Más que entregarse, se aniquilan. Cada uno se destruye por voluntad propia, se despoja de sí mismo, se reduce a un vacío dispuesto a ser colmado
Una historia entre el amor y la perfidia, entre el sexo y la devoción. En las primeras décadas del siglo XX, el psicoanálisis daba sus primeros pasos y Carl Jung se convertía en el creador de la psicología analítica. A la consulta de Jung llegó, en 1925, una mujer, Christiana Morgan, que fue paciente del psicólogo y autora de unas inquietantes acuarelas basadas en sus visiones que asombraron tanto a Jung, que este se dedicó a estudiarlas durante tres años en un seminario, hasta que la propia Chritiana se lo prohibió.–Volpi gana el Planeta Casa de América con una desgarradora ‘love story‘–
Pero, ¿quién es esta mujer y qué se ocultaba detrás de sus dibujos? Chistiana Morgan es una mujer apasionada que ha sufrido desde muy joven largos periodos de depresión e inquietudes prohibidas para las mujeres de su época. Esas depresiones la han llevado a explorar las obras de Freud y Jung y a interesarse por el psicoanálisis. Está casada con Will Morgan, con quien formaba una pareja envidiable antes de la guerra. Sin embargo, tras volver del frente, Will no volverá a ser nunca el mismo. Todo se trastoca. Se aman, pero apenas soportan estar juntos si no es rodeados de amigos.
Christiana intenta buscar fuera de su matrimonio una relación paliativa que le ayude en sus problemas con Will. Es así como conoce a Mike Murray, que se convierte en su amante, y es así como conoce al hermano de este, Henry, o Harry, como le gusta ser llamado, joven y brillante psicólogo casado con Josephine, una rica heredera.
ATRACCIÓN SEXUAL
Desde el primer momento, entre Christiana y Harry nace una atracción que va más allá de lo sexual. Es una obsesión, una pasión que no son capaces de disimular, que saben que va a durar para siempre a pesar de los convencionalismos, a pesar de sus matrimonios, a pesar del mundo y de sí mismos.
Las dos parejas se hacen amigas, viajan juntos por Europa, y a duras penas consiguen mantener un mínimo equilibrio en sus relaciones, marcadas por la evidente atracción de Christiana y Harry. Ambos acudirán a Jung como pacientes y Christiana, ansiosa por entender sus emociones y aprender a canalizarlas, a aceptarlas, y, siguiendo las indicaciones del psicoanalista, aprenderá a entrar en trance y experimentará unas visiones que van a afectar tanto a su vida como a la del propio Jung.
Este define a Christiana como una femme inspiratrice, una mujer que no ha nacido para procrear hijos sino para fecundar a los hombres que sepan apreciarla. Los análisis que Jung hace de los dibujos de las visiones de Christiana remiten a lo más primitivo, a la propia esencia femenina, al lugar que esta quiere ocupar en el mundo, a sus miedos y, sobre todo, a sus deseos de trascendencia, a la exaltación de su sexualidad y su libertad.
“Me avasallan las visiones: ya no sólo aparecen al atardecer, sino también por la mañana. Me sumo en trance una, dos, tres horas diarias. Al acabar, dibujo todo lo que he visto. El esfuerzo me obliga a recostarme. Sólo las sesiones con Jung consiguen arrancarme de la cama. —Éstos son signos de magia, de lo primitivo —me dice—. Usted por fin empieza a tener un yo verdadero. Ha abierto los ojos, ahora podrá mirar la vida detrás de la vida, beberá del éter.”
A partir de aquí, y de vuelta a los Estados Unidos, Christiana y Murray se adentran en una compleja y conflictiva relación amorosa que se entreteje inevitablemente con su compromiso psicoanalítico. Murray quiere convertir a Chistiana en su mujer inspiradora, en su compañera de experimento y ella está convencida de que Murray debe escribir el gran libro de su historia de amor.
Al ser nombrado segundo de a bordo en el recién creada Clínica Psicoanalítica de Harvard, Murray contrata a Christiana y juntos llevarán al extremo la lógica junguiana en la búsqueda del amor y la libertad absolutos. Juntos también, aunque años después Murray lo niegue, desarrollarán el T.A.T. (Test de Apercepción Temática), una prueba que sigue siendo utilizada por gran número de psicólogos.
Se crea entre ambos una intimidad imperiosa, una lucha consigo mismos y contra los modelos sociales, una búsqueda constante del amor y un progresivo descenso a los infiernos. Y cuando Will muere de tuberculosis, el equilibrio se rompe. Ahora no son cuatro, son tres enfrentados a una situación imposible.
Murray construirá una torre a semejanza de la vivienda de Jung donde ambos dan rienda suelta a sus misticismos, sus ceremonias, sus deidades inventadas. Allí llevarán a cabo ese experimento de amor absoluto en el que todo tendrá cabida, hasta el dolor más lacerante. Buscarán sin descanso conseguir lo que denominan la Diada, la completa unión de mente y cuerpo, un lugar propio en el que hasta sus nombres, Wona y Mansol, son distintos.
Mientras, Christiana sigue buscando una analista que le ayude a interpretar sus visiones como hiciera Jung. Pero cuando acude a una colega recomendada por este, y Christiana comienza a hablarle de las visiones y los dibujos, la analista la detiene, alarmada: eso no es un camino hacia la individuación, afirma, sino hacia la psicosis. Christiana se va, convencida de que debe seguir por ese camino, a pesar de los prejuicios y del peligro que conllevan.
Un nuevo intento de análisis se frustra también cuando un psicólogo freudiano afirma que sus visiones y trances son un reflejo de su frustración por no ser un hombre. Comienzan los celos, los reproches, las infidelidades como revancha, como castigo, como búsqueda: La relación de Harry con Eleanor, una mujer que le hace querer alejarse de la intensidad que le exige Christiana. La de Christiana con un joven filósofo Ralph Eaton, enamorado, obsesionado por Chistiana, que terminará por enloquecer y suicidarse.
Después de esto, Christiana y Harry tendrán que recomponer poco a poco su relación Durante la guerra, mientras Henry participa en un proyecto secreto del gobierno, Christiana debe someterse a una cirugía brutal a vida o muerte que la deja destrozada por dentro y por fuera. Henry no la visita, casi no la escribe, se aleja de ella, de la enfermedad, del miedo.
“Por dentro estaba devastada, derruida, vuelta añicos. Te necesitaba más que nunca, Mansol, y por fin me atreví a confesártelo. Cesaron mis reproches y se inició el tiempo de las súplicas. Me rebajé hasta donde puede rebajarse un ser humano. Fue entonces cuando comencé a llamarte Mi Señor.”
Se inicia así un descenso a los infiernos; veinte años de intentos vanos por alcanzar la unión perfecta, física y anímica. Murray renuncia a Harvard y se instala en la torre, pero su creatividad está paralizada. No se siente capaz de escribir nada. Experimentan lo más abyecto como sublimación de la unión sexual, de la unión espiritual. Pero nada es suficiente para Christiana.
Y esta búsqueda obsesiva terminará por convertirse en una pesadilla, un espejismo, un ancla y, a la vez, en una caída que llevará a Christiana hasta la muerte.
Quiero que conquistes tus miedos con brutalidad. Quiero toda la terrible crueldad de la naturaleza. Quiero el poder que ninguna mujer ha tenido. Quiero ser humillada físicamente, así como yo humillaré tu espíritu. Quiero ser golpeada, azotada, maltratada. Quiero tus cadenas en mis brazos, tu cigarro en mi rostro. Quiero ser ordenada, pateada, herida. Quiero que me hagas besar tus pies y comer en el suelo. Quiero ser tu esclava. Quiero postrarme frente a ti. Quiero llamarte mi Amo y Señor. Y sobre todo quiero tu verga salvaje, el látigo en tu mano, las quemaduras en mi piel. ¿Has entendido?
UNA POTENTE VOZ
Gracias a las cartas, diarios, documentos, dibujos y acuarelas de Christiana Morgan que Jorge Volpi encontró por casualidad en los archivos de la universidad de Harvard, el autor ha conseguido desentrañar lo más íntimo de un personaje tan complejo como apasionado y apasionante, un personaje completamente olvidado que, sin embargo, fue capaz de inquietar y obsesionar nada menos que a Carl Jung, uno de los padres del psicoanálisis.
No es una biografía, no son unas memorias, no es un relato cronológico de su vida. Es una inmersión en profundidad en el alma de una mujer en su batalla contra el mundo, contra los prejuicios y los miedos, una batalla para alcanzar la sublimación del amor y de la libertad, en un viaje interior que duró cuarenta y dos años. Los diarios de Chistiana y sus dibujos, de una belleza salvaje e inquietante, muestran ese vivir desde las entrañas, alejada de convencionalismos, de las normas sociales a las que debía someterse una mujer de su tiempo.
Unos diarios que están plagados de eternas enumeraciones de elementos, de conceptos contrapuestos que muestran la dualidad de una mujer embarcada en una aventura interior conmovedora y muy peligrosa.
“Mujeres que sueñan con tulipanes coloridos y mujeres cuyo mayor anhelo es ser oídas, mujeres con los labios pintados de carmín y mujeres a quienes las distingue su melena encabritada, mujeres que consuelan a los heridos y mujeres que se abren camino a trompicones…”
El autor ha ido construyendo una historia de amor extraño y desgarrado y unos personajes extremos que buscan sin descanso lo sublime. Son personajes reales vistos a través de una mirada particular, en especial el personaje de Christina, a quien Volpi trata siempre con ternura, con compasión y también con comprensión. El relato, contado en tercera persona, se irá trufando poco a poco de la voz de Christina que va adquiriendo fuerza y protagonismo hasta convertirse en la única narradora de su historia.
Es una voz lúcida y doliente, inteligente y un poco enloquecida a la vez, pero siempre conmovedora. Una mujer que sufre una eterna paradoja: odia la normalidad, pero la persigue sin descanso.
Si hay que destacar algún aspecto de esta novela sobre otros, podría hablarse, en especial, de la riqueza de matices psicológicos de los personajes, de su hondura y su complejidad. Volpi ha buceado en lo más íntimo, ha sabido desentrañar lo que nunca se dice, lo que queda más allá de las palabras, la esencia misma del ser humano.
Y, por supuesto, no hay que dejar de remarcar la belleza literaria del texto, sensual y valiente, brutal en ocasiones y hondamente poético otras. Todo ello enriquecido con fotografías de los personajes y, en especial, con los oníricos dibujos de Christiana, rescatados del olvido por Jorge Volpi