Por el carácter antimilitarista de China no se supieron defender cuando Occidente invadió el país y se lo repartió
En la antigua China, sólo los jueces más preparados se hacían acreedores del título de lector de cadáveres. Una élite al servicio del emperador que, arriesgando su propia vida, debía de encontrar las respuesta a los crímenes más enigmáticos. Cí Song fue el primero de ellos.
Así se presenta la nueva obra de Antonio Garrido que desvela los fundamentos de la justicia en China que desde el siglo XIII han perdurado casi intactos hasta el siglo XX. A través de la recreación de la vida de Cí Song viajamos al nacimiento de la medicina forense y de un código penal que como muchas otras cosas al otro lado de la Muralla se adelantaron a su tiempo.
En El lector de cadáveres (Espasa) asistimos al momento en que un joven Cí Song se ve obligado a trabajar en los campos de la muerte, en el cementerio, donde aprende a distinguir aquellas heridas fruto de la violencia de aquella que son fortuitas o a distinguir los efectos de algunos venenos. Se forja una reputación que llega a oídos de los responsables de la Academia Ming donde se prepara a los jueces.
Pero en su camino para dejar a un lado la magia y abrazar la ciencia aplicada al crimen tiene que lidiar con engaños y traiciones que siempre rodean a aquellos que se enfrentan a lo establecido.
Antonio Garrido cuenta en esta entrevista en Periodista Digital que
«En esas circunstancias se distingue el carácter de los héroes. Los héroes no son los que tienen superpoderes y, de esa manera, son capaces de superar cualquier problema. Los héroes son aquellos capaces de enfrentar ese problemas por una convicción o a través de un afán de superación.»
El autor nos cuenta además la realidad de una cultura como la china que en el siglo XII ya había inventado la brújula, la imprenta de tipos móviles, los barcos sumergibles o los detectores de terremotos mientras Europa esta «sumida en la barbarie».
«Pero China es un pueblo de contrastes. Por un lado, mientras en Europa el analfabetismo era lo común y sólo 3 y 4 encerrados en sus monasterios sabían leer y escribir, en China había libros para todos. Por otro lado practicaban condenas judiciales que consistían en, literalmente, filetear en vida al reo. Era la muerte de los mil cortes».
La célebre muralla, explica Antonio Garrido, nos habla del carácter de aquel país. Un pueblo nada imperialista que no quería invadir a nadie. Es más, subraya el autor,
«El ejército era el estamento peor valorado de la sociedad. Construyen aquella muralla porque sólo se querían relacionarse con ellos mismos. A los que estaban al otro lado los consideraban bárbaros. Es un pueblo que odiaba la violencia aunque no lo parezca a tener de algunos castigos aplicados por la Justicia».
«Por ese carácter antimilitarista los chinos no se supieron defender cuando Occidente se interesó en ellos, invadió el país y se lo repartió. Occidente en cuanto tiene conocimiento de lo que hay en China, actuó como lo ha hecho muchas veces, en plan rapiña».