Carmen Amoraga advierte al lector al principio del libro: como algunos árboles, los protagonistas de su historia esconden en el fondo de sus almas un rayo dormido que de no ser controlado puede generar un incendio destructor.
Dos mujeres y una vieja historia que nunca acabó de contarse Una periodista en paro, su amiga del alma perdida hace tantos años, un republicano español que liberó París, y un cura idealista asesinado en un pequeño pueblo de Valencia en 1938. Son los cuatro personajes que conforman El rayo dormido, la última novela de Carmen Amoraga (Picanya, Valencia, 1969).
Finalista de los premios Nadal y Planeta con Algo tan parecido al amor (2007) y El tiempo mientras tanto (2010) respectivamente, en este nuevo libro, la autora profundiza de nuevo en la psicología de sus personajes, aunque aporta una perspectiva nueva en su literatura: el contexto histórico y el punto de vista periodístico.
El rayo dormido cuenta la historia de Natalia, una periodista que debe cerrar su agencia de comunicación a causa de la crisis y que emprende un nuevo proyecto personal: “Recopilar testimonios, historias, sobre dos personas del mismo pueblo, de este, que vivieron vidas muy distintas, con trayectorias opuestas, con suertes diferentes, pero que en realidad tenían en común la voluntad de hacer del mundo un lugar mejor”, explica la propia Natalia.
Amoraga recupera el tono y el estilo de sus anteriores novelas para desnudar a sus personajes femeninos y enfrentarlos a sus contradicciones: Natalia y Carmen. La primera está amargada y cansada de la vida que ha llevado hasta ahora. Nunca suficientemente amada, solitaria más por obligación que por convicción, se redimirá descubriendo poco a poco las historias de Antonio, el republicano, y José Emilio, el cura.
Su amiga Carmen lo ha tenido todo, un buen marido, hijos, un trabajo fijo, estabilidad. Pero se siente traicionada por ella misma, por haber recorrido un camino quizás equivocado. Tras dos décadas de silencio, halla en Facebook el resorte (y la protección) que necesita para confesarse a Natalia. Carmen es esa amiga de la adolescencia que un día desapareció sin despedirse. Natalia siempre ha pensado que marchó de su lado por algún error que ella había cometido, una falta que no ha logrado explicarse en estos últimos 20 años.
Sin embargo, a través de la correspondencia que entablan en la red, se da cuenta de que muchas veces nuestra verdad no es la de los otros y que nos culpabilizamos de situaciones y hechos que se nos escapan. En esta novela, sin embargo, Amoraga va más allá y recupera hechos y personajes reales de su pueblo natal que enmascara con la ficción. La autora entra en la novela y se pone el traje de periodista para rendir un homenaje a los republicanos de la Nueve, a través de Antonio.
Un grupo de hombres que lucharon al lado de las tropas francesas y estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial. Fueron exiliados, apátridas, hombres valientes que decidieron seguir al jefe del Ejército de la Francia Libre, el general Philippe Leclerc, en África y regresaron a Francia para participar en el desembarco de Normandía.
Ellos, la Nueve, al mando de Raymond Dronne, fueron los primeros que entraron en París para liberarlo de los nazis y siguieron, diezmados, hasta el Nido del Águila, en el corazón de Baviera, para tomar la residencia de Adolf Hitler. Una gesta que el propio De Gaulle quiso obviar de la historia (París la debían liberar los franceses), y que no ha sido reivindicada hasta hace una década.
Paralelamente, Natalia investiga la historia de José Emilio Almenar, un sacerdote joven, idealista, un tanto ingenuo y demasiado confiado que tras regresar a su pueblo desde Valencia para ayudar en las Colonias de Picanya, es asesinado el 4 de agosto de 1938. José Emilio es la cruz de Antonio, aunque los dos son víctimas de la misma guerra. Antonio Almenar, el republicano, combatiente de la Nueve Natalia recupera su historia a partir de testimonios de la época aún vivos y de lo que le cuenta el propio Antonio muchas décadas después de los hechos en su casa valenciana, junto a su amada esposa Manuela.
“La memoria es caprichosa, y ha borrado lo malo. Lo malo con mayúsculas y lo malo con minúsculas, los enfados, la guerra, la ausencia de su padre, la certeza de su muerte. El camino del exilio, el campo de concentración, el hambre, el frío, la arena helada con la que trataban de engañar al frío, la humillación, la derrota, el miedo a tener miedo, a morir, a volver, a no volver”.
Tras la victoria franquista y el asesinato de su padre, Antonio huye a Francia junto a su madre. Llegan a Argèles-sur-Mer donde intentan sobrevivir. En marzo de 1939 coincide en el campo de concentración con André Friedmann, que hace fotos a los desheredados de la Guerra Civil, buscando plasmar su dignidad, su miedo y también su desolación.