'Bajo las alfombras del Congreso', de Ketty Garat (Ed. Planeta)

Conoce cómo son los políticos cuando creen que nadie les ve

Conoce cómo son los políticos cuando creen que nadie les ve

Se sabe desde hace tiempo que la política tiene mucho de representación. Y se sabe que, a veces, cámaras indiscretas o micrófonos inopinadamente abiertos descubren lo que hay detrás de esa representación. Salidas de tono, indiscreciones, insultos a los rivales o casi (con mayor frecuencia) a los compañeros de partido, confesiones que no se harían abiertamente. A veces son meras anécdotas, pero muchas otras revelan entresijos de la política que habitualmente escapan al ciudadano medio.

Un cronista parlamentario, como es el caso de la autora de este libro, es un testigo privilegiado de tales bambalinas. Ketty Garat ha estado destinada en el Congreso de los Diputados en la pasada legislatura; que, además, no ha sido una legislatura cualquiera, sino la que, dominada por la crisis económica más grave que se recuerda, ha supuesto un cambio de gobierno y el desplome electoral del partido que más años ha gobernado en democracia en España, el PSOE.

‘Bajo las alfombras del Congreso’ (Ed. Planeta) cuenta cómo han sido estos años: los debates, los enfrentamientos, las negociaciones agónicas… Y lo hace desde dentro del Congreso, es decir, desde la sala de máquinas de la política española. Acabada la legislatura, o pasada la tormenta, no ha venido la calma. Porque, por un lado, la crisis no lo ha permitido. Por otro, el PSOE se embarcó en una lucha interna para dirimir la sucesión a Rodríguez Zapatero. La autora siguió la campaña electoral del PSOE y, luego, esa lucha interna, cuya batalla decisiva se libró en el congreso de Sevilla. Todo lo cuenta con la agilidad propia del buen periodismo, y el libro -como dice Victoria Prego en el prólogo- desvela las «pequeñas grandezas y grandes miserias» de los políticos, y lo hace combinando «el respeto y la insolencia a partes iguales».

El libro de Ketty Garat reúne anécdotas sabrosas y reflexiones profundas (anécdota y categoría, que hubiera dicho Eugenio D’Ors); así como informaciones curiosas sobre múltiples aspectos de lo que ocurre en el Congreso, lo que incluye el trabajo del periodista parlamentario. La autora mete al lector dentro del Parlamento, para mostrarle aspectos históricos, incluso algún misterio del edificio (como la aparición en su subsuelo de unos esqueletos), y explicar detalles como el número de personas que trabajan allí -unas 1.500-, o que la indisciplina de voto -votar en sentido contrario al ordenado por el propio partido-, está castigada con una multa de 300 euros.

No menos interesante es el método de trabajo de los sufridos cronistas parlamentarios (sufridos, porque constantemente tienen que atender varios frentes a la vez: el gobierno, la oposición, las minorías, el orador que está en la tribuna y el que escapa por los pasillos…). Ese método incluye rebuscar en las papeleras en busca de enmiendas o preguntas que iban dirigidas al gobierno y terminaron allí; o escuchar conversaciones desde puertas entreabiertas. O esa técnica acuñada por la prensa del corazón, el robado, sólo que aquí son de verdad sin que quepa ni una sospecha de complicidad por parte del interesado. Pero las dificultades del trabajo periodístico no impiden que exista una solidaridad gremial, por encima de las tendencias de los medios respectivos, que les lleva a repartirse el trabajo para cubrir todos los frentes, yendo cada uno a un sitio: puertas de salida, pasillos…

LA PRIMA BONNA

Naturalmente, en un libro como éste no falta una taxonomía de los políticos más importantes o conocidos y su relación con la prensa (que es, no lo olvidemos, la gran intermediaria entre ellos y los ciudadanos). Así, Rajoy y Rubalcaba son «escapistas a lo Houdini». Zapatero desfila pero no contesta. Elena Salgado es tímida y está incómoda ante las cámaras, tiene excesivo sentido del ridículo y tendencia a escapar de los micrófonos.

Los hay que descienden al trato personal, antipáticos, folclóricos, con diarrea verbal… Soraya Sáenz de Santamaría, que se ganó pronto el cariño de la inmensa mayoría, es ultrametódica. «Entrenaba toda la tarde del martes sus intervenciones y réplicas, con puntos y comas, para la sesión de control»; entonces «no se la podía molestar mientras memorizaba, cronómetro en mano y ayudada por dos asesores, los dardos dialécticos y los ademanes gestuales que interpretaría al día siguiente».

Bono merece capítulo aparte; Bono pertenece al grupo (de hecho, es su mejor representante e indiscutido cabeza de fila, hasta el punto de ser conocido como «prima Bonna») de los que «más que desfilar, procesionan, se contonean, huelen las cámaras y las noticias, paladean las preguntas y saborean sus respuestas». Bono, como bien saben los ciudadanos y mejor todavía los periodistas del Congreso, da mucho juego. Las anécdotas en que él está en el centro son múltiples.

Dos botones de muestra son sendos enfrentamientos habidos con compañeros de partido. Uno, con Miguel Sebastián a cuenta de las corbatas (Sebastián defendía el sincorbatismo en verano para reducir el consumo eléctrico). Bono se tomó cumplida venganza ninguneando a Sebastián a la hora de darle la palabra. Y es que las maneras abaciales no están reñidas con el colmillo retorcido.El otro, a cuenta de la placa que quiso ponerse en el Congreso en memoria de una monja. No llegó a ponerse, pero, a cambio, quedó para la Historia la frase en la que Bono calificaba de «hijos de puta» a los del propio partido.

A VUELTAS CON LOS MICRÓFONOS

El exabrupto llegó por uno de esos micrófonos indiscretos que permanecen abiertos cuando nadie se lo espera, y que han propiciado muchas otras anécdotas. Como la del portavoz del gobierno (José Antonio Alonso) que no sabe el nombre de una ministra recién nombrada (Cristina Garmendia), el «mañana tengo el coñazo del desfile» de Rajoy, o la salida de Solbes diciendo «ninguna novedad» el día en que el paro suma 500.000 nuevas personas. Alguna de esas anécdotas desnuda lo que la política tiene de representación y muestra una insospechada complicidad entre rivales políticos, como cuando Soraya Sáenz de Santamaría le dijo en buen plan al citado Alonso «voy a dar un canutazo pa poneros verdes». O como cuando Javier Arenas y Mª Dolores de Cospedal reconocieron, siempre a micrófono supuestamente cerrado, que el nuevo gobierno de Zapatero era «mejor» que el anterior.

Otras escuchas distintas han dado lugar a sonoros enfrentamientos políticos, como el que tuvieron González Pons y Rubalcaba, cuando el primero sospechó, y así lo manifestó públicamente, que eran escuchados ilegalmente por el gobierno. Por cierto que la autora afirma que en aquel caso la razón pareció estar de parte de Rubalcaba y constata que, después de aquel episodio, «Pons fue, poco a poco, perdiendo cuota de protagonismo en el PP».

Como queda dicho, Bajo las alfombras del Congreso combina el relato de hechos más o menos anecdóticos con la reflexión política sobre esos hechos. Así, puede ser divertido (o no) conocer las dificultades que tienen los diputados para saber qué votan en las innumerables enmiendas que se presentan (que, a veces, para mayor dificultad, van agrupadas). O la compleja negociación de los presupuestos generales del Estado, y la picaresca de colar en ellos enmiendas menores que favorecen a amigos de los diputados o fundaciones cercanas, sirven para pagar servicios prestados o agradecer favores; son pequeñas cantidades que pasan inadvertidas dentro de las cifras mastodónticas de los PGE; a veces, sin que lo sepan ni los del propio grupo.

Pero más graves son las cesiones que los partidos mayoritarios (y no sólo cuando gobiernan en minoría) hacen a los nacionalistas, el mercadeo con unos votos a los que se pone precio, el hecho de que «se venden los sufragios y se compran los apoyos». El Congreso aparece entonces como «campo de minas donde los representantes nacionalistas siembran las suyas en cada votación crítica del ejecutivo, las retiran cuando han obtenido sus recompensas y las vuelven a colocar en la siguiente votación». «PP y PSOE han asumido que su gobernabilidad depende de pequeñas fuerzas que buscan la destrucción de España tal como la conocemos.

Son precisamente esas fuerzas quienes nos gobiernan de forma indirecta», dice la autora. Un ejemplo concreto: las negociaciones del gobierno del PSOE no con el gobierno vasco (socialista) sino con los nacionalistas del PNV (que no gobiernan) y saltándose al propio lehendakari Patxi López. Y, a veces, los favorecidos (así lo hizo el peneuvista Josu Erkoreka), no se cortan de mostrar en público su triunfalismo por lo conseguido. Otras negociaciones in extremis y contrarreloj del gobierno en minoría del PSOE, de las que podía depender su supervivencia como gobierno, han tenido el suspense de la más angustiosa película de Hitchcock.

RUBALCABA EN CAMPAÑA Y EN CONGRESO

La IX Legislatura se cerró con la correspondiente campaña electoral, pero tuvo un estrambote en el congreso socialista del que habría de salir el nuevo secretario general del partido. Ketty Garat vivió la campaña electoral dentro de la caravana del PSOE (empotrada, podríamos decir, según la terminología de los corresponsales de guerra), una quincena tan estimulante como agotadora, en la que destaca la experiencia intransferible de la cercanía con el poder, con el consiguiente peligro de sufrir el síndrome de Estocolmo; «serían quince días conviviendo con quien se había convertido en el blanco de nuestros ataques; levantarse, comer y dormir con quienes provocaban nuestros titulares más cañeros no iba a ser tarea fácil». Síndrome de Estocolmo, no; pero una lección sí sacó la autora: que «mucho más importante que la lejanía ideológica es la cercanía humana, y ambas no deben estar reñidas».

Y es que Rubalcaba, cuyo egocentrismo le hace preguntarse y responderse a sí mismo, adelantándose (y eludiendo, de paso) a las preguntas de unos periodistas a los que deja en evidencia, es también de los pocos políticos que, tras un traspié, pide perdón, como le consta por experiencia personal a la autora. Algo infrecuente, sobre todo en un político-mito como él, «una leyenda viva que se paseaba por los pasillos del Congreso». Por su protagonismo en esos meses, Rubalcaba ocupa mucho espacio en el tramo final del libro. De él se recuerda lo que dijo el deslenguado Alfonso Guerra («Rubalcaba, si te vuelves, te la clava»). También la descarnada descripción que hizo un colega de la autora: una cucaracha que se mueve entre las sombras y, al encender la luz, empieza a chocar con los muebles. «Cuando Alfredo se expuso a la luz, dejó de ser Rubalcaba» constata Ketty Garat.

La campaña electoral estuvo precedida en el PSOE por una larga batalla, llena de maniobras, entre Rubalcaba y Chacón, con sus partidarios respectivos, para lograr ser el candidato a la presidencia del gobierno. Batalla que ganó el primero, pero que continuó, tras el fracaso electoral, en el congreso celebrado en febrero en Sevilla. En esa nueva edición del enfrentamiento Chacón-Rubalcaba, Rodríguez Zapatero fue el «señor X» que, en la sombra, apoyaba a Chacón. Ketty Garat volvió a ser testigo privilegiado de las entrañas del poder, presenciando en vivo y en directo cómo se discutía hasta la colocación de las papeletas de cada candidato en las cabinas, o cómo se retransmitirían sus discursos. Cómo, al saber el resultado (ganó Rubalcaba porque el felipismo y el guerrismo se habían unido contra el zapaterismo de Chacón), Griñán, que apoyaba claramente a Chacón, «cambió inmediatamente el rictus, consciente de que también habría que cambiar de bando». Enseguida vino el trasiego de la negociación para nombrar a la ejecutiva; con los negociadores dando «paseos en una y otra dirección como si estuvieran a punto de ser padres», alguno (caso de Susana Díaz, el apoyo visible de Griñan a Chacón) llorando «consciente de haber sepultado su carrera política» tras haber sonado como número tres del partido. Hecho curioso, pero típico, de esas negociaciones es el sacrificio de los fieles para premiar a los herejes, porque en la ejecutiva no caben todos los que son y hay que pactar.

La legislatura, la campaña electoral y el congreso del PSOE le confirman a la autora que la política es «un teatro donde los errores se disimulan con humor y comedia, las situaciones críticas se tapan con ciencia ficción y, cuando hay odio, se representa el romance».

DEFENSA CRÍTICA

Ketty Garat concluye Bajo las alfombras del Congreso con una declaración de principios. Su libro, dice, «no es una crítica contra el sistema, sino una defensa del mismo desde la crítica». «Revelar lo que se oculta es una manera de hacer justicia a lo que funciona y a lo que no… Las alfombras del Congreso, como todas, acumulan basura. Pero también se encuentran [bajo ellas] objetos valiosos que creíamos perdidos: el reconocimiento a alguien que fue malinterpretado, la moderación hacia otros cuya fama les precede, la reconstrucción de una polémica que murió antes de alcanzar la verdad, el reconocimiento, incluso, de errores propios…». Y, frente al eslogan del 15-M, proclama, refiriéndose a esos políticos que conoce tan de cerca: «Sí, nos representan».

Bajo las alfombras del Congreso, Ketty Garat, Planeta 2012

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Autor

Irene Ramirez

Irene Ramirez. Responsable de campañas en Grand Step. Fue redactora de Periodista Digital entre 2012 y 2013.

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