Partiendo de una anécdota real, la relación de amistad que el pintor mantuvo con su peluquero durante 26 años, el autor ha imaginado situaciones divertidas buscando entretener un rato. Ocurrencias convencionales en torno al histrionismo de este popular comediante.
A la localidad de Vallauris, antiguo centro alfarero en la costa mediterránea francesa, Picasso y su pareja de entonces, Françoise Gilot, llegaron en el verano de 1948 huyendo de la vida social parisina. En el pueblo regentaba una peluquería un exiliado español, Eugenio Arias, y la que empezó siendo una relación cliente-barbero se convertiría en amistad por encima de las enormes diferencias de posición social y horizonte intelectual. Apenas conversaban de política a pesar de sus afinidades ideológicas. Ambos compartían la vida cotidiana: jugaban a las cartas, iban de bares, a los toros, Arias le recitaba poesía y Picasso le enseñaba sus trabajos. Y el modesto barbero terminó siendo una especie de introductor del famoso pintor, filtraba a los que que querían conocerlo, ahuyentaba a los simples curiosos y le presentaba a compatriotas que merecían la pena.
En Vallauris estaban estaban también establecidos George y Suzanne Ramié un matrimonio que con su taller Madoura quería revitalizar la típica cerámica de la región con sus antiguas técnicas. Será Suzannne quien le presente a Arias y a su sobrina Jacqueline, que terminará siendo su esposa cuando Françoise le abandone y tras la muerte de Olga Koklova en 1955, primera esposa de Picasso y madre de su hijo Paul, de quien Picasso nunca quiso divorciarse a pesar de mantener relaciones con Marie-Thérèse Walter, Dora Maar y Françoise Gilot. Y será Georges Ramié quien ultimará sus cerámicas y hará el primer estudio general sobre ellas editado en 1974. En Madoura, Picasso experimentó nuevas técnicas de grabado hasta instalarse por su cuenta en los talleres de Fournas, una antigua fábrica de perfumes. Aquí se casarán Pablo y Jacqueline en 1961 y aquí se le organizarán homenajes con gente importante venida de todo el mundo.
Arias nunca cobró sus servicios al distinguido cliente y este le fue regalando hasta sesenta obras como prueba de su afecto. Cuando Eugenio volvió a España decidió donar toda la colección a su localidad natal Buitrago del Lozoya, y así nacería el Museo Picasso-Colección Eugenio Arias, creado por la Comunidad de Madrid en el mismo edificio del ayuntamiento, un conjunto muy variado de dibujos, obra gráfica, fotografía, cerámicas, pirograbado, carteles de exposiciones y libros dedicados.
Pues bien, Borja Ortiz de Gondra ha escrito una comedia a partir de esta historia en la que por supuesto inventa los diálogos, pero también las peripecias que se suceden, desde el regalo de una escultura de una cabra al ayuntamiento hasta su obsesión porque en el homenaje que le preparan le regalen una cabra viva, pasando por la organización de una corrida de toros con Luis Miguel Dominguín ejecutando la suerte máxima a pesar de su prohibición en el país y por un pase ilegal de la frontera por Arán del peluquero para asistir al entierro de su madre. No pidamos matices historicistas, pero el que quiera saber algo serio del ‘picasso comunista’ lea este artículo de Jaime Esaín. Y del exilio tras la guerra, de sus muchas sombras ahora de nuevo idealizadas, ni hablemos.
Chiqui Carabante dirige correctamente el invento, con una puesta en escena de Walter Arias y un vestuario de Salvador Carabante muy realistas. En el terreno actoral la directora subraya los continuos chistes y ocurrencias del guion en aras del protagonista, que hace un Picasso trivial como no podía ser de otra manera, muy gritón y gesticulero. Podría pensarse que el reparto es de una película española de los años 60 y que van a aparecer Gracia Morales o Paco Martínez Soria en cualquier momento. Mar Calvo hace una Jacqueline estirada y cursi como exige el tópico de las parisinas, tan tópico en su hablar franchute que termina hartando. Mejor Antonio Molero en su barbero y sobre todo José Ramón Iglesias en su camarada Valdés, que es el hallazgo de la pieza, junto con la sátira del funcionamiento interno de los partidos comunistas y el desmadre de la cabra arrastrando al pintor.
No hay nada especial que reseñar en una propuesta modesta sin más pretensión que conseguir una buena taquilla en las cinco semanas que va a programarse. Habíamos escrito que ‘quizás se podía esperar más del autor de la trilogía basada en la historia de su familia, estrenada consecutivamente en 2017, 2019 y 2021’, pero no sabíamos -porque ninguno de los que debían haberlo hecho, lo dijo- que esta obrita es de hace quince años, así que anterior a la trilogía gondriana. Rectificamos pues para recordar en todo caso esas tres piezas, de inicio sobresaliente que fue volviéndose acomodaticio hasta terminar mediocre. ‘Los Gondra, una historia vasca’ nos pareció una reflexión valiosa, una pieza emocionante; ‘Los otros Gondra’, un relato vasco contemporizador en el que el autor reiteraba sus buenas dotes dramáticas pero rebajaba su compromiso moral; y finalmente ‘Los últimos Gondra (memorias vascas)’, nos hacía titular ‘a la tercera va la rendida’. Aquí las tienen:
Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Interés, 5
Dramaturgia, 6
Dirección, 7
Interpretación, 6
Escenografía, 7
Producción, 7
Documentación a los medios, 7
Teatro Español – Sala pequeña
El barbero de Picasso
De Borja Ortiz de Gondra
Dirección Chiqui Carabante
Del 5 de junio al 20 de julio de 2025
Ficha artística
Escenografía Walter Arias
Vestuario Salvador Carabante
Ayudante de dirección Pablo M. Bravo
Espacio Sonoro Peña&delMoral
Una producción del Teatro Español y Amor al Teatro
Reparto
Eugenio Arias: Antonio Molero
Pablo Picasso: Pepe Viyuela
Jacqueline Roque: Mar Calvo
Valdés: José Ramón Iglesias.