Cuando eres viejo, cuando la chica joven te mira como si no existieras... miras hacia atrás y te das cuenta de lo importante que es la carne, la piel, la textura, la tibieza...
La cita es en Niza y allí, Virginia Drake entrevista a Arturo Pérez-Reverte paseando por «ese bulevar de 60 kilómetros, habitado por camareros tranquilos que esperan clientes, croupiers lentos que esperan jugadores, mujeres rápidas que esperan hombres con dinero, y buscavidas despiertos que esperan la ocasión de beneficiarse de todo esto».
La descripción, como habrán adivinado, es de nuestro acádemico, periodista y novelista más notable, que acaba de sacar un nuevo libro ‘El tango de la guardia vieja’.
Por su interés, reproducimos algunos fragmentos del reportaje del XL Semanal: «Hay miradas de mujer por las que un hombre se haría matar».
XL. Para que el amor sea de verdad, ¿es necesario que sea tan violento, tan turbio y tan sórdido como el que pinta?
A.P.R. Es que el amor es todo eso. Cuarenta años en la vida de los protagonistas dan para muchas modalidades diferentes de amor y en esta historia está descrito desde dos puntos de vista: el amor en la vejez de dos personas que se han amado o que no sabían que se amaban y que, al mirar hacia atrás, se están comprendiendo a sí mismos en el presente; cualquier persona de cierta edad lo entiende perfectamente. Y luego está el otro lado del amor, el lado turbio, el rincón oscuro, un terreno en el cual el amor y el sexo se enturbian de una manera absolutamente legítima, porque todos tenemos rincones oscuros.
XL. En fin, unos los tienen más oscuros que otros.
A.P.R. A eso voy. Todos los tenemos de alguna forma u otra. Lo que pasa es que la mujer -por educación y por norma social- ha relegado esos rincones turbios durante siglos a un desván casi vergonzoso.
XL. Pero ya es historia pasada eso de la mujer reprimida que se tiene que liberar.
A.P.R. No es eso. Hablo de cosas mucho más complejas. A veces, las circunstancias de la vida hacen que, cuando una mujer se asoma a esa parte de sí misma, descubra aspectos que cambian su manera de ver el mundo. No me refiero a que se meta a puta, no. Hablo de una mujer normal, madre de familia respetable. Tampoco estoy hablando de estupideces del tipo de Cincuenta sombras de Grey. Eso es idiotez y pornografía.
XL. Pues tienen un éxito…
A.P.R. Pero es pornografía barata. Yo no estoy hablando de eso. Estoy hablando de una mujer educada, con una estabilidad emocional que descubre que hay una parte de ella que está sin desarrollar y se pone a explorarla de una forma no morbosa, no patológica, sino serena. Esa exploración serena del rincón oscuro me parece muy interesante e inteligente. Y en esta novela hay algo de eso.
XL. Vamos, que donde esté una señora brava se quiten las geishas.
A.P.R. ¡Fuera, fuera! A mí no me han interesado nunca las geishas. Hubo una época en la que yo era reportero, joven, viajaba por todo el mundo, no existía el sida… y había un lugar donde las geishas eran ‘de fácil acceso’, para entendernos; lugares en los que era muy fácil decir: «Esas geishas, conmigo». Pues jamás lo dije ni lo hice. Nunca jamás. Ni de niño, me han interesado las geishas. Si no hay una compañera capaz de dar la réplica y de coger el rifle si atacan los indios, no merece la pena. A mí siempre me interesó la mujer capaz de coger el Winchester y disparar por la ventana; nunca pude soportar la mujer que da grititos y se te agarra al brazo.
XL. Así que le va la mujer soldado [risas].
A.P.R. No. La mujer soldado, no. Me gusta la mujer que en los momentos de crisis pone los ovarios encima de la mesa.