Los Vulcanos (en positivo)

(José Cassinello Sola).- En las ya casi olvidadas fiestas navideñas, en los breves recesos que afortunadamente se intercalan entre pantagruélicos banquetes y las interminables celebraciones, he tenido la oportunidad de leer el magnífico libro, editado por la selecta y granadina editorial Almed, “Los Vulcanos. El Gabinete de Guerra de Bush” del autor James Mann.

Se analiza en el mismo, de forma extremadamente rigurosa, la gestación de una generación de estadistas norteamericanos (Cheney, Powell, Rumsfeld, Rice, Wolfowitz y Armitage) que, tras una formación de más de veinte años en distintas administraciones e incluso en la empresa privada, accedió a las más altas cotas del poder en “El Imperio” (Estados Unidos) de la mano del todavía presidente, llegando a ser los máximos intérpretes de la política exterior de su país, en un momento en el que dicha política ha afectado, más que nunca en la Historia, al resto del planeta. Tras una prolongada e intensa formación “de Estado” llegaron a ser el equipo que, de forma más o menos colegiada, estableció los parámetros de las relaciones internacionales de este mundo globalizado.

Vaya por delante mi radical discrepancia ideológica con los personajes a los que se refiere el libro, con la administración a la que representaron y con las decisiones que adoptaron que han llevado a la comunidad internacional a una situación de extremada gravedad y cuya solución es, hoy por hoy, terrible y desgraciadamente compleja.

Hecha la anterior precisión, y esperando que haya más cautela (y consenso) en el futuro a la hora de plantear este tipo de decisiones, surgen diversas reflexiones que pueden servirnos para extraer aspectos positivos para una mejora de nuestro entorno socio-político.

Resulta admirable en primer lugar, el “sentido de estado” que encontramos en los distintos personajes que se analizan en el libro y, en general, en todas las administraciones por las que estos pasaron en su formación y madurez política. De forma acertada o errónea, con mayor o menor escrúpulo, las reflexiones y decisiones, con independencia de su posible crítica ideológica, se encuentran imbuidas de un tremendo sentido de estado que va mucho más allá de la continuidad o perpetuación en el poder, del posible reconocimiento personal de quienes las adoptaron o de la diferenciación crítica hacia los adversarios en el juego político. Se piensa tanto en el estado como en el gobierno y más en el futuro que en las elecciones, haciéndose realidad la cita del que fuera “Canciller de Hierro” Otto Von Bismarck “el político piensa en la próxima elección; el estadista en la próxima generación”.

Sería recomendable trasladar a nuestra política ese sentido de estado para que, al margen de consideraciones ideológicas y en aras de una mejora global en tales aspectos esenciales, pudiera llegarse por nuestros próceres a determinados zonas de consenso o encuentro, evitando discrepancias y ataques recíprocos que impidan que los ciudadanos continúen cuestionándose, casi a diario, su inclusión en esta determinada comunidad política.

Este sentido o sentimiento de estado haría mucho más sencillo, y menos visceral, el juego democrático de la alternancia política, reduciendo sin duda el conflicto y la tan traída “crispación” que constituye el principal problema de la política española. Se trata de fijar metas comunes de progreso que nos permitan aunar esfuerzos y mirar hacia el futuro con independencia de las discrepancias del presente. Eso, que debería ser relativamente fácil ante la crisis ideológica que viven los grandes partidos, ayudaría a los ciudadanos a sentirse partícipes de un amplio proyecto y a esforzarse por cumplirlo.

Resulta admirable también el alto nivel técnico e intelectual, al margen (insisto) de las posibles (¿probables?) discrepancias ideológicas, de las figuras analizadas y de la mayoría de los que son referidos en el libro. Se trata de personajes de una altísima formación teórica y/o práctica que, bien proceden de ámbitos universitarios de gran nivel o bien son recogidos de escenarios concretos en los que han jugado papeles de primera línea. Personajes que, amén de trabajar para administraciones de distinto signo político, también triunfaron en el mundo de la empresa privada.

En relación con este último aspecto, resulta también asombroso y admirable el elevado flujo bidireccional de talento, conocimiento y personas, que existe entre la administración, el mundo de la política y la universidad. Se trata de tres campos de la actualidad entre los que hay absoluta permeabilidad, lo que permite, sin duda, una mayor exigencia y rigor técnicos en los planteamientos y estrategias políticas. Se ponen de manifiesto continuas referencias del mundo político al universitario, consejeros políticos venidos del mundo académico, estudios universitarios que sirven da apoyo a planteamientos de la más alta administración… Relaciones sin duda enriquecedoras que no son lo suficientemente explotadas por nuestros actuales representantes políticos y universitarios.

Otra reflexión a la que lleva la lectura del libro que nos ocupa, es el destacado e imprescindible papel de la prensa como un elemento inmejorable para el control y fiscalización de la administración y el mundo político, no sólo en cuanto a sus formas, sino también en cuanto a sus contenidos y planteamientos. A este respecto, resulta cuando menos sorprendente, por no ser excesivamente catastrofista, el tinte profundamente amarillo que están tomando nuestros medios en los últimos tiempos: dedicamos cientos de horas semanales a historias de gente sin historia, escándalos sentimentales, al examen de personajes ilustres y no tan ilustres… e incluso en el análisis de la situación política nos paramos en lo más frívolo y superficial. Debería procurarse que en los medios se planteasen debates políticos profundos y análisis productivos que cuestionasen y sometiesen a la crítica los planteamientos políticos de los gobernantes y de quienes se encuentran en la oposición. El libro de James Mann, que por sí, es un exponente de este idea, pone de manifiesto la gran talla política de determinados medios que someten los planteamientos ideológicos de las distintas administraciones (y no sólo la vida privada de los representantes de estas) al control de la opinión pública con juicios fundados y análisis de alto nivel.

Tras estas breves, positivas (las negativas quizás no fueran tan breves) y humildes reflexiones, sólo queda recomendar encarecidamente la lectura del libro y alabar una vez más la iniciativa editorial de Almed.

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