La escritora turca Buket Uzuner asegura que sin Estambul «la cultura perdería muchas cosas»

La escritora turca Buket Uzuner asegura que sin Estambul "la cultura perdería muchas cosas"
. EFE/Archivo

Estambul, que ha albergado tres grandes imperios a lo largo de sus más de 3.000 años de historia, juega un papel muy importante en la literatura turca y universal y, no en vano, este año es una de las tres capitales culturales de Europa.

«Sin Estambul, la cultura perdería muchas cosas», afirma la escritora turca Buket Uzuner (Ankara, 1955), que acaba de publicar en español su libro «Gentes de Estambul» (Edebé).

La traducción de su segunda obra al castellano, tras «Ada de Ámbar», llena de orgullo a esta autora que considera a Cervantes uno de sus «padres literarios» y la estatua de Don Quijote y Sancho Panza, que preside la Plaza de España en Madrid, su «Meca» y no la ciudad homónima de Arabia Saudí.

Uzuner, quien también admira a Dostoievski y al poeta turco Attilla Ilhan, ha querido mostrar con «Gentes de Estambul» «la vida de los estambulíes, y a través de ellos la de los turcos, a comienzos del siglo XXI».

Algunas voces, recuerda la escritora, aducirán que Estambul es demasiado occidental en comparación con el resto de Turquía, pero olvidan que Esmirna o Ankara pueden ser tan o más modernas que la ciudad del Bósforo.

«Ése es el gran dilema de nuestra cultura. Estambul no es Turquía, pero a la vez representa a toda Turquía debido a la inmigración interior que ha recibido. Por ejemplo, Estambul es la ciudad con mayor número de población kurda del mundo», explica la novelista.

«Durante muchos años viví en Nueva York y creo que tiene un espíritu muy similar al de Estambul. Son dos ciudades que desprenden una poderosa energía y de las que puedes esperar lo mejor y lo peor», añade.

El rol que ha jugado Estambul en la literatura moderna turca es, según Uzuner, inexplicable sin los poemas de Yahya Kemal (Skopje, 1884 – París, 1958) o los relatos de Sait Faik (Adapazari, 1906-Estambul, 1954).

Precisamente de Yahya Kemal es la famosa frase «lo mejor de Ankara es el camino de vuelta a Estambul».

Uzuner, que nació y creció en Ankara (su abuelo fue amigo personal Mustafa Kemal Atatürk, primer presidente de la República), ha vivido esta dicotomía entre la capital administrativa, Ankara, y la metrópolis cultural, Estambul.

«Mi padre era de Ankara, pero mi madre estudió en Estambul y a través de ella entró en nuestra familia toda la sofisticación occidental. Las discusiones matrimoniales siempre terminaban en mi familia con el dilema Estambul-Ankara», rememora Uzuner.

«En la década de los sesenta, Ankara era el centro de la cultura en Turquía. Íbamos a la ópera una vez por semana. Ahora eso ha cambiado y la culpa es del actual alcalde (el islamista moderado Melih Gökçek). Todos los intelectuales han regresado a Estambul», se lamenta la literata.

Igual, dice, ocurre en la ciudad del Bósforo, donde se ha puesto de moda reivindicar «el viejo Estambul», como apunta ejemplifica la novela «El museo de la inocencia», del Nobel de Literatura Orhan Pamuk.

«Antes había otra actitud en Estambul. La gente se saludaba por la calle y no cerraba con llave su casa. Era más civilizada. Con la llegada de la gente de las zonas rurales se ha vivido un choque de culturas», comenta la escritora.

Desde su oficina en el barrio estambulí de Moda, Uzuner observa los cambios y la polarización política que vive actualmente el país y que, aún no siendo tan profunda como la que vivió en su juventud, le resulta «preocupante».

Estima que en países multiculturales como Turquía, esta polarización es «muy peligrosa» porque quienes, precisa, los que más la sufren son los que se encuentran en el medio, por ejemplo las minorías.

La novelista recuerda que en las películas de «el viejo Estambul», de los años 1950 y 1960, siempre aparecía un vecino judío, armenio o griego, ciudadanos que prácticamente han desaparecido del paisanaje urbano estambulí.

Esto se debe, según Uzuner, tanto a las actitudes nacionalistas de algunos grupos, como al aumento de la presión religiosa.

«El problema del velo es como el del aborto en los países cristianos. Siempre están en la despensa y cuando interesa a los políticos salen a la luz. Curiosamente ambos están centrados en el cuerpo de la mujer», concluye.

Andrés Mourenza

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