez más coprotagoniza las piezas de Nao d’amores con un trabajo minucioso de Miguel Ángel López y María Alejandra Saturno, cuyos arreglos y criterios explican en el programa de mano, piezas que dos excelentes instrumentistas de cuerda y viento interpretan durante toda la representación marcando tiempos, escenas, paréntesis y retornos de forma que ayuden a la comprensión de una trama barroquísima, lo que quiere decir tan laberíntica que no termina de entenderse del todo, porque solo es un pretexto para que el autor despliegue los inmensos fuegos artificiales de sus versos -‘una verdadera orfebrería aritmética del lenguaje y de la lírica estructural’, dice Joan Manuel Gisbert en el programa de mano-, su léxico poderoso, sus baterías de metáforas y un sinfín de figuras literarias antiguas cuya sola enumeración asombra; el poder en fin de su inconmensurable verbo.

El reparto se hace cargo de unos personajes irreales con un tono general en la dicción del verso ni mayestático ni vulgarizado, justo con el suficiente distanciamiento para que suene a dicho hoy sin traicionar ritmo y cadencia de ayer: Vicente Fuentes tiene buena parte del mérito como siempre que interviene en la asesoría de verso. El reparto canta con soltura espontánea, baila coreografías cuidadas de Javier García Ávila con la ayuda de Jaime Puente, como asesor de danza barroca, y hasta combate gracias a José Luis Massó como asesor de armas. El reparto está bordado, jóvenes actores y actrices entre los que destacar a Paula Iwasaki en la trasversal Claridiana no es demérito para nadie. Pero el parecido físico de los actores masculinos, sus dobletes, y lo enrevesado de personajes y sucesos, pueden dejarle al terminar la pieza sin entender del todo lo que ocurre en escena.

‘Quizá el concepto de modernidad (siempre complejo e incómodo término), requiera una consideración profunda sobre el pasado, más que limitarse a reflejar aquello que muestra lo evidentemente actual. No intentamos encontrar vías insospechadas o rupturistas para hacer teatro, ni hemos sucumbido nunca, y tampoco ahora, a los encantos de la arqueología teatral… pero tampoco tenemos miedo de reapropiarnos de lo antiguo. En nuestra propuesta escénica, las distintas épocas se dan la mano, retroalimentándose y hasta coexistiendo más allá de sus propios anclajes temporales. Para nosotros ha sido apasionante descubrir a este Calderón, en plena época del racionalismo cartesiano (el Discurso del método se había publicado en 1637), construyendo un mundo loco de pura fantasía, que parece vía de escape de su propio universo’. Una posición teórica encomiable cuya puesta en práctica no decepcionará a nadie.

Aproximación al espectáculo (valoración del 1 al 10)
Interés: 9
Versión: 9
Dirección: 9
Reparto: 9
Producción: 9
Programa de mano: 9
Documentación a los medios: 7

Compañía Nacional de Teatro Clásico
Teatro de la Comedia – Sala Principal
El castillo de Lindabridis, de Calderón de la Barca
Del 25 de enero al 10 de marzo de 2024
Ana Zamora Versión y dirección

REPARTO
Miguel Ángel Amor
Mikel Arostegui
Alfonso Barreno
Alba Fresno
Inés González
Paula Iwasaki
Alejandro Pau
Isabel Zamora

EQUIPO ARTÍSTICO
Vicente Fuentes (Fuentes de la Voz) Asesor de verso
Miguel Ángel López y María Alejandra Saturno Arreglos y dirección musical
Deborah Macías (AAPEE) Vestuario
Cecilia Molano y David Faraco Escenografía
Miguel Ángel Camacho Iluminación
Javier García Ávila Coreografía
David Faraco Trabajo de objetos
Fabio Mangolini Asesor de movimiento
Jaime Puente Asesor de danza barroca
José Luis Massó (AAPEE) Asesor de armas
Álvaro Nogales Ayudante de dirección
Almudena Bautista Ayudante de escenografía
Victoria Carro Ayudante de vestuario
Maribel Rodríguez y Ángeles Marín Realización de vestuario
Purple Servicios Creativos Realización de escenografía
Nuria Obispo Pintura escenográfica
Miguel Ángel Infante y Paco Cuero Realización de utilería
Germán H. Solís Producción ejecutiva
Fernando Herranz Dirección técnica
Josi Cortés Prensa Nao d’amores

Producción, Compañía Nacional de Teatro Clásico y Nao d’amores
Colabora, Ayuntamiento de Segovia y Junta de Castilla y León

De martes a domingo, a las 20:00
80 minutos.

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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