La subversión de las categorías estéticas es impresionante; la ideología se ha impuesto a la valía artística
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Vuelve por donde solía: la novela. Y lo hace con Me hallará la muerte, 600 páginas con las que da cumplimiento a una vieja aspiración: contar un relato protagonizado por un doble. El marco histórico, el Madrid de la posguerra y el del desarrollo tecnocrático y, a modo de paréntesis, la epopeya de la División Azul.
Personajes bien construidos, acción trepidante y una idea fuerza que recorre el libro de la primera página a la última: que el pecado es una historia que siempre acaba mal. Qué buena película hubiera rodado Rafael Gil. La Gaceta le ha entrevistado.
‘Si te dicen que caí’, Juan Marsé. ‘Al paso alegre de la paz’, Manuel Barrios. ‘Las flechas de mi haz’, José Luis Martín Vigil. ‘Volverá a reír la primavera’, José Luis Olaizola. ‘Me hallará la muerte’, Juan Manuel de Prada.
La lista es una prueba irrefutable de que, en términos poéticos, literarios, el Cara al sol es un himno muy bueno. Si no lo fuese, hubiera sido imposible extraer títulos para tantas novelas. Falta alguna que sea Volverán banderas victoriosas y el expolio será casi total.
A propósito del título, en otras novelas fue lo último que se le reveló.
En esta, en cambio, lo primero que escribí fue Me hallará la muerte. Tuve claro que el personaje sería un divisionario y que, por tanto, su peripecia vital, aun no siendo falangista, de alguna manera iba a estar ligada a la Falange. Tuve también claro que, al tratarse en buena parte de una novela negra, la muerte jugaría un papel fundamental.
Otro título hubiera sido ‘Las máscaras del héroe’, lástima que ya esté registrado.
De alguna manera toda mi literatura es un «contra Doctor Jekyll y Mister Hyde». Stevenson quería disociar la maldad que había en la naturaleza. Yo trato de demostrar que eso es imposible. Por eso casi todas mis novelas tienen el mismo tema, con variantes: la dualidad de la condición humana, lo difícil que es deslindar lo noble de lo vil, al héroe del canalla…
Para héroes canallescos o canallas heroicos, Antonio Expósito, el protagonista de ‘Me hallará la muerte’.
Se trata de un truhán que, en principio, no es malo, que adopta la visión política de otros como puro postizo, para sobrevivir, pero al que una serie de decisiones lo encanallan, lo vuelven un cínico.
Ya ni se molesta, como sí hizo en ‘Las máscaras del héroe’, en denunciar que en España al punto de vista se le confunde con «solidaridad del autor con sus personajes».
Estoy mayor para este tipo de aclaraciones. Muy, muy mayor. Y cansado. Estoy hasta las narices de que no se entienda que el escritor tiene que dar a sus personajes una lógica y una coherencia.
Esa lógica y coherencia terminan con Antonio Expósito.
Estamos tan acostumbrados al mal que pensamos que a través de este puede alcanzarse un bien. Lo vemos en nuestros políticos, en nuestros banqueros, en las mujeres que abortan, en nosotros mismos… Y eso es falso: al bien no puede llegarse por el mal.
¿El mal llama al mal?
Sí. Y no sólo eso, sino que desova, deja sus huevos en nosotros. El mal, su funcionamiento, es implacable, nunca falla. Si lo acoges, te contaminará, te gangrenará, hará que formes callo, que termines confundiéndolo con el bien. Tal grado de ofuscación de la conciencia, insisto, es típico de nuestra época.
Y ese denunciar que al bien no se llega por el mal ¿es el propósito de la novela?
No creo que la pretensión del novelista sea hacer llegar un mensaje o, peor aún, una moraleja. El novelista escribe porque una historia le bulle en la cabeza y siente la necesidad de contarla. Otra cosa es que el don de la imaginación lo utilice para hacerse una pajilla literaria.
Habrá una tercera vía entre la pura fabulación y el solipsismo duro, ¿no?
En las novelas cabe la posibilidad de ofrecer una lectura moral, no moralista, del hombre y el mundo.
Y del porqué pasamos al cómo.
Primero hay que tener una idea, por esquemática que sea, a la que luego irás dando forma.
Ahí entramos, supongo, en la labor de documentación.
Que en este novela ha sido extensísima, pues incluye el episodio de la División Azul, o los locales que frecuentaba Ava Gardner, o cómo se hace un aborto…
Extensísima… ¿y apasionante?
Sí, porque te das cuenta de que el escritor es una especie de dios en miniatura. Y digo en miniatura porque como no eres omnipotente, tienes que documentarte para crear un mundo.
Antes hablaba de chispazo.
Desde jovencito siempre quise escribir una novela con el tema del doble, pero nunca había encontrado la manera de plasmarla. Hasta que leí Embajador en el infierno y dije ¡coño!, ya lo tengo, un tipo que, por causa del cautiverio, se tira 13 años fuera de España y al volver se hace pasar por otra persona para cambiar de vida.
Y, sin embargo, no se trata de un relato sobre la División Azul.
La División Azul cumple una función de resorte narrativo sin que haya una intención dilucidadora del episodio concreto.
La editorial vende ‘Me hallará la muerte’ como el regreso de De Prada a la novela. ¿Qué tal el reencuentro?
Es verdad que durante un tiempo pensé que no volvería a escribir literatura de creación, novelas. Pero surgieron las ganas y fueron imparables.
¿Cuál fue la razón última de su desencanto?
Descubrir que aquello para lo que nací, la literatura, está en manos de mercaderes y comisarios políticos.
¿Y entrar en unos grandes almacenes y ver su novela al lado de la de Jorge Javier Vázquez?
Es gracias a advenedizos como este (quienes suelen llegar a la literatura de la mano de los editores, todo hay que decirlo) por lo que se pueden publicar otros libros.
O sea, que no le quitan el sueño ni las ganas.
Me desazona más ver el encumbramiento de la basura.
¿A qué se refiere?
A tanto escritor nefasto al que cualquier día le dan el Nobel sólo por apoyar los intereses del régimen. Son eso, los escritores del régimen. Estragan el gusto de las gentes, destrozan sus mentes y sus almas, la bazofia se la venden como algo bueno, les inoculan toda la morralla triunfante hoy.
Apunta motivos metaliterarios.
La subversión de las categorías estéticas es impresionante; la ideología se ha impuesto a la valía artística.
Y, a pesar del panorama, ha vuelto. Aparte de en las ganas desbordantes de fabular, ¿no habrá también que buscar la clave en la dedicatoria del libro? «A Cárcaba, con quien hallé la vida».
Encontrar a la persona con la que compartir tu vida te ayuda a recuperar las ganas de vivir y, con estas, las de escribir.
Luego están los lectores, muchos de los cuales, imagino, se asomarán a la novela tras seguirle en ‘ABC’ o en ‘Lágrimas en la lluvia’. ¿Teme decepcionarles?
Parece como que al escritor se le exige que sea sesudo, siempre hablando de cuestiones políticas. Se le tolera que escriba ensayo, pero no novela. Y eso es dramático.
Y si encima el escritor se apellida católico…
Entonces tenemos un problema. Y serio. Porque se espera de él que escriba novelas de monjas. O sea, que si eres católico, no puedes hacer una novela negra. O sobre la II Guerra Mundial. Esto, que suena increíble, es así.
Habrá a quien le sorprenda leerle una detallada escena de cama.
Leonardo Castellani decía que el mejor poeta católico de la modernidad era Baudelaire.
¿Baudelaire?
Sí, Baudelaire, que escribía de putas, de vicios, de podredumbres. Y lo era, según Castellani, porque creía en el infierno y creía que este estaba en nuestras vidas.
También existe el cielo.
Claro que hay escritores luminosos y bienhumorados. Ahí está Chesterton. Pero también tenemos a Dostoyevski, cuyas novelas no son paseos por un prado florido, sino inmersiones en los abismos del alma humana.
Inmersiones a las que usted se apunta.
La verdadera literatura es problemática. Es decir, tiene que nombrar y profundizar en el misterio del mal, que, repito, está presente en nuestras vidas.
También lo está la acción de la gracia.
Y el hombre es libre de aceptarla o rechazarla, lo que demuestra que el mal es cosa de este mundo, no de otro planeta.
Dice que la manera mejor de guardar un secreto en España es escribir un libro. ¿Qué secreto ha querido guardar con ‘Me hallará la muerte’?
Bueno, la frase no es mía, sino de Azaña (o al menos se le atribuye). ¿Secretos? La novela está llena de guiños familiares, cinematográficos… Pero secretos ninguno.